Alberto Plaza está en una campaña. Una campaña de posicionamiento de ideas.
Desde su apoyo a Trump, sus críticas a Chiqui Aguayo por su lenguaje, su crítica a Francia por el asilo a Ricardo Palma, su crítica a Daniela Vega y la edición de su libro, nada es aislado, es notorio que el está en una campaña.
En sus entrevistas se le ve calmado, sereno y a la vez muy seguro. No se exalta, no usa un tono descalificador; el objetivo es lograr parecer ponderado, moderado y razonable, aunque no lo sea. Porque no lo es, sus conceptos son fundamentalistas. El fundamentalismo es la negación de otras identidades. En eso se basa su discurso.
Claramente él no está solo en esto. Se nota que hay coachings previos. El mismo entrenamiento o uno muy similar al de Kast.
Al repetir calmada pero reiterativamente todos sus conceptos, estas personas buscan hacer ruido, provocarnos a nosotros para dejarnos luego como exaltados (pensemos en la funa a Kast en Iquique o en el ataque a Bolsonaro en su campaña en Brasil; estas figuras provocan con su discurso pues saben que la provocación genera una reacción y eso es, finalmente, agua para sus molinos; si Plaza es funado o agredido en una actividad, quedaremos nosotros de bárbaros y ellos de civilizados).
Esa es la estrategia para llegar al votante medio, semi conservador, cansado de la “decadencia de la sociedad” y “feliz de que alguien al fin hable claro”.
Así crecen las corrientes neoconservadoras, los Trump, Kast, Bolsonaros.
Es menos anecdótico de lo que parece, hay un diseño comunicacional, hay coaching, preparación, es una campaña de posicionamiento ideológico; y lo más probable es que haya gente detrás, poniendo recursos y haciendo lobby. Es una campaña de contenidos, clara, fuerte y notoria.
Sería bueno fijarse en los logotipos de los patrocinantes de sus discos y libros, saber quién financia a Plaza.