Por Mauricio Rojas Alcayaga
Asumió Gabriel Boric como Presidente de la República, y con ello, para algunos analistas este hito definitivamente marcaría el fin de la denominada transición a la Democracia. Más allá si esta aseveración se condice con el proceso histórico chileno postdictadura, es evidente que se avizora un nuevo ciclo político en nuestro país (en hora buena) sustentado en profundos cambios culturales que la clase dirigente no fue capaz de ver u oír. Pero lo más sorprendente es que, para aquellos que apoyan el modelo transicional, nada parece haber cambiado o se resisten a asumirlo, de allí el nacimiento de los “amarillos”, un grupo transversal concertacionista que hablan como si fuesen inmunes a los cambios del Chile de hoy. Otros, desde sus testeras de poder, defienden la institucionalidad como un bien sagrado. Tal es el caso de varios senadores, incluida su ex presidenta, que claman por la necesidad de esta burocracia del poder, sin siquiera darse el tiempo de leer los estudios de opinión que ubican al senado como una de las entidades más desprestigiada de las instituciones democráticas. Pareciera que ni siquiera la fuerza telúrica del estallido social hubiese hecho mella en los políticos del duopolio.
Pero quizás se deba a un legítimo instinto de supervivencia, por ello sorprende más una cierta correlación de relatos de analistas políticos de la plaza que insisten majaderamente, y sin sustento alguno, que el triunfo de Boric se debe a la “moderación” de su discurso. Ni siquiera la negativa del propio presidente sobre este argumento ha sido suficiente para que en los medios de prensa se enfatice este aspecto como la piedra angular del triunfo y buen gobierno del Frente Amplio y Apruebo Dignidad, esencialmente porque la llamada moderación es la piedra filosofal con que los moderados explican el éxito de la transición chilena, y cualquier reemplazo de ella equivale a otro retiro del 10% y el descalabro que, según los agoreros, provocaría.
Detengámonos en los hechos para analizar este intento de moderación por parte de los poderes fácticos, al gobierno de Boric. El ascenso del Frente Amplio se dio en las elecciones presidenciales del 2017, cuando su candidata Beatriz Sánchez casi desbanca del segundo lugar al candidato de la ex concertación Alejandro Guillier e irrumpe una bancada distinta al duopolio concertación-derecha. ¿Alguien podría sostener que se debió a un discurso de centro con el que tanto se excitan los analistas? Tampoco era un discurso incendiario, pero era bastante lejano en ese momento a las posiciones centristas. El segundo hito del cambio político cultural que vive Chile lo podríamos ubicar en el estallido social, que de ninguna manera representa al imaginario de los moderados, ni siquiera socialdemócratas. No es casual que la figura de Gabriel Boric emerja con fuerza en medio de las tensiones del 11 de noviembre, cuando la clase política con la soga al cuello decide entregar su Carta Magna –sí, aquella de Pinochet maquillada por Lagos– ante la presión popular muy lejana a la moderación. Cuando el modelo crujía, y Piñera le declaraba la guerra a su propio pueblo, un visionario decidió encabezar un profundo proceso de cambios sociales y políticos fuera de la cocina, escuchando la furia de las cacerolas que nunca entraron en la receta transicional.
De allí saltamos al plebiscito, que, con más de 7.562173 electores se constituyó la más alta participación electoral desde el retorno de la democracia, y que con un mayoritario 80%, refrendó el profundo deseo del pueblo chileno de cambiar la Constitución de Pinochet, cuando los analistas asiduos de los medios siempre aseveraban que no era una prioridad social. Otro mentís a los espíritus amarillos. Más aún se evidenció el deseo de cambios radicales con la elección de los constituyentes, en donde la derecha no alcanzó ni de cerca el tercio que bloquearía a los “radicales”, la Democracia Cristiana, símbolo de la moderación, obtuvo un solo constituyente, y, para asombro de los analistas, un bloque llamado la Lista del Pueblo brotaba frente a sus ojos sin ninguna explicación plausible. Otro fracaso de los pronósticos moderados.
Y finalmente llegamos a la elección presidencial. Aquí me quiero detener en un hecho más estadístico, ya que según cifras de prensa votaron en el primer proceso 7.114.800, cifra muy similar a la segunda vuelta presidencial del 2017, en donde triunfó Sebastián Piñera con una participación electoral de 7.007.668 votantes. Es evidente concluir que una cierta petrificación del padrón electoral explica el vaivén victorioso de las fuerzas moderadas y/o de derecha. ¿Qué explica entonces la holgada victoria de Boric en la segunda vuelta presidencial? Mucho se ha escrito y debatido al respecto, pero predomina en los medios el sermón oficial de la moderación. ¿De dónde se infiere eso si el propio presidente y su coalición lo han desmentido?
Más plausible parece atender como causa el masivo aumento de participación electoral que superó en más de 8.300.000 los votantes. ¿Alguien podría sostener con seriedad que el aumento de más de un millón doscientos mil votos, respecto de la primera vuelta, provienen de los moderados que aquella mañana se levantaron a defender la patria? Evidentemente no. Los que tuvimos la oportunidad de participar en el proceso electoral pudimos observar la marea de jóvenes que llegó a votar aquel día. Notoriamente fue el voto joven (o de espíritu joven), muy alienado al voto del plebiscito, el que inclinó la balanza. Muchos de aquellos jóvenes que habían dejado de participar cansados de la moderación del duopolio, despertaron con la idea de una misión a cumplir, de continuar y profundizar las demandas de octubre. Los llamados octubristas sin duda fueron los que detonaron el triunfo de Gabriel Boric, que no se motivaron en primera vuelta, pero ante la amenaza de restauración conservadora o pinochetista, no dudaron en cumplir su deber cívico, esencialmente para preservar los ideales del movimiento del 18 de octubre. Ellos son los que forzaron el acuerdo de noviembre y posibilitaron la victoria de una nueva generación, tal como lo reconoció el presidente en su discurso desde La Moneda, y a ellos, a esos muchach@s de octubre se debe la primera autoridad del país, esos anhelos de cambios profundos, y no moderados, son los que la gran mayoría de chilenos espera se cumplan.