Hizo falta un “sabio competente” como reza la melodía. Porque ya es tarde. Porque hay asuntos que no son de última hora. Se redujo la celebración del Bicentenario de Chile a una agenda mediática, de desfiles militares y navales, inauguraciones de obras que igual se hacían, feriados y espectáculos sin impronta. Remata una Comisión Bicentenario acalambrada por líos de dineros, renuncias enojosas, con ausencia de mujeres y hombres proverbiales para la ocasión, proyectos confusos e inconclusos.
El momento marcado en el calendario de la historia se asoma así como una fiesta frágil, tenue, inocua, cursi. Lo deslumbrante, lo épico, lo reflexivo, lo profundo, lo cimero, lo enaltecedor, lo creativo, lo proyectivo, se torna ausente.
Pareciera que los gobernantes de turno no conectaran con los próceres permanentes. Que los programas contingentes no dieran cuenta de los procesos históricos.
Se lee, leemos, que para conmemorar los 200 años de independencia de Chile, harán un parque “similar al Central Park de Nueva York”. Que dos torres “modernas”, inmensas y neoyorquinas, serán parte de las obras bicentenarias. Como si por ahí vagara la identidad de esta estela de territorio habitada primero por indígenas y luego por mestizos que de neoyorquinos tienen lo que un huemul de un oso. Que habrá dos días más de feriado “para celebrar”, lo que sólo ha generado un debate de ganancias y pérdidas, de comercio y clientes. Que la Parada Militar será única “porque habrá más soldados” marchando. Y suman obras que, en verdad, tuvieron otro origen y otra intención y que ahora, así de simple, la agregan al listado Bicentenario como si se tratara sólo de sumar estructuras. O seres humanos, porque quieren meter en el programa el caso trágico de los 33 mineros atrapados en Copiapó.
Como un sinsentido o lejanía de lo que sería celebrar lo que somos, o lo que quisimos ser, o lo que debimos ser, emerge una agenda reduccionista, ahistórica, gris, livianita, una agenda meramente mediática y oficialista-oficiosa, que no llena ni valora 200 años de vida, luchas, sacrificios, logros, construcciones, épicas, fracasos y consagraciones, certezas y contradicciones.
La identidad, la historiografía, la significación, los hitos, los personajes, los procesos, las tragedias, las rebeldías, la razón de la fuerza y la fuerza de la razón, los colores y las tradiciones, las dignidades y las soberbias, los cantos y las geografías, los monumentos de momentos, las manos y las mentes de los que construyeron estos 200 años, todo lo que enaltece dos Siglos de aquella independencia –no la única ni la primera-, se desvanece, desaparece, se diluye, en los dibujos mediáticos, las inauguraciones tenues de último minuto, los feriados, el show.
Se aparece un Bicentenario chanta. Disminuido. Dócil. Porque si 200 años dejan huella, no habrá huella de la celebración. Cuando era el momento nuestro, de los nuestros, para los nuestros.
Cómo hará falta la mirada del estadista, la melodía intensa, la letra descubridora, el pincel agudo, la historia verdadera, los rostros de los que fueron y nos hicieron, las lanzas de las rebeldías, el color y la fisonomía de esta tierra larga y estrecha, profunda y fuerte, en fin, la intensidad y la bravura de 200 años que no se hicieron para poca cosa porque no es poca cosa.
Momento profundo, de grandes creaciones, de profundas palabras, de espacios gloriosos, de obras enaltecidas, de sellar la identidad. Sin prejuicios, con las contradicciones de una Nación contradictoria, con las verdades enteras y no a medias, con los claroscuros de un país que se fue inventando y creando con la fuerza de la historia y una historia hecha a fuerza.
Era, debió ser, un momento de iluminación, de consagración, de convocatoria, de movilización, de emociones, de profundidades, de fiestas auténticas, de reparación, de restauración, de análisis, de educación. Era el momento de haber convocado a la creación de grandes obras históricas, literarias, plásticas, arquitectónicas, urbanas, juveniles, de abrir al país a sí mismo, en cada región y rincón, de haber llenado los espacios de arte, historia, música, danza, reivindicaciones de la tierra y de sus próceres de todos los ámbitos. Sentir que este es un país que valió, que vale la pena.
Momento para sentir y percibir en espacios abiertos, por ejemplo, el legado de Gabriela, Pablo, Matta, Violeta, Arrau y Víctor. De adentrarse en las historias de los mapuches, de los independentistas, de los guerrilleros, de los sindicalistas, de las mujeres emancipadoras, de las gestas sociales, de los hitos que hicieron a esta patria, que la dibujaron, la perfilaron, la consagraron.
¿Dónde estará todo eso el 18/9/010? ¿En qué mentes, talleres, espacios, corazones, manos, ojos, escritos, sentimientos, creaciones? ¿Estará oculta la identidad de la tierra y del pueblo dos veces centenario? ¿Se asomarán por las cúspides cordilleranas los ojos de José Miguel, Bernardo, Manuel, Javiera, Salvador, Miguel, Luis, Clotario, Raúl, para mirar cómo los recordamos, cómo reivindicamos lo que fueron para que fuéramos? ¿Surcarán las araucarias milenarias Lautaro y Guacolda, Caupolicán, su pueblo, para redescubrir que son los olvidados de siempre? ¿Será para las niñas y los niños una mera fecha de festejos que no calará la piel para sentirse de verdad hijos de una patria que merecen? ¿Habrá algo que lleve la palma de la mano de chilenas y chilenos a su corazón sintiendo que allí late de a de veras una historia tricolor de luchas, sangre y justicia, que al mirar el cielo, el mar y la tierra haga brotar lágrimas de orgullo y que al voltear sean estremecidos por lo que fueron y lo que hicieron los que tuvieron honor, palabra, sabiduría, dignidad, valentía, audacia, arrojo? ¿Habrá alguien o algo que recuerde que en este trozo del planeta se ha bregado para extirpar la ignorancia, la indolencia, la injusticia, la explotación, la desigualdad, la discriminación, la dependencia, la mentira y el olvido?
Chile debería haber sido Bicentenario en cada minuto, hora y día de este año. Por televisión, radio, diarios, avisos, gigantografías, imágenes, debió brotar a cada instante la frase “tú eres Chile, tú eres Bicentenario” para reconocernos en la fecha-hito. Que el Bicentenario nos recordara, nos hiciera recordar, nos llamara a recordarnos.
Por Hugo Guzmán