Amarás a la naturaleza como a ti mismo

Columna de opinión de la Sociedad Civil por la Acción Climática: "¿Puede y debe la naturaleza tener derechos? Esa es la gran pregunta que se está discutiendo en la Convención Constitucional estos días. ¿Cómo podemos abordar esta discusión desde una perspectiva cristiana, católica y evangélica? (...) Hoy por hoy el “grito de la tierra” clama por una ética respetuosa, que insista en el cuidado y hospitalidad de cada criatura y ecosistema"

Amarás a la naturaleza como a ti mismo

Autor: Francisca Valencia

Fotografía: Foro-minerales.com

Chile es uno de los países más vulnerables a los efectos del cambio climático dadas sus características geológicas y geográficas. Es susceptible a múltiples amenazas de origen natural y antrópicas que, sin la adecuada planificación territorial y sin una mirada integral de la gestión de riesgos es propenso a vivir desastres socionaturales con gran daño hacia las comunidades que comparten diariamente con los ecosistemas que permite la existencia en todas sus formas.

Este escenario preocupante y alarmante nos insta a manifestar cambios en nuestras formas de producir y consumir, asumiendo un compromiso de restaurar nuestros ecosistemas como una acción relevante para el desarrollo integral de la humanidad. Como iglesias cristianas, nuestra misión evangelizadora es actuar en constante armonía con la creación y en defensa de quienes padecen injusticia y ven sus derechos vulnerados.

Entonces, ¿Puede y debe la naturaleza tener derechos? Esa es la gran pregunta que se está discutiendo en la Convención Constitucional estos días. ¿Cómo podemos abordar esta discusión desde una perspectiva cristiana, católica y evangélica?

Lo primero que habría que destacar, es que en la tradición cristiana no hablamos de la naturaleza, sino de la creación de Dios. Creación es una palabra muy interesante, porque indica que la naturaleza no es nuestra, sino que es dada. El Salmo 24,1 dice que: “A Dios pertenece la tierra. Suyo es cuanto ser habita en el mundo”. Este extracto expresa que la naturaleza no es de los seres humanos, sino que somos parte de la Creación. Somos parte especial de la Creación, ¿diferente a los árboles y los animales? Sí, la narrativa Bíblica nos da un rol especial: el polémico “someter y dominar” de Gen 1,28 tiene en hebreo el significado de dar sentido u orientación. La segunda narrativa de la creación en Génesis nos da el mandato de “guardar y cultivar la creación” (Gen 2,15). Somos la parte “responsable” de la Creación: podemos nombrar, contemplar, alabar, y dar dirección a la creación en conjunto con Dios, pero tenemos el mandato de “cuidarla”, no destruirla, siempre en conciencia de los límites de este poder: “polvo eres y a polvo volverás” (Gen 3, 19)

El papa Francisco lo dice de la siguiente manera en la Encíclica Laudato Sí’:

Hemos crecido pensando que éramos propietarios y dominadores, autorizados a expoliarla [a la tierra]. La violencia que hay en el corazón humano, herido por el pecado, también se manifiesta en los síntomas de enfermedad que advertimos en el suelo, en el agua, en el aire y en los seres vivientes. Por eso, entre los pobres más abandonados y maltratados, está nuestra oprimida y devastada tierra, que “gime y sufre dolores de parto” (Rm 8.22) Olvidamos que nosotros mismos somos tierra” (cf. Gn2,7)” (LS, 2)

La convicción cristiana de que la Creación es de Dios, le da valor intrínseco a toda la vida, no solo a los seres humanos. Desde una perspectiva cristiana no podemos decir que la naturaleza es “una cosa”, “un objeto para utilizar”. La naturaleza es viva, llena del espíritu de Dios, con sus propios procesos y dinámicas, y como tal, es sujeto. Si la naturaleza tiene un valor intrínseco, tenemos el deber como seres humanos de protegerla. En el sistema moderno jurídico, la mejor garantía de ser protegido y respetado es “ser sujeto de derechos”. La naturaleza debe tener el derecho a “ser respetada y protegida”, lo que en la práctica equivale a “ser guardada y cultivada”. 

Galeano escribió en su artículo “La naturaleza no es muda”, que el cristianismo debería haber tenido un undécimo mandamiento[1]: – Amarás a la naturaleza – Añadiremos: “como a ti mismo”, explicitando que somos parte de esta naturaleza. Sin embargo, estas leyes ya estaban presentes en la narrativa judeocristiana. La tradición judía exigía el descanso de la Tierra y de los animales junto al descanso de las personas (Ex. 20,9-10; 23, 10. Lev. 25). El cuidado de la Tierra y la justicia social eran parte de un mismo sistema en el antiguo Israel, porque el pueblo sabía que los derechos de la naturaleza y los derechos humanos se encuentran totalmente vinculados, algo que se hace cada vez más evidente en nuestros días.

Jesús no se refiere, literalmente, a los derechos de la naturaleza, pero sí se relacionaba con las fuerzas de la naturaleza, como fuerzas vivas. En la encarnación de Dios en Jesús, y en la historia de la salvación, Dios incluye la Creación en su totalidad: Tanto amó Dios al mundo (al cosmos, dice literalmente) que dio su único Hijo (Juan 3,16). En la carta de Pablo a los Colosenses se habla del proyecto de salvación cristiana incluyendo a toda la creación: 

“Él (Jesús) es la imagen del Dios invisible, el primogénito de toda creación. 16 Porque en él fueron creadas todas las cosas, las que hay en los cielos y las que hay en la tierra, visibles e invisibles; sean tronos, sean dominios, sean principados, sean potestades; todo fue creado por medio de él y para él. 17 Y él es antes de todas las cosas, y todas las cosas en él subsisten (Col. 1, 15-17)”.

La salvación que se da en Cristo incluye a toda la creación. Es el propio Cristo quien se manifiesta en cada criatura, en la danza de los océanos, en los atardeceres propios de cada territorio, en el canto de los pájaros y la brisa que anima los vientos de Chile.

El Papa Francisco escribe: “Vivir la vocación de ser protectores de la obra de Dios es parte esencial de una existencia virtuosa, no consiste en algo opcional ni un aspecto secundario de la experiencia cristiana” (LS 217). El teólogo Leonardo Boff, quien redactara junto a un grupo amplio de intelectuales de todo el mundo el año 2000, la Carta de la Tierra (la que vendría muy bien leer para lo que respecta al debate Constituyente y el tema en cuestión), afirma que somos “tierra que siente, tierra que piensa y tierra que ama”. No muy lejos de la figura judeocristiana del barro (humus) en las manos del Creador. El cristianismo nos invita constantemente a una celebración de la vida, en todas sus formas, en cualquiera de sus manifestaciones, procesos, dinámicas e inesperadas maravillas.

Es urgente que busquemos una ética del cuidado en nuestro modelo económico, en nuestras comunidades, y en nuestro sistema jurídico. El anuncio cristiano consiste en la vida plena, digna y libre. Hoy por hoy el “grito de la tierra” clama por una ética respetuosa, que insista en el cuidado y hospitalidad de cada criatura y ecosistema; una ética regenerativa que promueva la fecundidad y prolongación de lo viviente, una ética basada en la justicia ecosocial y climática que promueva una educación consciente, equitativa y sostenible. Una ética que reconozca la radical diversidad y maravilla que habita en lo profundo de cada especie y en la totalidad del planeta, que es nuestra casa común. Una ética de la no violencia y una cultura de paz que nos permita mantener y florecer el frágil equilibrio en el que vivimos como planeta. Para todo lo anterior afirmar los derechos de la naturaleza es imprescindible y urgente.   

¿Qué significa eso para la discusión en Chile hoy sobre los derechos de la naturaleza? Si declaramos que Chile es creación, es decir, un territorio que nos es dado como regalo, lleno del espíritu de Dios, y parte del proyecto de salvación en Jesús: ¿no es obvio que tengamos que votar a favor de artículos en la Constitución que protejan este territorio, y le dan el derecho a la naturaleza a ser respetada, protegida, cuidada y restaurada?

Acaso ¿no anhelamos ser la copia feliz del Edén?

Sociedad Civil por la Acción Climática:
Arianne van Andel, eco-teóloga reformada, Otros Cruces
Pedro Contreras, católico, Caritas Chile
Pedro Pablo Achondo, teólogo católico, Ciudadanos y Clima


[1] https://racismoambiental.net.br/2018/07/10/eduardo-galeano-la-naturaleza-no-es-muda/


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