por Juan Pablo Cárdenas S.
Contra lo que algunos piensan, los alegatos de los abogados de Chile y Bolivia ante el Tribunal de la Haya nada resolverán respecto de la histórica demanda de salida soberana al mar planteada por nuestra nación vecina. Si se acogiera la idea de instar a Chile a negociar una solución al respecto, todos sabemos que ello no llevará necesariamente a nuestro país a otorgarle un paso al Océano Pacífico, después de la extensa provincia nortina perdida por Bolivia en la guerra de 1879. Nos tememos que con esta nueva demanda ante el Tribunal Internacional de Justicia, las relaciones entre nuestros Estados van a quedar todavía más afectadas y el diálogo binacional será, por un buen tiempo, inconducente a una solución hermanable y definitiva.
Los gobiernos que, se suponía, tenían una vocación latinoamericanista, de verdad eludieron todo tipo de acercamiento y relaciones armoniosas con nuestros vecinos, alentando siempre la carrera armamentista y hasta el desdén por lo que sucedía al otro lado de nuestras fronteras. Por ello, ahora nos parece muy poco probable que con Sebastián Piñera en La Moneda nuestra política exterior pueda alterar el rumbo de lo que ha sido la prioridad de nuestras cancillerías: privilegiar las buenas relaciones e intercambio comercial con las potencias y en particular con los Estados Unidos.
De esta forma es que Chile en estas últimas décadas ha perdido ascendiente en la Región, mientras que el Presidente como Evo Morales cosecha simpatías no solo en América Latina, sino en el mundo entero. Agreguemos a lo anterior que el nuevo Ministro de Relaciones Exteriores de nuestro país ofrece hasta aquí menos empatía, todavía, que su antecesor, al manifestarse tan hostil y provocativo en sus declaraciones. Especialmente respecto del régimen boliviano.
La posición de nuestras autoridades y de esa corte de “expertos” bien remunerados para defender nuestros supuestos intereses ante el Tribunal ha sido respaldada por una intensa campaña de prensa y mensajes de alta virulencia en las redes sociales. Siempre en el propósito de simular una posición única de los chilenos respecto de la demanda boliviana y de nuestra soberanía en el Desierto de Atacama.
“Ni un centímetro de mar para Bolivia”, se nos repite. Ni siquiera a cambio de un canje territorial con este país, como hubo disposición de hacerlo en el pasado: Para conjurar, así, un nuevo conflicto y disponernos a reorientar los enormes gastos de defensa a nuestros imperativos de progreso y paz.
Todo un esfuerzo mediático, sin duda, respaldado por el lucrativo patrioterismo, los rostros plumarios de la televisión y otros medios que traicionan uno de los objetivos propios del buen periodismo, como la independencia editorial; además de aquella misión de servir a la justicia y a los derechos humanos de todos nuestros semejantes. Favorecidos, todos, por la programada falta de diversidad informativa nacional, a pesar de que todo el mundo libre reconoce el pluralismo mediático como uno de los pilares de la democracia.
No tenemos todos los chilenos una posición única al respecto. Es cuestión de recorrer la historia y lo planteado por versados especialistas chilenos que por más de un siglo han abogado por una solución armoniosa en nuestros conflictos vecinales. Sin embargo, todo este legado es desdeñado por nuestros “negociadores” y por quienes aspiran a que Chile imponga su hegemonía en nuestra Región sobre la base de la superioridad bélica y el tutelaje de las Fuerzas Armadas sobre nuestra política. Por los uniformados siempre deseosos de mayores dotaciones de soldados y poder letal para descargarlo contra nuestro propio pueblo, como ha ocurrido durante más de un siglo de golpes de estado, masacres en el norte y sur del país, magnicidios y otros despropósitos.
Realmente es muy débil la defensa de nuestra posición, con base en el reconocimiento de un Tratado impuesto a los derrotados después de una guerra fratricida. Por ello es que es muy probable que el Tribunal de la Haya se proponga con su fallo ejercer la justicia más que avalar la letra de este documento, aunque ya sabemos de la influencia que también pueden ejercer la diplomacia y el consecuente lobby sobre los magistrados de todo el orbe, por muy empelucados que se nos presenten. Si los acuerdos que siguen a los armisticios fueran eternos e inapelables, la verdad es que no habrían podido modificarse recurrentemente los límites entre las naciones europeas, africanas, asiáticas y de nuestro propio Continente en los últimos años. Posteriormente, incluso, a la Guerra del Pacífico.
En caso de un fallo adverso para Bolivia, es evidente que eso no hará claudicar a este país y que Chile tendrá que seguir gastando ingentes recursos para encarar una hipotética confrontación, cuanto seguir financiando a esos rebaños de diplomáticos y abogados que se favorecen con estos litigios, sus viajes y viáticos de lujo, además de aquellos estipendios secretos que muchas veces salen precisamente de los “gastos reservados” que les heredara, entre otros privilegios, la dictadura de Pinochet.
No podemos dejar sin consignar la vergüenza que nos provoca otra vez nuestra clase política; no tanto aquellas mentes chovinistas y que desde siempre han demostrado su falta de visión estratégica respecto de lo que podría ganar Chile de administrar bien sus relaciones internacionales. Más bien nos referimos al rubor que nos produce el oportunismo y la falta de consistencia de sectores que proclaman su progresismo, fraternidad americanista y repudio por el sometimiento de la política a los intereses castrenses. Uniformados que, para colmo, entraron aceleradamente en la espiral de la corrupción, justamente por su impunidad y el mal ejemplo o insolvencia de las autoridades civiles. Actitudes que quedaran tan de manifiesto en algunos parlamentarios que, con tal de subirse al avión a la Haya y pegarse un buen descanso en el corazón de Europa, terminaron desdiciéndose de los planteado anteriormente y por lo que debieran imponerles sus ideologías supuestamente liberales.
Visto desde nuestra inmensa geografía nortina, parece absurdo, mezquino y tonto que Chile no se avenga a ofrecerle un corredor, una carretera, un paso de ferrocarril a un vecino que quiere tener su propia salida al mar y al tránsito de sus exportaciones. A cambio, aunque sea, de un canje territorial, pero sobre todo de la posibilidad de sumar recursos y esfuerzos conjuntos en explotar, ofrecer trabajo y ejercer efectiva soberanía sobre recursos naturales que podrían explotarse en conjunto. Cuando nuestros supuesto mar y nuestro suelo, subsuelo y recursos hídricos en realidad pertenecen a las empresas transnacionales enseñoreados en ellos y que, de ser preciso, como en 1879, hasta podrían inducirnos a una nueva guerra con nuestras naciones hermanas para no perder, ellas, un centímetro de sus actuales dominios.
Cuando son, ciertamente, los efectivos ganadores de todos estos litigios.