Por Alex Ibarra Peña
Tal vez es Gabriela Mistral la intelectual chilena que durante la primera mitad del siglo XX, insistió con mayor fuerza en la aceptación de nuestra identidad indianista, para ella en su reconocimiento de mestiza. En estos planteamientos se dejaba ver una valoración por el aporte de estas culturas a una forma de vida digna.
Sin duda, el desafío de una Nueva Constitución abrió el debate a la plurinacionalidad, cuestión en la que nos han aventajado países como Bolivia y Ecuador, lo cual les otorga un lugar de referencia inevitable para quienes pretenden convertirse en «constituyentes» y representar este contenido constitucional, más allá del uso de la bandera de la nación mapuche en las luchas iniciadas en octubre 2019.
El plurinacionalismo sin duda es una categoría que podría abrir la definitiva aceptación de la nación Mapuche, lo cual tendrá que ser condición importante para la solución al problema de la tierra usurpada por el Estado chileno y regalada a los latifundistas protagonistas del conflicto en el wallmapu. El pueblo Mapuche está a la espera de la justicia que reclaman sus acciones políticas tan empañadas por los medios de comunicación que siguen la lógica colonial y racialista.
Por otra parte, también se tendrá que implementar políticas culturales antiracistas para poder superar nuestro actual modo de ser colonial. En esto el encuentro con nuestra identidad andina es fundamental, dado que las culturas quechua y aymara reúnen un plurinacionalismo en su modo de relación con otros pueblos. Con Europa tenemos poca identidad común, más bien hemos recibido de ellos su ideología, pero que contrasta con nuestra forma de vida más originaria. Quizá por eso la modernización en estos espacios geográficos siempre sea inacabada y no tenga otra forma de ser por mucho que lo intentemos. Hay un resto cultural que resiste aquella forma de dominación modernizadora.
Lo Colonial claramente ha sido un problema, los pueblos fueron explotados y sometidos y se han dañado nuestras sabidurías. Un ejemplo de esto es la condena al monolingüismo, defendido como puerta de entrada a la «civilización», argumentos que hoy se repiten en la educación formal para imponernos la lengua de los imperios económicos actuales. El plurinacionalismo tendrá que fomentar el uso de nuestras lenguas ancestrales con lo cual podremos recuperar categorías de pensamiento para la restitución el Sumak Kawsay-Suma Qamaña.
Estas cuestiones mencionadas son importantes, pero algo más complejo es la cuestión de la espiritualidad ancestral. Ese modo de ser cosmogónico habitualmente interpretado desde la perspectiva religiosa como una suerte de panteísmo en donde toda existencia, no solamente viva, es asumida como sagrada, pero además en donde no se niega la existencia de un Dios superior. Este modo de ser sacralizado es una negación radical a la modernidad secularizadora, ya que lo sagrado sería esencial, en cuanto no se puede vivir apartado de lo sagrado. Esto junto con la liberadora asunción de negar la fetichización de la mercancía y del capital afianzada en algunos integrismos religiosos fundados en la teología de la prosperidad.
Lo que he querido plantear, es la cuestión de que al asumir la plurinacionalidad en nuestra Constitución se aseguran prácticas culturales que hasta el momento han sido poco valoradas, ofreciendo una visión de mundo alternativa que transforma la estructura económica a partir de una forma de ser otra, más cercana a lo que pudimos haber sido. Además es una negación al proyecto político de las élites criollas, siempre tan serviciales a los dominadores. ¿Nuestros potenciales constituyentes que estarán entendiendo por plurinacionalidad? ¿Nosotros los representados y demandantes de la plurinacionalidad cómo la estamos entendiendo?
Alex Ibarra Peña. Dr. Estudios Americanos.