En política existe dos razones por las cuales una persona, sin la necesidad de caminar, camina.
Una es cuando esa persona, revolucionariamente, quiere darse un respiro de la celeridad de su hábitat.
La otra, paradójicamente, se da cuando se es presa de la crisis.
La caminata de crisis es sencillamente identificable. La persona camina con la mirada al suelo, sus pasos simulan patear un bote -quizá el de la desesperanza-, su actitud resulta pasiva y, curiosamente, receptiva. La beligerancia que le caracterizaba transmutó a gentilezas y cortesías con los extraños que se encuentra.
Engañosamente transmiten ternura.
La caminata de crisis resuelve dos cosas. Nada y nada.
La primera nada es que la auto-reflexión obtenida de esos celestiales momentos no cambiará en algo el catalizador de la crisis. La segunda nada es de quien ve al caminante y sepa leer la caminata no ayudará al primero. Probablemente todo lo contrario, aprovechará la circunstancia para agudizar el trance.
Muchas y muchos caminantes de crisis deambulan en estos días. Ni un saludo les levanta la mirada. El fango de confusiones les nubla.
La tenue vela del estoicismo les es ocultada. Sólo se ve lo que se quiere ver en el abismo de la aflicción y la congoja.
No piensan, ni como consuelo, que las cosas cambian, varían y se modifican de coyuntura a coyuntura.
La grandeza del hoy es proporcional a la miseria del mañana. La miseria de hoy es proporcional a la grandeza del mañana.
¿Qué es grandeza y qué miseria?
Cada caminante de crisis no sólo tiene su respuesta, sino que sabe -o cuando menos debería saber- la causa y parámetros de su respuesta.
El deseo es el origen primero del sufrimiento que agobia al caminante de crisis. Dejar de desear su fármaco definitivo. Satisfacción temporal a su deseo, el paliativo.
No es bueno acercarse a los caminantes de crisis, aun cuando exista el genuino impulso de hacer menos lacerante su derrota.
Todos, alguna vez, hemos sido caminantes de crisis. Viviéndolo una vez, es sacrilegio dejarse ser parte de esa caminata una vez más.
Repito, muchos caminantes de crisis vemos y más de ellos veremos conforme los tiempos políticos evolucionen hasta su clímax -las próximas elecciones-.
Llegado el momento, todo se despresuriza. Los caminantes de crisis con fortuna se convertirán en operadores de autos de lujo, olvidarán las manchas en los zapatos y el fétido olor de esmog combinado con la basura en las calles.
Y allí, iniciará un nuevo ciclo para volver a ver nuevos caminantes de crisis…
Foto: Archivo El Ciudadano
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