Alejandro Armenta o las Dos Caras de Jano

Columna de Onel Ortiz Fragoso

Alejandro Armenta o las Dos Caras de Jano

Autor: Onel Ortiz

En la mitología romana, Jano es el dios de los comienzos y los finales, de las transiciones y de las puertas que se abren y se cierran. Su símbolo, un rostro con dos caras opuestas, mirando simultáneamente al pasado y al futuro, ha servido por siglos como metáfora de la dualidad en el poder, de las contradicciones humanas, y, en el caso mexicano, de los políticos que caminan entre dos mundos sin comprometerse plenamente con ninguno. Alejandro Armenta, gobernador de Puebla desde diciembre de 2024, ha encarnado en apenas cuatro meses ese espíritu bifronte. Como Jano, ha mostrado dos rostros: uno devoto a la Cuarta Transformación y otro impregnado de los vicios del priismo más autoritario, el de Mario Marín, su antiguo jefe y mentor.

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Nadie puede negar que Alejandro Armenta había soñado con ser gobernador toda su vida. Su ambición fue constante, paciente y tenaz. Transitó por distintas trincheras políticas hasta que, en el momento propicio, encontró en Morena la plataforma que lo catapultó a Casa Aguayo. En el rostro que mira hacia el futuro, Armenta se presenta como un ferviente seguidor de Claudia Sheinbaum, como defensor de la herencia de Andrés Manuel López Obrador y como un soldado disciplinado del proyecto de la Cuarta Transformación. En los eventos federales, es de los primeros en llegar. En los comunicados del bloque de gobernadores de Morena, firma siempre con entusiasmo. En sus discursos, abunda el lenguaje de la regeneración nacional.

Sin embargo, esa cara progresista, transformadora, cercana al pueblo, apenas cubre la epidermis de una identidad política construida durante décadas en el PRI más rancio. En el fondo, Armenta no ha podido, o no ha querido, desprenderse del rostro que lo formó: el rostro del marinismo, de los acuerdos en lo oscurito, de las amenazas veladas, del autoritarismo institucionalizado.

La conformación de su gabinete es el primer síntoma. Lejos de construir un equipo que represente los principios de Morena, Alejandro Armenta ha reciclado cuadros del pasado, muchos de ellos protagonistas del sexenio de Mario Marín, actualmente preso. En los pasillos del gobierno de Puebla resuenan apellidos conocidos del PRI, del PAN, del morenovallismo e incluso del marinismo más duro. Es como si la Cuarta Transformación fuera una capa de barniz, debajo de la cual persisten las estructuras del viejo régimen.

Basta con preguntar a los funcionarios del actual gobierno sobre los principios que dieron origen a Morena: ¿sabrán responder algo sobre el humanismo mexicano, la austeridad republicana o la separación del poder político y económico? Difícilmente. Muchos de ellos no pasaron por el tamiz ideológico del movimiento. Bien haría Armenta en enviarlos al Instituto de Formación Política de Morena para que aprendan, al menos, el decálogo de la 4T. Aunque es probable que a más de uno, solo escuchar la palabra “formación política” le provoque urticaria.

Pero el síntoma más grave de esta doble cara no está en la integración del gabinete ni en las afinidades personales del gobernador. Está en el ejercicio mismo del poder. En apenas unas semanas, Alejandro Armenta mostró lo que parece una peligrosa tendencia a replicar los métodos del autoritarismo priísta. El caso más evidente fue la amenaza, pública y directa, contra el periodista Rodolfo Ruiz. Sin verificar la información, sin ofrecer una versión oficial, el gobernador descalificó al periodista e insinuó represalias. No se trata aquí de simpatías o antipatías con la línea editorial de Ruiz, sino de la defensa irrestricta de la libertad de expresión.

El periodismo crítico es esencial para una democracia. Cuando un gobernador utiliza su investidura para intimidar a un periodista, no solo agrede a un individuo: agrede al ecosistema democrático entero. ¿En qué se diferencia ese gesto del de Mario Marín cuando ordenó la persecución de Lydia Cacho? La historia ha juzgado duramente al “Góber Precioso” por su autoritarismo, por su desprecio a la prensa y por su complicidad con redes de poder opacas. Sería trágico que Alejandro Armenta, quien alguna vez compartió mesa y destino político con Marín, repitiera los mismos errores.

El otro síntoma de la cara autoritaria es el trato que ha dado el gobierno de Puebla a ciertos empresarios. La expropiación de terrenos por causas de utilidad pública es una facultad legal del Estado. Pero esa potestad no puede usarse como una herramienta de presión ni de chantaje. Los empresarios pueden ser aliados en la reconstrucción del tejido económico y social del estado. Con ellos se pueden negociar nuevas condiciones, corregir injusticias del pasado o incluso rediseñar proyectos estratégicos. Lo que no se puede, bajo ningún principio democrático, es amenazarlos para que cedan a los intereses del gobierno.

En este punto, es importante recordar que la Cuarta Transformación no es sinónimo de revancha ni de imposición. El propio López Obrador lo ha repetido: “no somos iguales”. Gobernar con los métodos del pasado, aunque sea con nuevas banderas, termina por anular el sentido de cualquier transformación. El reto para Alejandro Armenta es grande: debe decidir qué cara de Jano va a definir su sexenio.

Aún está a tiempo de rectificar. Aún puede mirar al pasado, no para replicarlo, sino para aprender de sus errores. La cara que debe prevalecer es la del futuro, la de un gobierno basado en la justicia social, en el respeto a las libertades, en la transparencia y en la rendición de cuentas. Un gobierno que no tema a las críticas, sino que las abrace como parte del diálogo democrático. Un gobierno que no recurra a la amenaza, sino a la razón. Un gobierno que no se esconda detrás de slogans, sino que actúe con congruencia.

Alejandro Armenta ha sido favorecido con la oportunidad de gobernar Puebla en uno de los momentos más cruciales del país. Con una presidenta comprometida con el proyecto de nación, con una ciudadanía cada vez más crítica e informada, y con un Congreso estatal afín, tiene todas las condiciones para construir una administración ejemplar. Pero esa construcción requiere definiciones claras. No se puede ser, al mismo tiempo, el defensor de la 4T y el heredero político de Mario Marín.

La historia es implacable con los que traicionan sus causas. Si Alejandro Armenta elige el camino de la congruencia, de la formación ideológica, del respeto institucional y de la apertura democrática, su sexenio podría marcar una diferencia. Pero si insiste en el juego de las dos caras, si continúa mezclando los valores de la transformación con las prácticas del viejo régimen, entonces el rostro que recordará la historia no será el del cambio, sino el de la simulación.

Jano, el dios de las transiciones, representa también la posibilidad del renacimiento. Armenta aún puede redefinir su destino político. Tiene la oportunidad de cerrar definitivamente la puerta del pasado y abrir una nueva etapa para Puebla. Pero para ello, debe elegir con claridad. No se puede caminar eternamente con dos caras. Tarde o temprano, el tiempo —otro de los dominios de Jano— se encargará de desenmascararlo. Y entonces, será el pueblo quien juzgue cuál de sus rostros fue el verdadero. Eso pienso yo, usted qué opina. La política es de bronce.

@onelortiz

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