El domingo 15 de marzo miles de brasileños salieron masivamente a las calles para expresar su descontento contra el gobierno del Partido de los Trabajadores (PT) y de Dilma Rousseff, debido a los casos de corrupción política en que se ha visto envuelto el oficialismo. Instigados por los medios masivos muchos brasileños manifiestan un profundo sentimiento de descontento, frustración y rabia contra la clase política. Las protestas ampliamente divulgadas por canales de TV abierta como Globo y Record, se tomaron las principales avenidas en cerca de 20 capitales de todo el país, las principales se localizaron en Sao Paulo, Rio de Janeiro, Brasilia y Belo Horizonte.
Los analistas de derecha comentaban que las movilizaciones eran las mayores desde las protestas ‘directas ya’ de 1984-85 y de las movilizaciones que provocaran la renuncia del presidente Collor de Mello en 1992. Si bien es cierto que la ola de denuncias de corrupción ha golpeado fuerte al PT y persiguen llegar hasta dejar en jaque la continuidad y la popularidad de los gobiernos del partido de Lula que han triunfado en las últimas cuatro elecciones presidenciales, lo cierto es que las movilizaciones concitaron muy de lejos la adhesión que tuvieron las protestas de junio de 2013 por el aumento de la tarifa de buses en las principales capitales.
Las movilizaciones sociales han cobrado una fuerza inusitada. Los medios han estado atentos a la importancia que han jugado las tecnologías de la información y las redes sociales, las que han contribuido significativamente a la divulgación de las movilizaciones y sus demandas, las que si bien son difusas, tienen como foco principal la denuncia de la corrupción política que amenaza el devenir histórico del gigante sudamericano.
Las protestas sociales en Brasil desde 2013 se han caracterizado por la diversidad de demandas y de grupos sociales. En este terreno amplio de actores, los medios han reducido las críticas en la denuncia contra la corrupción. A diferencia de las protestas por el aumento de la tarifa y demandas sociales, en las últimas protestas se han visto carteles que van desde el impeachment de la presidenta, hasta peticiones de una intervención militar que peligrosamente cobra mayor fuerza. Todo se nutre de una psicosis antibolivariana (infundada por lo demás) que ha despertado un profundo temor por la una supuesta ‘amenaza comunista’ que el gobierno petista representa debido a su cercanía con los gobiernos de Cuba y Venezuela.
En las manifestaciones del 15M ha sido posible observar numerosas pancartas e incluso la venta de camisetas que claman por una intervención de las fuerzas armadas, las que durante las manifestaciones fueron el foco de los famosos selfies y recibieron flores de parte de algunos manifestantes. Se piensa inocentemente que las FF.AA. en teoría pondrían orden al país y acabarían con la clase politica corrupta, sin considerar que el transfondo de la problemática es mucho más profundo, pues la corrupción de ningún modo es una invención del PT, sino más bien representa un mal endémico del país.
La asonada de la derecha brasileña es sustentada en gran medida por los numerosos escandalos de corrupción, tales como el desatado por el llamado mensalão en 2005, el que según André Singer en sus estudios sobre la base social del lulismo, produjo el divorcio entre el PT y la clase media, y como suele ocurrir en las separaciones resentidas, el divorcio se convierte en un odio ciego y voraz que carcome las bases de cualquier tipo de relación. Pero el PT aún no había logrado limpiar su imagen desde el escàndalo de las mensualidades, cuando recientemente sale a la luz el caso Petrobras, que dio leña a la hoguera alimentada por los medios y la derecha brasileña.
A la visibilización exagerada por los medios de los escándalos de corrupción, se suma una coyuntura económica desfavorable, vinculada a la desaceleración económica que ha llevado al país a crecer apenas en torno del 1% el 2014, y que para el 2015 se espera que esta cifra sea aún menor. Además Brasil está experimentando un aumento en la inflación, la que si bien se mantiene bajo control en un 6,3%, no hace más que revivir los fantasmas de la hiperinflación de la década de 1990 en que bajo Collor de Mello llegó a un increíble 2.477%, seguida por los 946% con Henrique Cardozo, quien llevara a la aplicación del Plano Real, devaluando el cruzeiro e instaurando el real como moneda nacional.
Hoy los economistas proyectan un alza en la inflación para el 2015 y una mayor desaceleración económica, prevén un aumento de la tasa de interés referencial del Banco Central para el 12,50%, además se estima que el real se debilitaría a 2,75 por dolar al final de 2015. Sin duda proyecciones macroeconómicas negativas para la principal potencia sudamericana.
CALDO DE CULTIVO PARA LA DERECHA
Al panorama anterior se suma una derecha política frustrada por no lograr llegar al poder democráticamente en cuatro elecciones consecutivas, encargándose de sacar el máximo de beneficios de esta crisis, difundiendo el caos, recurriendo al fantasma de la amenaza comunista y fortaleciendo la idea de intervención militar que no hace más que dividir peligrosamente al país. Todo esto en alianza con la rede GLOBO que mantiene prácticamente un monopolio de la información, quien viene desarrollando una abierta campaña por el Impeachment de Dilma, incluso el director de la red Erich Bretas exige la salida de la presidencia desde su cuenta facebook. Sin ir más lejos el 15M interrumpían cada 40 minutos las programaciones habituales para dar cobertura a las manifestaciones, como bien dice el profesor Gilberto Maringoni “la manifestación principal no está en las calles, está en la TV” sentenció el intelectual en directa alusión al papel que ha jugado la globo en crear un ambiente de hostilidad política al interior del Brasil.
Resulta paradójico observar al ex candidato a la presidencia Aécio Neves (PSDB), quien fue derrotado estrechamente por Rousseff (51,45% contra 48,55) en la segunda vuelta de octubre de 2014, quien ha salido en público para defender la cancelación de registros de los partidos involucrados en casos de corrupción, persiguiendo con esto atacar al PT. Una contradicción evidente, pues si fuese por esta propuesta ni siquiera el mismo podría haber sido candidato a la presidencia debido a la larga lista de escándalos en que su partido y el mismo se han visto involucrado. Neves tiene entre su historial el construir un aeródromo fiscal en un terreno de un familiar y el año pasado se supo como la empresa Alstom pagó propinas a políticos del PSDB de São Paulo. También políticos de derecha como Agripino Maia, José Aníbal o Aloysio Nunes salieron a las calles a protestar contra la corrupción pese a tener un extenso prontuario de fraudes.
Es posible apreciar dentro de estas movilizaciones una peligrosa dosis de odios políticos que persiguen dividir peligrosamente a la sociedad brasileña entre los que piensan que no hay vuelta atrás y que el PT y su presidenta deben dejar el poder, sea a través de impeachment, o por otras vías como la intervención militar.
Al otro lado están los defensores del PT y de la presidenta Dilma, quienes se han visto objetivamente beneficiados por las políticas sociales aplicadas a lo largo de la última década, a través de las cuales se ha logrado reducir significativamente la escandalosa injusticia social que ha delineado el mapa social del gigante latinoamericano.
Así, se ha ido estableciendo una frontera política delineada por los medios que demarcan un imaginario entre un ‘ello’, los corruptos del PT, y un ‘nosotros’, representados como ciudadanos trabajadores cansados de la corrupción. Se está estableciendo una clara lucha política por la constitución de una identidad que aún se aprecia extremadamente difusa en cuanto a sus demandas y propósitos, pero que de a poco ha ido cobrando forma.
Todos estos elementos conjugados han generado una ola de turbulencias sociales que amenazan la gobernabilidad e institucionalidad brasileña, desatando una casa de brujas de la que nadie en el gobierno está a salvo. Esta realidad deberá ser enfrentada con gran perspicacia política por parte del PT o de lo contrario podría hacer naufragar más de 12 años de gobierno petista, junto a todo el proyecto político y social que se viene desarrollando hace más de una década, el cual sin duda ha logrado cambiarle la imagen al país desde la llegada de Lula Da Silva al poder en 2003.
Brasil en poco más de una década está dejando de ser considerado como un estado fallido, caracterizado por su frágil gobernabilidad, escándalos políticos y económicos, una alta inflación, desempleo, pobreza e inseguridad ciudadana. Los gobiernos del PT mudaron esa fama y han conseguido colocar a Brasil como una nación respetada en el concierto internacional, considerada una de las principales potencias emergentes (integrante del BRIC) y transformada hoy en la sexta economía del planeta. Además de haber alcanzar importantes logros sociales, reduciendo significativamente los índices de pobreza, el desempleo y la inflación. Sin ir más lejos logró salir del mapa del hambre en 2014 según informe elaborado por la FAO, en el que se muestra que entre 2002-2013 la situación de subalimentación cayó en un 82% luego de la aplicación del programa de combate al hambre impulsado por el PT, pues aunque suene increíble en pleno siglo XXI y en uno de los principales productores agro-industriales del mundo, hasta hace unos años el hambre era una realidad en muchas regiones del país. Se superó así unos de los problemas casi estructurales del Brasil y de su inmensa población, la seguridad alimentaria.
El aumento de la renta de los más pobres tuvo un crecimiento real de 71,5% del salario mínimo, sin ir más lejos el ingreso per cápita pasó de U$ 2.811 a U$ 11670 per cápita. Además ha generado más de 21 millones de puestos de trabajos que mantienen la tasa de desempleo a un nivel bajo, cerrando el 2014 con un 4,8 %, cifra que alcanza prácticamente el pleno empleo y que es explicado por la propia dinámica del mercado del trabajo, pero también por las políticas desarrolladas para expandir la demanda de mano de obra que permita alejarse de las históricas cifras de pobreza que Brasil exhibía en la década de 1990, cuando era gobernada por la socialdemocracia neoliberal. Así mismo, el programa social Bolsa Familia ayuda a más de 14 millones de grupos familiares y ha sido destacado por la ONU como un real aporte a la lucha contra la injusticia social.
Si bien se ha avanzado enormemente, los desafíos que enfrenta la tierra de la samba y el futbol son mayúsculos y, es precisamente en este contexto de agitación y convulsión social cuando realmente se producen las condiciones para lograr los tan necesarios cambios políticos y sociales que Brasil necesita.
Pero más que la salida de una presidenta democráticamente electa, que parece ser la agenda pauteada por los grandes imperios mediáticos brasileños, lo que el país realmente necesita, al menos al corto plazo, son leyes sólidas que castiguen la corrupción. Paradójicamente esta demanda por leyes contra la corrupción brilló por su ausencia durante las movilizaciones, concentrándose las fuerzas de las consignas e incluso insultos, « fuera PT, y fuera Dilma », « ladrones », « Impeachment » o simplemente «intervención militar », siendo que el foco de las manifestaciones debería estar colocado en el fortalecimiento de las leyes y la creación de instituciones que garantan la transparencia y el castigo a sus infractores. Este mal es considerado parte de la vida diaria y los mismos brasileños muchas veces lo han convertido en una marca inherente a la idiosincrasia brasileña, que va desde la corrupción política, pasando por el jeitinho brasileiro (saltarse los conductos regulares para conseguir algo) , hasta la grosera corrupción de la policía civil y militar, lo que no hace más que incrementar la perdida de confianza en las instituciones por parte de la sociedad civil.
Hay fuerzas que quieren empujar a Brasil al borde del precipicio y aprovechan el momento en que el partido gobernante se debate entre graves casos de corrupción y una creciente desaceleración económica que coloca en jaque las proyecciones del país. Sin dudas la protesta social es un medio valido para alcanzar transformaciones políticas y sociales, mudanzas que se hacen necesarias dentro de un país continental como Brasil, en donde la corrupción históricamente se ha instalado como un mal endémico que corroe las bases de la sociedad y le impide alcanzar un mayor nivel de desarrollo, llevando a su población a perder la confianza en sus instituciones. La clase dominante no tiene odio, tiene astucia, el odio ella lo terceriza y los inocentes lo divulgan.
Luis Leal Cuevas*
El Ciudadano
* Historiador, Máster en Relaciones Internacionales-IDEA-USACh y Máster en Educación UERJ.
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