La ofensiva neoultraderechista global nace por la creación de la mercadocracia: el mercado omnímodo captura el sistema democrático liberal para sus intereses corporativistas en detrimento del bien común, vaciándolo de credibilidad. Paradojalmente, el gran crecimiento económico neoliberal potencia la bomba de la desigualdad por la concentración de riqueza en un 1% de la población, lo que termina por deslegitimar todas las instituciones de la democracia liberal. La debacle financiera de 2008, que deja a las clases medias y bajas sin el poder adquisitivo de antes de esta crisis, consolida la ofensiva neoultraderechistas. Así, con una crisis total de representación, el escenario ideal para los extremismos políticos está servido.
En Chile, la crisis se agudiza por la constitucionalidad heredada de la dictadura. Defendida como un acto de fe por la derecha, que bloquea durante 30 años reformas estructurales para minimizar las desigualdades, terminó desautorizando todo el sistema hasta provocar el tsunami social.
El postulado central de la neoultraderecha, es suprimir lo liberal del sistema democrático. Pero una democracia iliberal no es democracia, o es una suerte de democracia Frankenstein. La negación de los derechos de mujeres, minorías sexuales, pueblos originarios y étnicos, es el mayor atentado al sistema democrático liberal después del nazifascismo: es una regresión en toda regla para instaurar un orden autoritario sacrificando todo derecho social y humano. En política económica, niega la verificación contrastada de la ciencia sobre el cambio climático para liberar al mercado ultraneoliberal de controles ecológicos y pueda continuar depredando el medioambiente, sacrificando la vida en el planeta.
El modus operandi neoultraderechista iliberal, es crearse enemigos internos entre un “nosotros” y “ellos”; vale decir, nosotros: blancos-ultraconservadoras-heterosexuales-patriarcales; contra: extranjeros-feminismos-comunidad LGTBQI+-etnias no blancas- izquierda-derecha tradicional, etc. Para polarizar al máximo la sociedad hacen uso de un “nosotros” contra “ellos” con un coctel de odio, prejuicio y ultranacionalismo premeditado como base binaria de su sistema identitario, presentándolo como la única forma correcta de ser, vivir y ordenar la sociedad. Alientan con el discurso del odio el enfrentamiento entre grupos sociales para estimular los instintos más irracionales, como la xenofobia/racismo, la misoginia, la aporofobia, la homofobia, etc.; e instan a la violencia del odio porque es el sentimiento humano más fácil de cultivar y, por eso, el menos inteligente ya que no requiere de procesos racionales, sino que sólo se estimula el primitivo instinto animal que todos cargamos. Si la propaganda ultraderechista nazifascista usó la última tecnología de la época, el cine, ahora utiliza la Red como su caballo de Troya para erosionar la democracia liberal con la desinformación sistemática como táctica política, apoyada por una cascada de conspiranoias; en rigor, la Red la convierten en una cloaca donde naufragó la verdad con la mentira “sin complejos”.
Un aperitivo en Chile de neoultraderechismo, es el requerimiento a las universidades de dos de sus parlamentarios sobre datos de centros, planes de estudio y personal que tengan relación con la “ideología de género” (que nunca ha existido), la diversidad sexual y el feminismo, en una auténtica demostración de amedrentamiento autoritario de lo que vendrá si José Antonio Kast llega a La Moneda.
Las mujeres, minorías sexuales, pueblos originarios y/o étnicos, ―que representan cerca del 70% de la población―, han sido por milenios marginadas de sus derechos; sólo por su lucha decidida han conseguido gradualmente lo que todo sistema democrático liberal tiene como paradigma central: la inclusión de derechos sociales, económicos y humanos de toda la ciudadanía. Concretamente, este 70% es el agua, la luz y el aire del sistema democrático liberal: por ejemplo, sin su lucha valiente la mayoría de la población, las mujeres, aún no tendrían derecho a sufragar. Reprimiéndolos y quitándoles sus derechos tan difícilmente conseguidos, mutilan el proceso de mejoramiento de más calidad democrática.
La ofensiva demonizadora contra la Convención Constitucional, apunta a lo mismo: con la mentira sistemática (como que la CC cambiaría de bandera, himno y nombre del país) pretende detener la constitucionalización de la democracia liberal garantizando derechos sociales, económicos y humanos plenos: la CC es una amenaza a su orden autoritario.
Para blindar la democracia liberal, la nueva Constitución debe tener un apartado militante, como la italiana y alemana que padecieron como Chile, y se mantiene latente, una dictadura ultraderechista. Este apartado constitucional debe articular la imposibilidad de la propagación de neoultraderechismos y/o neopinochetismos, que sea capaz de ilegalizarlos si entran en una espiral de violencia física y verbal, como es el discurso del odio, la negación de la verificación histórica y la apología a criminales de lesa humanidad pinochetistas. Normalizar este discurso, que no tiene nada que ver con la libertad de expresión, atenta contra los valores y los principales preceptos de convivencia democrática liberal civilizatorios. Sin embargo, para blindar la democracia liberal, se debe ampliar el concepto “violencia política” a cualquier ideología que pretenda conquistar el poder mediante la violencia física y/o discursos del odio. Históricamente, las ideologías ultras sean de derecha o de izquierda sólo instrumentalizan el sistema democrático liberal para, ya alcanzado el poder, destruirlo.
Confiamos que en esta encrucijada histórica, Chile sabrá superar este reto con el mejor instrumento del sistema democrático liberal, el voto popular.
Por Jaime Vieyra Poseck
Antropólogo social y periodista científico