Carta de despedida a Ricarte Soto

Corría el año 1996, creo… Yo tenía unos 11 años de edad cuando mi madre, profesora de enseñanza básica, ferviente auditora de programas radiales de conversación en el dial A

Carta de despedida a Ricarte Soto

Autor: Sebastian Saá

Corría el año 1996, creo… Yo tenía unos 11 años de edad cuando mi madre, profesora de enseñanza básica, ferviente auditora de programas radiales de conversación en el dial A.M., encontró un interesante programa en Radio Monumental, llamado “El Observador”. Dos hombres de ásperas voces, hablaban sobre política internacional, de lo que ocurría en Europa, África, Asia. De pronto, para mi madre y yo, se abrió una ventana al mundo, ahora sabíamos algo de lo que ocurría más allá de Machalí, de la Sexta Región del Libertador Bernardo O’Higgins, de Chile. En un país que en la década de los noventa, tras 17 años de dictadura cívico-militar, los medios de comunicación masivos ofrecían aún menos información y análisis de lo que lo hacen hoy sobre los sucesos de Chile y el mundo, Ricarte Soto y Claudio Jaque fueron quienes, en mi adolescencia, ampliaron y profundizaron mi mirada sobre la realidad. Pese a que mi familia siempre ha sido de izquierda y yo tenía cierta opinión sobre varios temas, “El Observador” me entregó no sólo información, sino que además la posibilidad de mirar la realidad desde distintas perspectivas. Cuántos temas de conversación nuevos tuvimos con mi madre tras escuchar cada mañana a estos hombres cultos y generosos. Mi madre, que por esas épocas se había hecho asidua a la lectura, partía directamente a la biblioteca municipal de Machalí a pedir libros sobre alguno de los temas tratados en el programa.

Cuando yo no podía escucharlo, puesto que estaba en clases, mi madre me esperaba en las tardes con el programa grabado en un cassette, cintas que, por cierto, aún conservamos.

Años más tarde, cuando a Ricarte lo contrataron en televisión para hablar de farándula, mi madre y yo esperábamos pacientemente que él tomara la palabra. Nos daba rabia que lo interrumpieran, que no le dieran más espacio para hablar, porque nosotras sabíamos que él merecía muchos más minutos de lo que la mediocre televisión chilena estaba dispuesta a darle.

Ricarte, el hombre culto mirado con extrañeza y luego con admiración por sus compañeros de panel en el matinal de TVN. Ricarte, quien pese a ser un crítico mordaz y de hacer gala de una franqueza brutal, en un país donde la zalamería reina y el miedo también -recordemos que hasta hace apenas unos seis años atrás aún se decía “Gobierno Militar” en los medios de comunicación para referirse a los 17 años de dictadura cívico-militar- logró ganarse el respeto y el cariño de sus colegas, de auditores y televidentes.

En casa, aún guardamos un sobre que Ricarte envió amablemente a mi madre, con un artículo escrito en francés sobre los judíos que él leyó una mañana en el programa. Cuando mi madre llamó a la radio para solicitar ese artículo, Ricarte se puso al teléfono y al escuchar el nombre “Machalí”, recordó que él mismo cuando niño había trabajado en las micros Machalí-Rancagua, cobrando los boletos de pasaje. En casa, aún guardamos cariño por este hombre progresista, que defendía los derechos de explotados y oprimidos, de trabajadores, de mujeres, de niños. Él, quien se calificaba a sí mismo como una persona de “derecha”, le parecía insólito e indignante que la Concertación fuese más de derechas que la derecha europea. Él era un social-demócrata, quien con su acostumbrada agudeza y franqueza, dijo un día en el matinal de TVN que era de derecha y, luego, que apoyaba a la Concertación. Ése tipo de cosas era capaz de decir Ricarte, era franco, era transparente, no como el resto de los concertacionistas que aún intentan maquillar sus rostros de izquierdistas para obtener réditos electorales y cupos de poder en la institucionalidad del Estado y en las oficinas de los grandes conglomerados económicos. Ricarte era demasiado consecuente como para maquillar su rostro con el fin de enquistarse en la administración pública o privada, sin duda, entrar a la televisión para hablar de farándula era muchísimo más digno y consecuente.

No me queda más que tenerle aún más cariño, admiración y respeto a Ud., don Ricarte Soto, luego de haberme enterado a través de las palabras que su amigo Claudio Jaque pronunció en su despedida, que estaba Ud. el 11 de septiembre de 1973 en el techo de la Universidad Técnica del Estado, esperando un arma para defender el gobierno constitucional, el gobierno de la Unidad Popular, esos casi tres años en que el pueblo chileno vivió, según Ud. dijo una vez en la radio, la época más feliz de su historia, con el compañero Salvador Allende en la presidencia de la república, hombre que Ud, tal como dijo esa misma vez en la radio, era su héroe.

Por Catalina Rodríguez


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