De hecho, y por fortuna, ese perjurio -deliberadamente destinado a condenar a un inocente- fue decisivo para lo contrario. Pero fue un delito flagrante sobre el que, uno imagina, la jueza o la fiscal allí presentes debían actuar de oficio, en el acto. Pero no, nadie mencionó el detalle. He aquí el resto de la historia.
Bersezio, el capitán.
Mofletudo, moreno, de barba, de saco verde y pantalón negro, y con una libreta y un libro de Tolkien en sus manos, el personaje que acompañaba a la fiscal en el Séptimo Tribunal de Garantía de Santiago parecía un discreto funcionario judicial, no un represor especializado. Era el jueves 5 de enero y la situación es la previa del juicio oral contra el periodista de HispanTV Leonel Retamal, acusado de golpear al capitán de Fuerzas Especiales Nelson Bersezio en medio de la represión a una marcha «no autorizada» de estudiantes secundarios en el Parque Bustamante, el 28 de julio del año pasado.
El hombre de saco verde -le gusta el color- flanqueó de cerca a la Fiscal mientras ella pedía encarecidamente a Retamal y a su abogado, Rodrigo Román, obviar el juicio oral y aceptar un acuerdo «amistoso», en que el juicio sería suspendido y finalmente olvidado seis meses después. «No tienes que reconocer responsabilidad en los hechos», reaseguró la Fiscal al periodista. Para entonces, hace rato lejos había quedado la primera acusación, en que según Bersezio, el periodista lo atacó violentamente, golpeando «al menos tres veces» su pecho con «un bastón», destruyendo la sujeción de una cámara GoPro. Acusación de la que nos enteramos todos estupefactos al día siguiente, en la formalización de Retamal, quien apareció en calidad de imputado tras pasar 24 horas preso, y varias horas desaparecido, cuando se negaba su presencia en la Tercera Comisaría.
Cinco meses después, todo se trataba de una «falta menor». Por eso, según la Fiscal y su hasta entonces anónimo acompañante, no ameritaba juicio.
«No», fue la respuesta, categórica a esa oferta. Porque aceptarla significaba admitir tácitamente la versión de Bersezio, precisamente el hombre de saco verde con pinta de burócrata que, calladito, observaba todo.
De lo que se trataba, dijeron Retamal y Román, era de retirar la acusación, admitir que no hubo agresión ni golpes por parte de Retamal, y dejar limpio al periodista -la verdadera víctima- quien estaba allí defendiendo su integridad, no apenas tratando de evitar una multa.
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Ante la inesperada negativa, Bersezio, pasando desapercibido, se sentó al lado de la Fiscal a revisar videos en un computador, y se quedó allí, irregularmente, durante otra audiencia. Buscaba frenéticamente algo que probara su acusación contra Retamal, pero se le veía perdido. Tanto, que el video de su propia cámara, entregado por Carabineros durante el trámite judicial, tuvo que ser facilitado por la defensa de Retamal.
Descubierto allí por la jueza, Ely Rothfeld, el oficial fue enviado a la capilla trasera donde se sientan los testigos, porque ese era su status.
En la capilla de los testigos, el capitán no se sentó a conversar con sus amigos de la acusación, todos carabineros que trabajan con él, sino que se quedó en silencio leyendo su libro. Escuchando, sin duda, lo que conversaban los dos estigos de la defensa.
El hombre siempreverde fue convocado al estrado y dio su versión. Con cierta honestidad, podria decirse, porque de alguna manera se retractó: el arnés fue roto, dijo «durante el forcejeo» con Retamal. Y claro, qué iba a decir, si minutos antes había visto su propio video, en que se veía claramente que él mismo se había golpeado el pecho mientras torcía los brazos de Retamal, quien portaba en sus manos un monópode para sostener la cámara.
El abogado Román preguntó tres veces algo clave: ¿pudo seguir grabando normalmente después del incidente en que la cámara cayó al suelo? Las tres veces la respuesta fue afirmativa. Obvio también: su propio video lo evidencia.
Nada de esto sabía, sin embargo, el otro testigo, Diego Catalán, cabo primero de Fuerzas Especiales, «acompañante» de Bersezio, quien estaba a su lado, o atrás (no supo aclarar ese detalle clave) el 28 de julio, y para quien el libreto era que debía inculpar por todos los medios al periodista.
Sentado estaba Catalán en un estrado donde sin duda no esperaba estar, porque al parecer nadie rechaza jamás un «acuerdo amistoso» tan bueno con el ofrecido, un virtual perdón policial.
Y ahí metió la pata el bueno de Catalán, apurado por el abogado Román. Los golpes de Retamal fueron tan violentos, dijo, que destruyeron completamente el arnés y la cámara no se pudo utilizar más. Es más, informó que el aparato tuvo que ser guardado en el carro policial.
Varias veces preguntó Román lo mismo, para que no quedaran dudas. Y no quedaron. En ese instante, la jueza decidió no ver más videos ni escuchar más testigos, y terminar la farsa. Y aunque según ella hubo una actitud agresiva de Retamal, era imposible acreditar que fue él quien rompió el arnés, si es que estaba realmente roto.
Retamal fue absuelto, pero queda en el aire todo el episodio ¿Por qué ocurrió todo esto? Porque el contexto es que Bersezio y sus hombres estaban reprimiendo brutalmente a un grupo de niños y adolescentes. Porque HispanTV estaba grabando esa represión, y los arrestos arbitrarios, y ellos trataron de impedirlo. Porque lo hicieron a sabiendas de que tanto Retamal como el camarógrafo, también agredido, portaban visiblemente sus credenciales de prensa.
Lo que hubo el 28 de julio fue un atentado a la libertad de expresión, al libre ejercicio del periodismo. Y para consumarla, funcionarios públicos juramentados para hacer el bien, acusaron falsamente a un ciudadano, manipularon imágenes, mintieron al Ministerio Público, forzaron un costoso proceso judicial, y cometieron perjurio ante un Tribunal.
Ya lo sabemos: si nada les pasa a los carabineros que matan, y hasta por la espalda, ¿qué le podría ocurrir a estos doas?
De vacaciones, el capitán Bersezio se deja la barba, como una persona libre, y tal vez se sumerja en el mundo fantasioso de Tolkien para escapar de su triste vida, para regresar a su infancia, cuando tal vez soñaba con ser un valiente policía que ayudaba a los débiles y perseguía a los malvados.
Mucho antes de ser el comandante de un «ariete» de Fuerzas Especiales, como él describió, que hoy dedica la mejor etapa de su vida a dispersar -con «la fuerza necesaria»- marchas de jóvenes inexpertos e inermes, que demandan la educación pública, gratuita y de calidad que les prometieron.
En rigor, la desventura de Retamal es una gota en el mar de penurias que causan las Fuerzas Especiales en el cumplimiento de su misión. Pero, de todos modos, el 5 de enero se hizo un limitado acto de justicia con un joven periodista que no se dejó amedrentar.
Pero, quien sabe si todo terminó. Tal vez -no lo quieran los dioses del Olimpo- se cumpla en una próxima marcha el vaticinio lúgubre del taxista que nos llevó después del juicio: «¿Le ganaron a los pacos? Entonces ustedes están cagaos. Los van a buscar, los tienen cachaos».