En momentos críticos en que el país la necesita, la izquierda electoral y política se achica ante los desafíos y sus adversarios liberales presentándose con dos candidaturas de ex socialistas. Es una confesión pública y testimonio de falta de estrategia política ante las mayorías ciudadanas, de debilidad organizativa de sus instancias y de incapacidad de diálogo entre las fuerzas que los apoyan, el que los candidatos Jorge Arrate y Alejandro Navarrro caminen por separado.
Es un error político que lo hagan levantando dos comandos, dos comités programáticos, y manteniendo varias organizaciones que trabajan y funcionan sin coordinarse en una campaña dominada por los recursos y el poder mediático de las otras tres candidaturas.
Habría que revertir esta tendencia, letal para el futuro del proyecto de izquierda en Chile.
Dos candidaturas sin razones de existencia política evidentes no son viables. Confunden, crean desazón. Tampoco generan confianza, ni convocan a la izquierda social, ni a esas interesantes experiencias de medios alternativos, electrónicos e impresos que con energía y compromiso con el pluralismo informativo e ideológico logran cada día romper el cerco del poder mediático y de la telecracia que apuntala al sistema y vomita desinformación.
Es un contrasentido que esas fuerzas políticas no sean capaces de reconocerse como partes de un presente de desafíos comunes y de una rica tradición histórica de luchas compartidas por la justicia, la democracia, la solidaridad y la igualdad social.
Por eso, es imprudente, si realmente se quiere construir una alternativa real, no tratar de unir fuerzas para evitar caer en la trampa concertacionista que busca impedir que se genere una alternativa programática de izquierda que con un 9% o 12% de votos permita jugar en el campo de fuerzas para desestabilizar las componendas que se traman en la esfera cupular.
Y, por sobre todo, que permita impulsar después de las elecciones un movimiento que le dé continuidad a un proyecto democrático y antineoliberal que está latente en los programas de las dos candidaturas.
Bien conocemos las limitaciones de los dos candidatos. Tanto Jorge Arrate como Alejandro Navarro han vivido y evolucionado durante años en las enmarañadas redes de poder del concertacionismo. Ambos han respirado en la atmósfera de la política de los consensos elaborada por los estrategas del régimen postdictadura para excluir a las fuerzas populares y de izquierda y blindar al régimen político y a la dictadura del gran capital.
Antecedentes que dan cuenta de la facilidad con la que Jorge Arrate y el PC firmaron el pacto electoral con la Concertación a sabiendas que es sólo con un amplio movimiento sociopolítico que podrá ser convocada una Asamblea Constituyente y no es con algunos cupos parlamentarios más que “se derrota a la exclusión”. Y que explican también el bajo perfil rupturista de Alejandro Navarro con el régimen político y el gobierno concertacionista.
Sin embargo, y pese a lo anterior, no puede negarse que ambos exsocialistas se han alejado de las taras concertacionistas y han adoptado en varias ocasiones posturas democráticas, antineoliberales y progresistas de izquierda que intentan enunciar sin éxito —debido al bloqueo informativo— a la opinión pública.
Es una evidencia que en torno a esas dos candidaturas se agrupan fuerzas políticas, militantes y ciudadanos que constituyen un caudal de consciencias críticas dispuestas a actuar en aras del cambio social y con voluntad de construir un proyecto.
Por fuera de esas orgánicas y candidaturas otras voluntades de cambio se articulan con el fin de construir un movimiento anticapitalista de transformación social. Lo hacen con energía, pero subvalorando la coyuntura electoral. No la consideran un momento propicio para debatir sobre los instrumentos para aglutinar una masa crítica con el fin de imponer debates y oponerse con alternativas antineoliberales a la candidatura liberal de Frei, de Enríquez-Ominami o de la oligárquica y conservadora de Piñera.
Pareciera que consideran prioritario ligarse a las luchas socioeconómicas pero sin buscar prolongarlas en el terreno electoral.
¿Cómo no concebir que la política es la generación de espacios democráticos amplios y auténticos donde plantear y argumentar infatigablemente que el bienestar de las mayorías, la democracia, la educación y la salud pública para todos, la vida digna en un medio ambiente sano, son incompatibles con la propiedad privada de los grandes medios de producción?
Por lo mismo, en esta coyuntura es importante construir puentes entre las diferentes corrientes y orgánicas de izquierda. De establecer, mediante encuentros, las afinidades para marchar juntos y las diferencias para debatir. Todavía es tiempo de plantearse una candidatura de izquierda unitaria y establecer acuerdos para levantar un sólo programa, claro, simple pedagógico.
Tal acontecimiento generaría en sí mismo un hecho político y mediático que concitaría la atención de la mayoría ciudadana. ¿No habrá llegado el momento en que las voluntades abiertas al diálogo tendrían que crear un comité o colectivo por la unidad de izquierda con miras a facilitar una candidatura única fruto de una convención democrática abierta?
Por Leopoldo Lavín Mujica