El profesor Julio Carvajal, de la carrera de Periodismo de la Universidad Austral de Chile, pone en nuestro conocimiento, a través de la prensa local, que las autoridades regionales no contratan periodistas de esa casa de estudios sino que sólo de la Pontificia Universidad Católica de Chile. Semejante enunciado pone en evidencia una parte no menor de la causa de los conflictos que enfrenta la sociedad chilena y cuyo origen se radica en la elite social ahora gobernante.
Pregoneros de verdades indesmentibles, las castas del poder, a la hora de decidir, no hacen ni han dejado de hacer lo de siempre: llamar a sus amigas y amigos a jugar el juego que hacen creer que es el juego de todos. Llaman a sus amigos y amigas y proclaman a continuación que es un ejercicio de excelencia.
“Creo en la defensa de las libertades”, les enseñan a decir, en la “libertad para emprender, para elegir la enseñanza que quiero para mis hijos, la salud; porque creo en el derecho de propiedad; porque quiero un país sin delincuencia ni corrupción, un Estado que esté al servicio de la gente”. Pero, como queda de manifiesto en el reclamo del profesor Carvajal –como en las demás materias que preocupan al país– la palabra gente se circunscribe peligrosamente a los “amiguis”, como dirían nuestras y nuestros estudiantes.
Decisiones como ésta ponen de manifiesto, además, la absoluta indiferencia frente a los indicadores de excelencia y calidad que las propias autoridades proponen. ¿De qué sirven dos acreditaciones consecutivas de seis años cada una de la carrera de Periodismo de la Universidad Austral de Chile? ¿De qué sirve elegir la educación de hijas (no sólo hijos) cuando a la hora del empleo se les cierra la puerta en las narices? ¿De qué sirve tanta deuda si el país es de otros?
No son apóstoles. No son aquellos que, de dos en dos, llevan la voz emancipadora de su credo. Sólo son personas que simulan cualidades o sentimientos contrarios a los que de verdad tienen o experimentan.
Por Juan Carlos Skewes
Universidad Alberto Hurtado