Hace poco más de un año, en pleno y tórrido verano austral, nos sorprendió un correo electrónico desde Teherán: el proyecto HispanTV había tomado cuerpo y estaban identificando corresponsales. Se trataba, explicaban, de un canal en castellano, destinado a romper la hegemonía de los grandes medios occidentales sobre la agenda informativa: dar voz a los sin voz, priorizar los temas que realmente afectan a las personas, promover el acercamiento directo entre los pueblos.
La cosa era rápida: necesitaban cuanto antes un piloto -una nota de dos minutos- para evaluar. Nos tomó unas horas salir a reportear una manifestación, hacer un cierre de cámara, editar y mandar. Al día siguiente un entusiasta mensaje de Ali Ejahredar, el Director de Información, nos confirmaba que ya estábamos embarcados.
Nuestra primera reacción fue que trabajar en un canal internacional nos ayudaría también a proyectar El Ciudadano TV, un área -como siempre ocurre en empresas de esta naturaleza- entrabada por las dificultades financieras. Y asi ha sido, aunque el pantano de recursos en que se ve obligada a funcionar la prensa contrahegemónica (o «alternativa», como se dice con cierto desdén) reduce siempre a una frustrante fracción las más ambiciosas expectativas.
Sólo después de todo eso, comenzamos a sopesar en qué nos habíamos metido. Como habíamos trabajado antes la agencia de noticias IPS y en TeleSUR, no nos era extraña la política informativa de HispanTV. Pero si estar asociado a un canal en que participan Venezuela y el ALBA era ya un estigma, el vínculo con la televisión iraní traía consigo todos los prejuicios posibles.
ÉTICA Y PROPAGANDA
Los prejuicios son un arma potente porque no actúan a nivel de la conciencia. Son los mensajes martillados a diario por los medios, las repeticiones constantes de ciertos conceptos que quedan soldados a la mera mención de la palabra Irán: fundamentalismo, terrorismo, antisemitismo. Por eso, lo que menos decían los amigos -medio en chiste, medio en serio- era: «vas a terminar preso».
Como periodista me ha tocado trabajar en medios con distintas políticas editoriales, y siempre fue posible mantener un standard ético y profesional, que básicamente equivale al rigor. Eso, el rigor, es lo que lo vuelve a uno invulnerable, y lo que debería diferenciar al periodista profesional del propagandista o el activista. Se puede perfectamente escribir de publicidad y marketing sin traicionar principio alguno, y sin tratar de meter goles ideológicos en un medio comercial. En la Universidad Central de Venezuela -estatal, gratuita y de calidad- los estudios de comunicación social incluian diversas materias sobre ética y sociología. Allí aprendí que el rigor profesional no equivale a la pretendida neutralidad de la prensa tradicional, porque -parafraseando al periodista argentino Jorge Masetti, fundador de la agencia Prensa Latina- frente a la injusticia, la pobreza, el terror o la desesperanza no se puede ser neutral. Intentarlo, es tomar partido por los poderosos y los abusadores, porque no son apenas «puntos de vista» contrapuestos, sino relaciones desiguales entre víctimas y victimarios.
Equivale a equiparar el terrorismo de Estado, por ejemplo, con el comportamiento violento de personas o grupos, o a equilibrar una violación con supuestas actitudes provocativas de las mujeres. HispanTV, como El Ciudadano, no es neutral, sino comprometido con las voces de los excluidos. Lo que no da la más mínima licencia para sustituir las fuentes, los hechos y las cifras con adjetivos o manipulaciones: en eso radica el rigor. Pero entendiendo siempre que la cámara y las actitudes no son jamás neutrales: no es lo mismo ubicar la imagen del lado de los manifestantes que del de los represores; no es lo mismo tratar de usted a quien estafa a millones de personas, y de tú a quien roba un televisor. Para contar una historia, no basta -ni es esencial- exponer un par de puntos de vista diferentes: hay que ubicar verazmente el contexto.
ALTERNATIVAS PELIGROSAS
Un canal de televisión no se construye sólo con recursos. Pero sin esos recursos no hay la menor posibilidad de entrar a la cancha de los grandes, como antes que HispanTV lo han hecho TeleSUR o la estación rusa RT (Russia Today) -y en su hora, antes de la llamada «primavera árabe», la emisora qatarí Al-Jazeera. Sostener una red de corresponsales, estudios, sistemas de edición, ingesta y transmisión, conexiones en fibra óptica y satelitales, cuesta una montaña de plata.
Cuando Irán o Venezuela asumen esa carga, los medios hegemónicos cuestionan su legitimidad. Como si la BBC, la RAI (Italia), Deutsche Welle (Alemania) y otras estaciones públicas también financiadas por los contribuyentes fueran más legítimas sólo por ser europeo-occidentales, o por tener ciertos estatutos de autonomía. O como si la CNN, dependiente de la publicidad, fuera a la vez totalmente independiente de los poderes corporativos de donde vienen sus ingresos. Tales independencias no existen, como lo atestigua la purga realizada hace algún tiempo en lo que fuera el símbolo mundial del medio público -la BBC- cuando algunos de sus corresponsales y editores creyeron que podían pasarse de la raya durante las aventuras militares británicas junto a Estados Unidos en Irak y Afganistán.
La llamada prensa alternativa es inofensiva en tanto y cuanto se limite a los círculos pequeños y cerrados de los ya convencidos. Por eso es que la ley que autoriza en Chile a las emisoras comunitarias restringe su capacidad de transmisión a 1KW, para que su señal no sobrepase un kilómetro a la redonda. Y, por si acaso, se les prohibe la publicidad, para que estén siempre ahogadas, funcionando en algún cuartucho y dependiendo del aguante de sus promotores.
Para entrar al selecto mundo de la gran «prensa independiente», hay que partir con un montón de millones de dólares y comprar una frecuencia (que en realidad es comprar una concesión gratuita del Estado). Es lo que ha hecho en Chile, masivamente, el «independiente» grupo español Prisa, dueño del diario El País, que ha hecho noticia en estos días por el «error» de publicar en portada una foto falsa del presidente venezolano Hugo Chávez intubado y débil.
Los medios chilenos han difundido profusamente las explicaciones de El País por este «error», pero nada han dicho de los cuestionamientos que en Venezuela y muchos otros países se han hecho al diario más importante de España.
El ministro de Información de Venezuela, el periodista Ernesto Villegas, se preguntó si El País publicaría en portada una foto denigrante del rey Juan Carlos, o de algún gobernante europeo, y concluye que esos honores están reservados exclusivamente para «sudacas revolucionarios». Y esto no es un tema menor: porque tal vez los editores de El País pudieron creer que la foto era verdadera, pero la decisión de publicar ese tipo de fotos, acompañando una especulación sobre la salud de Chávez, no puede ser inocente.
Así, mientras el medio alternativo sea pequeño y restringido, y ojalá lleno de furiosa propaganda y epítetos descalficadores, no hay problema alguno con él. Pero cuando es incisivo, riguroso, y habla -tecnológicamente- el mismo lenguaje, entonces ya las cosas cambian. Allí, en ese momento, se acaban el pluralismo y la tolerancia, y la democracia pierde su faz.
Es lo que ha ocurrido en España con HispanTV, establecida legalmente en ese país. Las autoridades españolas han instruido para que la señal del canal sea excluida del satélite Hispasat, y también de la red terrestre de Televisión Digital Terrestre en Madrid. Medidas similares se han intentado en contra PressTV, el canal iraní en inglés, en Alemania y Gran Bretaña.
Hace unos días, en una manifestación de la «cumbre de los pueblos» en la Plaza de Armas, se me acercó un hombre para decirme que nos había visto por Internet, y que agradecía nuestros despachos, que «son como una luz para nosotros». Un par de días más tarde, una dirigenta social hizo algo parecido: «Te quiero a dar un abrazo por el trabajo de ustedes. Potente. Lo distribuímos por todas nuestras redes». En otra ocasión, en una marcha estudiantil, y en medio de los gases, estábamos haciendo un cierre, y un grupo se aproximó, amenazante, gritando «la prensa, burguesa, no nos interesa». De otro lado surgió otro grupo y les gritó: «no cabros, son de HispanTV, del Ciudadano», y se quedaron allí para protegernos. No es poco, 12 meses, y 153 notas periodísticas después. Si esas cosas no ocurrieran, seguro que nadie trataría de censurar a HispanTV.
Por Alejandro Kirk
Periodista