Por Amanda Durán
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Desde los banqueros que fugaron divisas en plena debacle hasta los empresarios que construyeron fortunas sobre la desesperación ajena, la historia argentina está repleta de estafas que, con el tiempo, escalaron de lo anecdótico a lo estructural. Ayer fueron los bonos basura, antes de ayer, las privatizaciones exprés; hoy, las criptomonedas. El escándalo $Libra no es solo otro episodio en la saga de fraudes financieros, sino una radiografía de la fragilidad democrática en un país donde el voto es un acto de fe.
Esta vez, el mesías es un autoproclamado salvador del progreso. Un nuevo capítulo de la narrativa argentina ¿la lección?: cada crisis tiene su mesías y cada mesías, su estafa.
Parte 1: El origen
Octubre, 2024. Milei lleva pensando en su entrada triunfal al evento tecnológico del siglo durante semanas, a estas alturas ya siente que sabe todo lo que sucede allí: el camino de entrada comienza a llenarse de magnates tecnológicos, invitados y no invitados lo quieren ver de cerca, puede sentir la música ambiente aumentando con sus pasos, presentándolo esplendorosamente hasta convertirse en una gran orquesta, hermosas mujeres bebiendo cócteles mezclados con el jugo de cientos de limones y naranjas mientras los huéspedes del Hotel Libertador intentan asomarse al Salón Grand Bourg. Y al fin llegó el día. Está en el Tech Forum.
Los organizadores, Mauricio Novelli y Manuel Terrones Godoy, lo sabían: Milei era el imán perfecto. Su imagen vendía, su presencia prometía, su nombre era oro en el ecosistema cripto. La estrategia era clara: la sola mención de su participación bastaba para elevar las tarifas de los patrocinadores, algunos de los cuales pagaron sumas exorbitantes por la promesa de acceder al entonces presidente electo.
Dentro del salón, el aire olía a exclusividad. Julián Peh, CEO de Kip Protocol, un hombre que en el mundo de las finanzas digitales se movía con el aplomo de quien ha aprendido a ganar en todas las jugadas, observaba desde una esquina. A unos metros de él, un hombre con una sonrisa afilada se paseaba con la seguridad de quien ya había encontrado lo que buscaba: Hayden Mark Davis, un empresario con conexiones en el universo cripto y una trayectoria salpicada de negocios difusos.
La reunión que se gestaba esa noche marcaría el inicio de lo que, meses después, se transformaría en la estafa multimillonaria de $Libra.
Parte 2: El tuit del desastre
Febrero, 2025. Javier Milei publicó un tuit que cambiaría el destino de miles de pequeños inversionistas. En su mensaje, celebraba el lanzamiento de la criptomoneda $Libra como un proyecto financiero alineado con los ideales de su gobierno:
“Liberal Argentina crece. Este proyecto privado se centrará en alentar el crecimiento de la economía argentina, financiar pequeñas empresas y aventuras argentinas.”
El mercado reaccionó de inmediato. En cuestión de horas, $Libra alcanzó una capitalización de 4.500 millones de dólares, con miles de personas sumándose a la fiebre especulativa. Todo era perfecto: una Argentina sin trabas burocráticas, un modelo financiero descentralizado, un experimento ‘libertario’ en su máxima expresión. Los números subían y subían. Telegram estallaba con grupos de trading improvisados, influencers cripto gritaban que esta era la oportunidad del siglo, y en X, los ‘libertarios’ más fanáticos hablaban de la revolución financiera definitiva. Por unas horas, Argentina parecía haberse convertido en la meca del capitalismo digital. Por unas horas, Milei era más que un presidente: estaba a pasos de ser un Dios.
Pero en la blockchain todo es transparente. No tardó en revelarse que, en los primeros segundos del lanzamiento, un pequeño grupo de carteras digitales compró cantidades masivas de $Libra a precios irrisorios. Nada de competencia ni libre mercado: los verdaderos ganadores ya estaban adentro antes de que la mayoría pudiera siquiera acceder al exchange. Esos inversores privilegiados vendieron sus tokens con ganancias de hasta siete millones de dólares cada uno. En total, se drenaron aproximadamente 87 millones de dólares del proyecto en las primeras horas.
Este fenómeno, conocido como «rug pull» (‘tirar de la alfombra’), es una maniobra clásica en las criptoestafas: se infla artificialmente el valor de un activo con publicidad engañosa, se atrae a inversores minoristas y luego los creadores originales retiran su dinero, desplomando el precio. Cuando la burbuja explotó, $Libra se desplomó en tiempo récord, y los pequeños inversionistas quedaron con activos sin valor.
Para el mediodía, los foros cripto ya hablaban de un posible fraude. Esa tarde, Milei borraba su tuit: «Obviamente, no tengo conexión con el proyecto.»
La estafa estaba consumada.
Parte 3: Los implicados
Aquí es donde la historia toma un giro aún más inquietante. Las investigaciones no solo apuntaban a Hayden Mark Davis y su equipo como los arquitectos del fraude, sino que además exponían su relación con el entorno de Milei. En chats filtrados, Davis afirmaba tener influencia directa sobre el presidente a través de su hermana, Karina Milei y aseguraba haberle enviado dinero para mantener ese acceso privilegiado.
Mientras las denuncias se acumulaban y los inversores estafados buscaban respuestas, la reacción oficial del gobierno fue la esperada:
«El mercado es así (…) Si vas al casino y pierdes dinero, ¿cuál es el reclamo?»
El llamado «CriptoGate» no solo afectó a inversionistas individuales, sino que tuvo repercusiones económicas inmediatas para el país. La confianza en Argentina como destino de inversión sufrió un golpe brutal. A nivel político, la oposición ha presentado denuncias por presunta estafa y asociación ilícita, mientras que varios estudios de abogados internacionales han comenzado a agrupar a los afectados para iniciar demandas colectivas. Incluso dentro del propio oficialismo hay voces que piden explicaciones. Se habla de un posible juicio político si se demuestra que su gobierno facilitó el fraude o intentó encubrirlo. Sólo quedan dos opciones para Javier Milei, o estafó a su patria o fue manipulado en su propia utopía desregulada: haga usted su apuesta.
Parte 4 Efecto dominó:
Chile y la sombra del Criptogate
La estafa de $Libra no se detuvo en las fronteras argentinas. Como toda gran operación financiera que promete fortunas en tiempo récord, su onda expansiva cruzó el Río de la Plata y alcanzó a sectores estratégicos de Chile. En Santiago, donde el liberalismo económico ha encontrado un terreno fértil durante décadas, el escándalo de la criptomoneda promocionada por Javier Milei encendió alarmas entre quienes, hasta hace poco, lo señalaban como el faro de una nueva derecha.
Lo que se filtró desde Argentina no eran solo rumores de colapso bursátil, sino vínculos concretos con el think tank Fundación Faro, una organización que, bajo la fachada de un centro de estudios económicos, operaba como nodo de financiamiento de la maquinaria ideológica ‘libertaria’ en Latinoamérica. ¿Detrás de ella?: Axel Kaiser, economista chileno y una de las figuras más prominentes del liberalismo local.
El abogado Gregorio Dalbón, representante legal de la expresidenta Cristina Fernández, no tardó en poner a la fundación en la mira. En una denuncia penal que estremeció el tablero político argentino, Dalbón aseguró que las cuentas de la Fundación Faro fueron utilizadas para canalizar los fondos obtenidos de la operación $Libra. De confirmarse, no se trataría solo de un caso de fraude financiero, sino de una estructura de lavado de dinero con ramificaciones internacionales.
La revelación cayó como un balde de agua fría en la política chilena. Axel Kaiser, subdirector de la Fundación Faro y presidente de la Fundación para el Progreso, se convirtió en el blanco de las sospechas. Hasta el momento, su estrategia ha sido la de un silencio calculado. Sin embargo, el rastro de dinero que dejó la estafa lo sitúa en una posición incómoda. ¿Sabía Kaiser que las cuentas de la fundación estaban siendo utilizadas para recibir dinero de una estafa financiera? ¿O fue solo un peón útil en una operación más grande?
Mientras en Buenos Aires la tormenta legal avanzaba, en Santiago las reacciones fueron medidas. José Antonio Kast, líder de la extrema derecha chilena y antiguo aliado de Milei, optó por la distancia prudente. No hubo defensas cerradas ni críticas abiertas, solo un silencio táctico, el mismo que adoptó Evelyn Matthei, quien, con la mirada puesta en las elecciones presidenciales, evitó asociarse con un escándalo que, de probarse, derrumbaría la ya deteriorada narrativa ‘libertaria’ en la región.
Pero la historia no se detiene ahí. La Fundación Faro, en su afán por expandir la revolución mileísta, había considerado lanzar su propia criptomoneda: $Afuera, un token diseñado para financiar su “batalla cultural” en Latinoamérica. El proyecto no llegó a ver la luz, pero sus registros y conversaciones filtradas en la red social X revelan que su diseño estaba inspirado en la misma estructura de $Libra. En otras palabras, la Fundación Faro había explorado replicar el modelo que ahora denunciaba como un error de mercado.
El analista financiero británico Nick O’Neill fue aún más lejos. En un informe reciente, O’Neill señaló que hubo pagos indebidos a funcionarios ‘libertarios’ para promover $Libra, y que estos pagos fueron gestionados a través de cuentas en el extranjero. Los mismos canales que, según la denuncia de Dalbón, estuvieron a disposición de la Fundación Faro.
¿Un desliz o parte de un esquema?
A medida que el escándalo crece, la gran pregunta sigue en el aire: ¿Chile fue solo un daño colateral o una pieza clave en la operación? La participación de la Fundación Faro sugiere lo segundo. Aun si sus representantes se esfuerzan en marcar distancia, el criptoestafador Hayden Mark Davis no llegó a Milei por casualidad. Las conexiones entre los arquitectos de $Libra y los operadores ‘libertarios’ chilenos existen, y son imposibles de ignorar.
Por Amanda Durán
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