Capitalismo y peste

Por Eduardo Rothe

Capitalismo y peste

Autor: Nelytza Lara

Todo análisis de un problema social donde no apareció un culpable, individual o genérico, es falso. Los grandes males que hoy sufre la humanidad son producto del capitalismo desenfrenado de los últimos cien años. Cambio climático, accidentes nucleares, inundaciones y sequías, hambruna y obesidad, derretimiento de polos y glaciares, más y peores huracanes y tifones, destrucción de las selvas, envenenamiento por agroquímicos de las tierras y las aguas, falsificación y toxicidad en la industria de alimentos , extinción de las especies… y la guinda envenenada del pastel: las pandemias.   

Las dos grandes pestes modernas, la “Gripe Española” y la Covid-19, se incubaron y brotaron en situaciones sociales atroces con presiones extremas sobre la naturaleza que favorecían las combinaciones virales. La Gripe Española (1917) en la inmensa fosa común a cielo abierto, cadáveres, fango, ratas y piojos, que era Europa en la Primera Guerra Mundial; y el COVID19 (2020) por el promiscuo amontonamiento en los mercados chinos de animales silvestres, domésticos o criados industrialmente, saltándose leyes y controles preexistentes en nombre de la demanda.

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La gripe española mató en dos años a 50 millones de personas, la Covid-19 en un año ya lleva más de dos millones. Sin hablar de la peste crónica del paludismo, perfectamente evitable, que causa 600.000 muertes al año y  registra 200 millones de casos clínicos en las condiciones de atraso y pobreza del llamado Tercer Mundo.

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La lucha mundial contra la Covid-19 ha sido dispareja  y descoordinada, de ensayo y error, con algunos gobiernos debatiéndose entre la salud y la economía, desestimando la pandemia, como  Estados Unidos, Brasil y el Reino Unido que hoy encabezan la cifra de muertes, mientras otros se quitan la careta democrática y estrenan un autoritarismo de “justificación humanitaria”, dejando ver lo que en el fondo siempre fueron: árbitros parcializados del contrato social. La superstición democrática deja paso a nuevas formas de control social, a la supresión de libertades y derechos en nombre de la seguridad. 

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Y la pandemia, a su vez, agrava la contaminación que la produjo: de las 130 mil millones de mascarillas desechables que se necesitan, ya se han producido 52 mil millones, de las cuales 1.560 millones (unas 5.000 toneladas) ya han ido a parar al mar, donde tardarán unos 450 años en desaparecer, sumándose a otros productos plásticos (bolsas, botellas, pañales desechables) que rompen el equilibrio ecológico de los océanos.    

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Privados de todo control sobre su propio destino, los pueblos se someten al confinamiento y las restricciones con docilidad y autodisciplina, o se rebelan con buenas o malas razones,  anunciando una era cuya única “normalidad” posible es el capitalismo post-apocalíptico, la barbarie que se inició con la Primera Guerra Mundial (1914-1918) cuando la economía pasó de la destrucción productiva a la producción destructiva, como lo denunciaron entonces voces tan dispares como Rosa Luxemburgo y los Testigos de Jehová.       

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Ante esta catástrofe global, que no es amenaza sino pesadilla y afecta a la especie humana, la única realidad del capitalismo es su superación: antiimperialismo y lucha de clases en el “Tercer Mundo” y el Norte Global. Todo lo demás son discusiones bizantinas y reformistas sobre democracia y autoritarismo, sobre izquierda y derecha, diversas maneras de evitar un socialismo que no sea la gestión de lo que hay sino su transformación permanente por las clases trabajadoras. Nunca antes la humanidad se había visto en una situación semejante que pone en juego su mera existencia como especie autoconsciente del planeta.

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Que a nadie se le escape la causa de este apocalipsis, porque con el tiempo nadie escapará a sus consecuencias. Revolución o extinción, he aquí el dilema de este siglo.


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