Dos hechos han marcado un cambio radical en el proceso electoral de Estados Unidos en la última semana. El primero de ellos fue el intento de asesinato del candidato republicano, Donald Trump, en un mitin en Pensilvania. Este hecho, marcante especialmente por las contradicciones que hace ver en la sociedad estadounidense -después de todo, el atacante era un hombre, joven, blanco, con estudios, que apoyó a Trump y que utilizaba un arma comprada de manera legal, registrada, algo que los republicanos insisten en asegurar, les vuelve seguras-, significó un impulso definitivo a un candidato que se perfilaba desde antes como un ganador fácil en el proceso que se desarrolla.
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En segundo lugar, el lado demócrata tuvo igualmente eventos interesantes, pues el presidente Joe Biden, que buscaba la reelección, ha anunciado que se retira de la contienda, dejando ahora lo sabemos, en su lugar a la actual vicepresidenta, Kamala Harris. A lo largo de las últimas semanas y especialmente con posterioridad al debate celebrado entre los dos candidatos el 27 de junio, lo que era antes motivo de memes y bromas, se volvió una realidad abrumadora: el estado de salud físico y mental del presidente, no parece ser el adecuado para quien gobernará el país con el arsenal más poderoso del mundo.
Para algunas personas, este cambio de candidatura entre los demócratas es una noticia espectacularmente buena. Quienes observan con más deseos que objetividad lo que sucede, piensan que es una buena posibilidad de derrotar a un imparable Trump en las elecciones generales, y sobre todo, para recuperar la confianza del pueblo, tanto para obtener mayores posiciones en el congreso, como para legitimar una lucha que se antoja enormemente complicada para transformar la realidad de un país que ha naturalizado un discurso profundamente racista y conservador.
El problema de esta visión es que no parte de elementos objetivos, sino de nueva cuenta, de deseos personales. Como en el caso de aquellas personas que asumían que la “marea rosa” había alcanzado a Morena, o que las larguísimas filas en las casillas se debían a un “despertar ciudadano” y un “voto oculto”, los demócratas que insisten en presentar encuestas a modo como forma de “demostrar” que viene una remontada prácticamente milagrosa, fallan en su análisis de la realidad. Según los datos objetivos, la balanza se ha movido muy poco con este cambio, contrariamente a lo sucedido con el atentado en contra del ex presidente Trump. En este momento, muchas más personas, incluso entre quienes se asumían hace poco como indecisos, votarían por el candidato republicano que por cualquiera que los demócratas pudieran presentar. Es verdad: los números se mueven un poco con el cambio, pero eso es sólo posible por los terribles negativos que tiene el presidente en turno.
Observar el panorama actual debería iniciar con un momento de reconocimiento profundo. Por un lado, el partido republicano ha sido tomado por asalto por aquellos que, partiendo de una construcción antidemocrática, pretenden transformar el espacio de la discusión pública, haciendo permisible todo aquello que la historia nos ha enseñado como sociedad que debe ser rechazado. Esto es, legitimando el racismo, el sexismo, la homofobia, la xenofobia y la deshumanización del diferente de forma general, como si se trataran de “simples opiniones”. Por otro, la respuesta a esto por parte del partido demócrata, ha sido la de construir un discurso artificial, alejado de los problemas reales de la gente, que a la mayoría se le antoja ridículo y que se construye no para una búsqueda de dignidad de todos, sino para la superioridad moral y la protección de privilegios de aquellos individuos que por sus características, los posean, se encuentren en el sector en el que sea.
Este panorama no es extraño. Hace un siglo, el huevo de la serpiente se construyó en las mismas condiciones en Europa, y ahora, lo hace de nuevo. No es la falsa sensación de polarización de quienes se asumen ofendidos por los dichos del otro, sino precisamente el intento de que dicha polarización sea resuelta artificialmente, lo que ayudó a empollarlo. Y por eso, hoy, más que nunca antes, el peligro de lo que se avecina se antoja inevitable para el mundo. Gane quien gane en la elección de noviembre.
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