Por Davide di Paola
Decía Voltaire que quien se venga después de la victoria es indigno de vencer. Si además, el vengador es el Estado, no puedo más que convenir con la tesis de Marx cuando afirmaba que: «el Estado no es el reino de la razón, sino de la fuerza…».
Mucho presumen algunos países, como Italia o España, de ser paladines de los derechos humanos en diversos lugares del mundo, pero cuando se trata de mirar dentro de sus confines, principalmente en sus calabozos, la cosa cambia. Olvidan aplicar conceptos como la reinserción o la reeducación y solo emplean la más desalmada de las represiones, igual que en las cárceles de Erdogan o de Ebrahim Raisi.
Alfredo Cospito es un anarquista italiano de la vieja escuela, que lleva 150 días en huelga de hambre, protestando por las crueles condiciones a las que están sometidos muchos reclusos. Fue condenado en 2013 por disparar a las piernas de un dirigente de una empresa del sector nuclear. Estando ya recluido, le acusaron del envío en 2006 de unas cartas bombas a unos cuarteles, sin causar ni heridos ni muertes.
Recibió una desproporcionada condena a cadena perpetua, en un régimen definido «41 bis», normalmente aplicado a mafiosos con graves delitos, un auténtico infierno en la tierra. Le recluyeron en una celda por debajo del nivel del mar de 1,52 x 2,52 casi sin luz. Las horas de aire transcurren en un cubículo donde solo se ve un trozo de cielo a través de los barrotes. Se encuentra completamente aislado de los demás detenidos, recibe visitas esporádicas y siempre a través de paneles acristalados. No se le permite guardar recuerdos ni fotografías. No puede estudiar, formarse, escribir ni leer lo que desea y menos aún comunicarse con el exterior.
Se le aisló del mundo con el fin de impedir su actividad política y se le consideró un peligro para la seguridad del Estado… obviando que un país liberal debería tutelar todas las ideologías, incluido las más detestables, así como el derecho al estudio y a la información de cara a la reeducación y al desarrollo mismo de la personalidad humana.
Alfredo Cospito ha sido condenado a muerte por el Estado italiano, que proclama que no aceptará los chantajes de nadie. Y Alfredo está dispuesto a inmolarse para que todo el mundo conozca la ferocidad de un Estado y de un régimen penitenciario al que se ven sometidos más de 750 reclusos italianos. Lo expresó él mismo, en una reciente carta filtrada por su abogado: «Un régimen donde no puedo tener ningún contacto humano, donde no puedo ni ver ni tomar un puñado de hierba o abrazar a una persona querida. Un régimen donde las fotos de tus progenitores son secuestradas. Enterrado vivo en una tumba en un lugar de muerte. Llevaré adelante mi lucha hasta las consecuencias extremas, no por un “encargo” sino porque esta no es vida».
La huelga de hambre se trasforma así en el último recurso de Alfredo, el único para frenar su misma aniquilación. Una práctica muy peligrosa que convierte su propio cuerpo en un arma para luchar contra los abusos del poder.
Y por desgracia, llegará el día en que ocurra lo esperado. Solo entonces, políticos, periodistas y ciudadanos hablarán de ello. «Alfredo Cospito ha muerto». Se hablará de ello con indignación, con horror, con indiferencia o con agrado. Una vida se habrá apagado lentamente ante las miradas distraídas de todos nosotros.
Por Davide di Paola
Columna publicada originalmente el 21 de marzo de 2023 en Naiz.
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