La autodeterminación es un proceso llevado a cabo por muchos países y que refleja anhelos, esperanzas, sueños por desarrollar un camino propio. Un elemento fundamental para la soberanía de los pueblos, con proyección de futuro que se construye en base a necesidades e intereses de los miembros de determinada comunidad.
Suelo escribir en fechas donde pueblos a los cuales he seguido en su historia de autodeterminación e incluso la recuperación de territorios usurpados y recuperados tras guerras contra el ocupante no sólo han logrado tales objetivos, sino que además se constituyen en ejes de desarrollo en la región que comparten con otros países. Tal es el caso de la República de Azerbaiyán –Azərbaycan Respublikası-, un país lleno de contrastes, en una de las zonas más peculiares del mundo. Un país riquísimo, que se encuentra a medio camino entre el Mar Caspio y el Cáucaso, entre Asia Occidental y Europa, un cruce de civilizaciones, culturas, riqueza arqueológica, además de oleoductos gasoductos y proyectos de integración regional e intercontinentales.
En trabajos anteriores he recordado este 20 de enero como un episodio que está en la historia y en el corazón de los azerbaiyanos. No sólo por la importancia histórica de un proceso independentista que había comenzado a andar a la misma velocidad con que la antigua ex Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, de manos del reformista Mijaíl Gorbachov, se hundía lentamente en un ocaso que terminaría con este proceso que se extendió por un poco más de siete décadas y que daba sus últimos manotazos, en este caso tratando de revertir la decisión de emancipación de Azerbaiyán.
26 mil soldados de la ex URSS entraron en Bakú en la noche del 19 de enero y la madrugada del 20 de enero del año 1990, a bordo de una flota de blindados en la capital de este país del Cáucaso Sur. Tal hecho y sus consecuencias han generado una memoria y un recuerdo permanente de uno de los episodios que la sociedad azerbaiyana considera más sangrientos en materia de su tránsito hacia la independencia, tras vivir siete décadas bajo el control de la ex Unión Soviética. El número de víctimas fue estimado, por las autoridades de Azerbaiyán, en 134 muertos, 741 heridos y medio centenar de desaparecidos.
La población de Azerbaiyán exigía el camino de la autodeterminación y lo que encontró fue muerte, no sólo entre ciudadanos de Azerbaiyán, sino también civiles de origen ruso; ucranianos, tártaros, entre otros. Una fecha trágica que se comenzó a conocer como Enero Negro y que en el plano del análisis más fino fue la expresión del gobierno del ex presidente soviético Mijaíl Gorbachov por seguir, en forma estéril, insuflando aire a la inexorable caída de una de las superpotencias que surgió tras el fin de la Segunda Guerra Mundial. Un gobernante enfrascado en sus propias dinámicas de presiones y un camino que al cabo de los años recibiría una descarnada crítica.
Enero del año 1990 marcó para Azerbaiyán un hito histórico y el camino definitivo a la completa independencia, que se completaría con la declaración de independencia el día 18 de octubre del año 1991. El Enero Negro está muy presente en la memoria colectiva del pueblo azerbaiyano, que cada año es conmemorado con ceremonias oficiales en recuerdo de las víctimas que marcaron a fuego el camino de la libertad para Azerbaiyán. Enero del año 1990 es un renacer de aquel espíritu libertario vivido el año 1918 cuando se estableció la República Democrática de Azerbaiyán, considerada la primera república secular y democrática en el mundo islámico, que adelantada a su época otorgó el voto a la mujer y creó la Universidad Estatal de Bakú, una entidad moderna en la región del Cáucaso y Oriente Medio.
La masacre del 20 de enero del año 1990 tiene significados tan diversos y firmes en la memoria del pueblo de Azerbaiyán, que no es posible pensar en él sólo como un mes trágico, un Enero Negro, sino también el inicio de una nueva fase, de un futuro más esperanzador, una etapa de restauración de la soberanía de un país que ha vivido cruentas etapas de búsqueda de libertad y de defensa de los derechos de su población, y que hoy, tras la guerra de recuperación de Nagorno Karabaj el año 2020, puede exhibir un desarrollo más amplio, encaminado no sólo a hacer próspero su territorio sino que ser un motor catalizador en el conjunto del Cáucaso Sur, lo que implica una sinergia con su vecino armenio, también con Georgia e Irán, como también servir de puente de desarrollo, abastecedor energético y con ello seguir potenciando su economía
Los azerbaiyanos están muy claros en la necesidad de avanzar y tener el futuro más próspero como norte y así se puede percibir en las líneas editoriales de sus medios, las declaraciones oficiales y de todo aquello que significa la muestra de un país pujante. Pero, ese futuro no deja de tener presente lo que aconteció, como ese enero trágico del año 1990. Lo sostengo cada vez que he tenido que recordar también acontecimientos como el descrito. Cada enero en los corazones azerbaiyanos resuena con fuerza el recuerdo de sus héroes y la certeza de que el actual país ha sido construido en función de aquellos hombres y mujeres que ofrendaron su vida.
Este 20 de enero de 2023 -más de tres décadas de aquel sábado trágico de 1990-, cientos de miles de azerbaiyanos, como cada año, dirigen sus pasos y abren su corazón, para recordar a sus héroes en el Monumento a los Caídos, conocido popularmente como el Callejón de los Mártires –Shehidler Khiyabani– en la ciudad de Bakú. Allí, el recogimiento y el respeto se funden con la necesidad de tener presente a aquellos que dieron su vida en enero del año 1990 bajo el marco conmemorativo que está “prohibido olvidar”.
Por Pablo Jofré Leal
Artículo para SegundoPaso ConoSur
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