Por Hugo Martínez A., profesor y director pedagógico de Colegium.-
En Colegium llevamos dos décadas incorporando recursos digitales a los diversos procesos escolares donde la tecnología puede aportar a la mejora de los resultados de aprendizaje. Somos testigos de la transformación digital de numerosos colegios que han adoptado soluciones digitales para innovar en comunicaciones escolares, registro de información académica o diagnósticos tempranos de aprendizaje, entre otros.
Cada una de estas innovaciones conlleva modificaciones que producen tensiones y desafíos en los equipos docentes y administrativos, como también en las familias de la comunidad escolar. La adecuada planificación y apoyo es fundamental para el éxito de estas transformaciones.
La aparición de celulares en las escuelas y en las aulas no ha seguido ninguna de las condiciones anteriores. No aparecen como respuesta a algún desafío en particular ni responden a una planificación intencionada. Llegan en las mochilas de niños, jóvenes y también en las de los educadores, e irrumpen en el aula, en los patios y en la sala de profesores. No son un recurso educativo, son un artefacto que acompaña la vida cotidiana de las personas y la escuela, es parte de la vida cotidiana.
Se trata de dispositivos poderosos, con capacidades de procesamiento y acceso a información ilimitadas y con prestaciones múltiples que evolucionan rápidamente. Pero los teléfonos inteligentes en rigor carecen por sí mismos de inteligencia. Como toda herramienta, su valor está definido por lo que hacemos con esta.
¿Qué usos inteligentes podemos darle en educación a los celulares y qué usos «no inteligentes» no debiéramos darles ni permitirles? Los usos inteligentes tienen que ver con nuevas formas de aprender y educar, que consideran habilidades del siglo XXI (pensamiento crítico, colaboración, creatividad, comunicación entre otras).
Los usos no inteligentes tienen que ver con conductas inadecuadas que se ven potenciadas a través de dispositivos digitales (adicción, baja o mala socialización, bullying, acoso, copia, transgresiones a la privacidad y la propiedad intelectual, etc.).
Estas últimas conductas ponen en riesgo el desarrollo personal, la calidad de los aprendizajes, la convivencia escolar, y deben ser enfrentadas. Si es necesario se debe controlar el acceso a los dispositivos para evitar la normalización de los usos inadecuados. Pero a mediano plazo se debe enfrentar el fondo y no solo el síntoma.
Los usos deseables requieren ser planificados en un contexto pedagógico, no son espontáneos y como todo recurso para el aprendizaje, la integración de celulares al aula debe prepararse, tener un sentido explícito y ser evaluada. Por esto es importante la consulta pública que ha levantado recientemente el Ministerio de Educación respecto al uso de celulares en el aula. Esta encuesta permite generar un necesario y urgente debate, que debiera replicarse en cada escuela.
El análisis de pros y contra debe ser parte de las decisiones que tome autónomamente cada colegio y que se exprese en el reglamento de convivencia. La normativa debe tener un sentido y ser parte de los valores del proyecto institucional y ser comunicada (como toda normativa) a las familias y alumnos.
En este sentido, conocemos algunos buenos ejemplos que pueden replicarse: es diferente regular la tenencia a regular el uso, se pueden establecer horarios de comunicación entre familia y estudiantes para favorecer concentración en el trabajo escolar, y se puede apoyar a las familias entregando orientaciones respecto al uso de controles parentales.
Sería interesante que el liderazgo asumido por el Ministerio de Educación en este tema considere la entrega de orientaciones para el debate, contenidos y recursos para la formación de una ciudadanía digital responsable y apoyo directo a establecimientos con dificultades para regular el control. Este desafío es una oportunidad para aprender colaborativamente y llegar a acuerdos en cada comunidad escolar.