¿Aristóteles o Lao-Tse?

La cultura es un factor clave para comprender un país como China, con seguridad en  mucha mayor medida que cuando nos referimos a otros países

¿Aristóteles o Lao-Tse?

Autor: Wari

La cultura es un factor clave para comprender un país como China, con seguridad en  mucha mayor medida que cuando nos referimos a otros países. Y lo es por partida doble. Primero, porque es el nutriente básico de una civilización que ha sabido perdurar a lo largo de miles de años, llegando hasta nuestros días. Segundo, porque sigue ejerciendo una poderosa influencia sobre el comportamiento de su sociedad. El contrapunto de esta cuestión es que su cosmovisión es sustancialmente diferente a la nuestra. China ha sabido imaginar y recrear otro mundo, con códigos y claves que no nos son familiares. Un universo, por tanto, que desconocemos. Pero si queremos comprender y acertar en nuestras interpretaciones sobre comportamientos o intenciones de China, seguir el guión de la cultura, sin garantizarnos al pleno el éxito porque los contextos históricos evolucionan, sí nos ofrece notables posibilidades de acierto.

Un ejemplo: el ying y el yang como expresión del pensamiento chino. Para nuestro enfoque aristotélico, una cosa y su contraria se oponen: la noche y el día, la vida y la muerte, el bien y el mal… Sin embargo, en el raciocinio oriental no solo no hay una contradicción tan radical sino que incluso se complementan formando una unidad en armonía. Es la importante diferencia entre quien obliga permanentemente a elegir entre A o B y quien indaga en las posibilidades que le ofrece A y B y aspira a la maximización equilibrada de ambas opciones.

Siguiendo este planteamiento, nuestras disquisiciones acerca de si la China actual es capitalista o comunista, pongamos por caso, o cuál de las dos se acabará de imponer a la otra, expresan una diatriba lastrada por esa incomprensión de origen. China es ambas a la vez. Es un híbrido sistémico. Para los chinos, fórmulas diferentes y hasta contradictorias pueden integrarse y funcionar en un proceso en transición que facilita la flexibilidad y la adaptación. Lo híbrido es lo común y hasta lo deseable.

Si lo aplicáramos al mundo de los negocios, nuestra exaltación de aquella operación en la que nos lo llevamos todo dejando a dos velas a nuestro interlocutor carece de lógica en China. De esta forma, harás un único negocio porque solo una parte quedará satisfecha. Pero si sabes compartir la ganancia, ese puede ser el inicio de una relación larga y mutuamente provechosa.

Esa lógica cultural impregna también la política china. Sus dirigentes han sido siempre grandes lectores de los clásicos. De sus clásicos. Y en su propia historia encuentran una sabiduría condensada en muchas de sus expresiones y máximas que les guían en el día a día. Solo desde la cultura podemos comprender cabalmente propuestas como la de “comunidad de destino compartido” o “la gobernanza a través de la ley” que hoy forman parte del vademécum del Partido Comunista (PCCh). Eso que invoca Xi Jinping y que nosotros traducimos confusamente como el Estado de derecho y que constituye uno de los pilares básicos de la transformación política que China puede experimentar en los próximos años probablemente debe más a los ensayos del legista Han Feizi (siglo III a.n.e.) a propósito del gobierno autocrático que a las enseñanzas, también presentes en el ideario del PCCh, de Marx, Lenin, Mao o Deng (y por supuesto también de Kant). Pero, entre nosotros, ¿a quién le suena Han Feizi? ¿En cuántos manuales de secundaria se le cita? Sus ideas inspiraron el propio nacimiento de la propia China de la mano del primer emperador, Qin Shi Huang.

Es de esa cultura que se desprende la idea de que el Estado, antes que representativo en términos electorales, debe ser, ante todo, eficiente y capaz para resolver los problemas, incluso anteponiendo los derechos colectivos a los individuales. De ahí también el énfasis en la meritocracia como nervio estructural del servicio público. Poder elegir no significa acertar. La premisa es la promoción de aquellos que cuentan con un alto nivel educativo y experiencia en la gestión. Estos planteamientos, lógicamente trasciende cualquier veleidad ideológica moderna y hunde sus raíces en un pensamiento milenario, asociado a aquella burocracia que emergía de los exámenes imperiales. Y esta singularidad determina también que China no se vea a sí misma como un modelo que los demás puedan seguir. Consecuentemente, la ausencia de mesianismo obedece a la lógica natural de una sociedad consciente de las virtudes y límites de su originalidad y de un mundo exterior visiblemente alejado de ella.

¿Confrontación o coexistencia?

La dualidad aristotélica-taoísta es importante para comprender las intenciones estratégicas de China. Y las nuestras. La persistente dualidad bien-mal, por ejemplo, nutre la ambición occidental por lograr que su planteamiento impere por doquier en atención a lo que estima su superioridad absoluta, incluso moral. China, por el contrario, difícilmente acertaría a reproducir el modelo de hegemonía occidental. En realidad, es un mundo en sí misma. Su opción es la coexistencia, precisamente porque considera que la unidad de los contrarios en diálogo y evolución es el estado natural de las cosas.

Hay quien sueña con reeditar la guerra fría. Urge, por tanto, esta reflexión. Primero, porque China se afianza como un actor determinante en el siglo XXI y con él hay que contar en cualquier ecuación. Segundo, porque nos esperan años de probable tensión en la pugna por la alternancia en la hegemonía global y es indispensable perfilar acertadamente las intenciones estratégicas de cada cual. Tercero, porque el factor cultural ganará relevancia en la agenda china. De hecho, el propio Partido Comunista que no hace mucho lo responsabilizaba del atraso del país hoy lo reivindica como de uno de sus valores centrales. La revitalización del país incluye el resurgir de su cultura como elemento diferencial y como principal aglutinante de la sociedad china.

A Europa, cuna referencial del pensamiento occidental, cabe liderar este esfuerzo de conocimiento y de comprensión, transcendiendo los planteamientos aristotélicos del todo o nada. La idea de que un mismo modelo homogéneo se aplique en todo el mundo es impracticable. En consecuencia, cabría abogar por la exploración de fórmulas de entendimiento que faciliten la coexistencia en lugar de la confrontación. En ese proceso de diálogo, todos podemos y debemos evolucionar y aprender.

Por Xulio Ríos

Director del Observatorio de la Política China.

Publicado el 18 de julio de 2021 en OPC.


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