Como “Charlie en la Fábrica de Chocolates” (película de Tim Burton que no recomiendo, pero que sirve para ilustrar el punto que quiero poner en discusión), el lobo marino no puede creer lo que tiene frente a sus ojos. Si tuviera manos, se los refregaría con ellas, para convencerse de que lo que ve no es una alucinación. Sus antepasados contaban historias de penurias, de asidua búsqueda de alimento; que la vida era dura, que había que nadar horas para conseguir una buena pesca. “Los tiempos han cambiado para mejor”, piensa el joven lobo, mientras endereza sus bigotes antes del gran festín. Frente a sí decenas, cientos, no, miles de peces carnosos y contundentes se estrellan unos contra otros en un espacio reducido. Lo único que lo frena de alcanzar la gloria es una tupida red, la misma que mantiene a sus manjares cautivos. “Pero, ¿para qué nos dieron colmillos si no para usarlos?”, se dice Lobito. Y arrasa con la red y se da una panzada como nunca en su vida, mientras los salmones que no pilla arrancan raudos hacia las aguas abiertas del océano, a darse ellos también la gran panzada, con las especies nativas que encuentran revoloteando.
Los lobos marinos son el más reciente chivo expiatorio utilizado por dirigentes del sector pesquero y por políticos que quieren ganarse el favor de éstos. En un comunicado que lleva por nombre “Matanza Bicentenario”, la fundación Ecocéanos denuncia que, ante la crisis laboral y social de los pescadores artesanales en la X Región, se ha sugerido que los culpables son nada más ni nada menos que los lobos marinos. Así, éstos ya no son sólo acusados de provocar daños en la industria salmonera –que los denuncia por pérdidas anuales de 140 millones de dólares–, sino que también por el simple hecho de alimentarse. En palabras del senador Camilo Escalona, estos mamíferos marinos tienen la “costumbre” de comer… ¡lo mismo que buscan los pescadores artesanales! Y propone como solución una matanza selectiva de esta especie, si ello es necesario para garantizar el bien común.
Además de recomendarle a dicho parlamentario y a quienes lo apoyan un curso de ecología básica y un par de estudios científicos que muestran la inutilidad de las matanzas selectivas, me gustaría hacerlo reflexionar sobre su concepto de “bien común”. Si por éste entiende los ingresos económicos a corto plazo para los seres humanos que vivimos hoy –que es lo que parece deducirse de sus palabras–, le diría que piense otra vez. Mientras entendamos este concepto tan manido en términos exclusivamente humanos, estamos perdidos. Basta ver los resultados de quienes se guiaron por este principio: los sueños utópico-tecnológicos de los socialistas de viejo cuño se han probado tan dañinos para la raza humana y para el planeta entero como los de los capitalistas libertarios a ultranza.
Las verdaderas causas de la crisis de los pescadores artesanales no sólo en Chile, sino en todo el mundo, son en realidad la depredadora pesca industrial, las laxas leyes de concesiones marítimas y la introducción de especies exóticas, entre otros. Expiarlas a costa de estos mamíferos marinos es un argumento más oscuro que boca de lobo.
Por Alejandra Mancilla