Repentinamente, en medio del verano, un trueno deshace la tarde santiaguina y se desploma un aguacero entre faldas y mangas cortas. Que la corriente de la Niña, que el cambio climático, que la arbitrariedad de los dioses. Pero siempre bajo la marquesina impermeable de la Plaza de Armas de Santiago de Chile se puede escoger una mesa de ajedrez para hablar, arrastrando lentamente un peón y luego un caballo negro y frío.
-¿Y cómo funciona lo del préstamo para un tipo corriente?
-Otra vez la misma cantinela. Como la vida está más cara que el salario promedio, vas al banco comercial o a un banco de una casa comercial y pides un crédito para corregirte la dentadura. La ejecutiva de ventas revisa tu ‘prontuario’ deudor, tu salario, tu capacidad de pago, los riesgos de venderte plata. Si pasas las pruebas, que según los vaivenes de los índices macroeconómicos se relajan o se ponen más duras, te pasan el dinero retornable a la mayor cantidad de cuotas posibles. Porque el negocio no es tanto que pagues la deuda original. Hoy comprar cualquier cosa líquidamente es un insulto para el sistema financiero. Te miran muy feo y te atienden peor. Entonces, te condicionan el préstamo a que adquieras tarjetas para endeudarte más y, por lo menos, compres un seguro. Aunque después no ocupes ninguna tarjeta, debes pagar lo que llaman ‘gastos de mantenimiento u operacionales’. Sobre el crédito mismo que solicitaste, no sólo te imponen un interés que es mucho más caro que aquel con el cual el Banco Central le vendió al banco comercial, sino que te agregan los famosos ‘gastos operacionales’. Si el préstamo lo pediste a 36 cuotas -a sugerencia de la ejecutiva de ventas a su vez obligada por sus jefaturas y así hasta la cima de las decisiones estratégicas-, terminas pagando tres veces lo solicitado. Pero únicamente si cancelas la deuda inflada con rigor marcial. Cualquier atraso comporta una multa. Y como es probable que como la deuda crediticia te muerda un pedazo de salario y ya tienes otra tarjetita en la billetera, te endeudas de nuevo y acabas solicitando créditos para pagar los costos de la deuda primera. Ya a esa altura tienes pesadillas y decides obligadamente conseguirte un trabajo extra y maldecir para que la familia entera se ponga a trabajar. Estás laborando sin darte cuenta siquiera, 12 a 14 horas diarias porque los salarios, seas trabajador formal o informal, se vuelven propina. Tienes el colon hecho trizas, las erecciones son recuerdos de adolescencia y un almuerzo dominguero para celebrar tu cumpleaños te informa que tus hijos han crecido extraordinariamente, que ya no entiendes lo que hablan, que eres un extraño en tu castillo arrendado de 60 metros cuadrados. Y la deuda palpita como una amenaza que resume todos los males del mundo. Ahora este caso amplíalo a todos los sujetos corrientes del planeta que son infinitamente más que la clase social gran propietaria. Porque lo cierto es que existen clases sociales; los pocos que se adueñan del trabajo producido socialmente, y los tantísimos que sólo tienen la necesidad de laborar para sobrevivir. Agrégale a este jarabe los marginados hasta de la posibilidad de trabajar y no salimos del pan con margarina.
-¿Quién manda entonces?
-El imperialismo financiero. Es decir, aquel momento del capital a escala mundial, que alcanza los rincones más inimaginables de comunidades hasta minúsculas, que no produce valor, que se basa en la pura especulación y la deuda, y que es más que la suma de los bancos comerciales, los centrales, las aseguradoras, las evaluadoras de riego, el retail de préstamos de consumo, etcétera, y la bolsa misma, que es el epicentro donde se le pone precio a todo, desde los recursos naturales, hasta el caramelo que saboreas. Eso no quiere decir que desaparecieron las industrias productoras de bienes y servicios y el comercio. Quiere decir que el capital financiero, si bien no sustituye la producción de bienes o servicios, sí subordina, organiza, dirige e impacta desde arriba a las demás industrias a través de los instrumentos financieros en que se convierten las deudas, los depósitos, las utilidades, el dinero y los proyectos de cualquier empresa y de cualquier persona. Naturalmente, la bolsa que está en la calle Nueva York, aquí a la vuelta, es apenas un eslabón nativo de las bolsas mundiales de un grupo de Estados corporativos o superempresariales que juegan gigantescas transacciones bursátiles sobre criterios de maximización de ganancia y minimización de riesgos. Así las deudas y los intereses salidos del Fondo Monetario Internacional, del Banco Mundial, de la Organización Mundial de Comercio y de la especulación de las bolsas todopoderosas –bien reunidas bajo una misma estrategia- determinan lo que abunda y lo que hambrea, la producción, la circulación y el consumo de las mercancías, el saqueo a mansalva de recursos de nuestras provincias, el calentamiento global, la destrucción de la naturaleza, el orden de las cosas, las relaciones sociales, lo que miras en la televisión, los valores con los que crías a los hijos, las formas de amar, de trabajar y de morir.
-Está bonito el cuento, ¿pero para qué tenemos un Estado?
-El contenido del Estado y sus instituciones, sobre todo las económicas, jurídicas, formativas y militares, como el Banco Central, la Corte Suprema, la alta oficialidad de las milicias y la manera general de ver el mundo, está regido hoy en Chile y en casi todo el globo, por un proyecto que beneficia a las corporaciones multinacionales hegemonizadas con el famoso imperialismo financiero. El Estado es su aval económico, legal, cultural y armado. Es aquello íntegro, totalizante, que domina como minoría sobre la sociedad civil, sobre los trabajadores y los pueblos. Es lo que resuelve las formas y la dirección de lo que está adentro y castiga a los que se ponen fuera de sus intereses. Y golpea de distintos modos, según la fuerza de la mayoría cuando se pone en pie de lucha por sus derechos y sus izquierdos. Es decir, el capital financiero mundial impone las relaciones sociales en Putre, Túnez o Liverpool, y los respectivos estados de esas ciudades aplican por consenso y fuerza sus intereses. En fin, los objetivos de los estados se confunden con los de las grandes corporaciones.
-¿Y para qué están los gobiernos, vivo?
-¿Qué gobiernos?
-Los de la derecha y la Concertación…
-Para administrar el Estado de acuerdo a la estrategia del liberalismo financiero que ya te conté. Son grupos de interés cuyas diferencias provienen de distintas tradiciones políticas que en algún momento representaron intereses de clase distintos, hasta contradictorios, pero que ahora, mirados desde buena distancia, se distinguen en la distribución del presupuesto nacional, poniendo el acento en programas sociales más o menos asistencialistas, en aspectos de la política exterior, en menudencias culturales. Y sobre todo para los imperialismos, en especial el norteamericano, en la capacidad de ofrecer más o menos gobernabilidad, que le dicen.
-Pero eso de la gobernabilidad es propio de los gobiernos, latero…
-Por supuesto. Pero como estamos en una sociedad dividida en clases, una sociedad donde la concentración económica es la contra cara necesaria de la desigualdad, la explotación, el saqueo y la exclusión, la gobernabilidad es la capacidad de controlar el descontento creciente de los trabajadores y el pueblo, de la mayoría, para beneficio de una minoría transnacionalizada. Por eso tanta propaganda sobre la unidad nacional, la oposición ‘inteligente’ y colaboradora; por eso tanta Teletón y ‘Chile ayuda a Chile’, y ahora Piñera se pone casco de minero y reparte besos a los pobres. Como si en el paisito fuéramos todos iguales. Como si fuéramos libres.
-¿Y qué es mejor para el gobierno norteamericano?
-Yo creo que Piñera, o lo que va quedando de él, es conveniente en materia de política exterior y le sirve bien como parte de la cadena antipopular de los gobiernos de México, Colombia y Perú. Desde Bush, ya sin Unión Soviética, el argumento práctico para continuar garantizando su dominio político y económico (cada vez más relativo, según algunos que saben más que yo) es el ‘terrorismo’, y el ‘terrorismo’ es todo aquello que se opone a su vocación criminalmente expansionista, bélica y depredadora. En buenas cuentas, para debilitar cualquier intento soberano de Venezuela, Bolivia o de quien toque apenas una esquina de sus intereses. Sin embargo, por otro lado, viendo el incremento de la conflictividad social, lo que ocurrió en Magallanes, el aumento de las huelgas, la manera inútil en que ha enfrentado la reconstrucción después del terremoto-maremoto del año pasado, el caso de franca corrupción de la Intendenta de Concepción y otras perlas, más confianza le da la Concertación. Total, en términos estructurales, los casi 20 años que administró Chile fueron tiempos de obediencia y obsecuencia respecto del programa dictaminado por el imperialismo financiero. Y también la Concertación empleó los mismos métodos que Piñera: darle con el garrote a la disconformidad organizada o espontánea. La propaganda y los procedimientos de coerción eran más refinados eso sí, más allá de la cooptación grosera de dirigentes sociales. Pero, ni Piñera es Pinochet ni ningún presidente de la Concertación fue Allende o siquiera Eduardo Frei Moltalva.
-Estamos bien fregados, entonces. Quiero decir los que queremos una alternativa política que no sea la Derecha o la Concertación…
-Sólo si las cosas fueran estáticas y fatales. Es verdad que estamos en un mundo capitalista donde el liberalismo financiero es la corona que regenta de modo multidimensional la reproducción de la vida. Las grandes crisis –ya de civilización-, como la intimidad de cualquier ser humano. El interés, la deuda, los activos financieros mandatan –como síntesis del conjunto capitalista- qué, cómo, y para quién explotar gente y saquear recursos, como si la acumulación originaria no se acabara nunca. No obstante, de la misma manera prepara las condiciones para su superación. Hoy el Estado es burgués. Pero mañana, dependiendo del movimiento popular y la creación de su conducción política, puede tener un contenido de clase distinto. Un contenido de clase que no sólo esté caracterizado por los intereses del pueblo trabajador, de la sociedad civil oprimida, sino que sea el tránsito de todos los hombres y las mujeres hacia el largo proceso de la emancipación de toda la humanidad. Ya sé que suena bíblico. La cosa es que no basta con que ‘la tortilla se vuelva’, porque el derrotero sin fecha de término hacia la liberación no es una inversión de lo que existe, sino que supone un estadio, una civilización que durante un prólogo incierto tenga, sin remedio, parte de lo viejo, pero que en su propio devenir sea aquello nuevo que apenas podemos balbucear en la actualidad. La toma del poder por las grandes mayorías contra la dictadura del capital es muchas cosas, menos una venganza.
-¿Y vale la pena participar de las elecciones?
-El combate histórico de los trabajadores y los pueblos se ha valido de todas las formas de lucha para despertar, para resistir, para pasar a la ofensiva y para vencer. Es absurdo creer que las grandes mayorías amanecerán como un todo compacto marchando hacia La Moneda y luego harán trizas el Estado que hoy nos domina. La participación en las elecciones bajo un régimen burgués tiene sentido si existe la fuerza suficiente, no tanto para ganar en las urnas, como para aprovechar esos lugares de representación formal para facilitar la organización superior de los trabajadores y los pueblos, su despliegue, su blindaje, su ampliación, su hegemonía incuestionable. Siempre por abajo, cuando se pueda por arriba. ¿Cuánto podría durar un gobierno de representación popular si no subordinara y sustentara su proyecto soberano, independentista respecto de la tutela imperialista, desarrollista y socializador de la riqueza y el excedente socialmente producido, sino existiera todo un pueblo que lo dirigiera, lo protegiera, le ofreciera curso, fuerza, y sentido? Ello sin contar con las relaciones de fuerza regionales e internacionales favorables, imprescindibles por razones no únicamente comerciales y de defensa, sino porque resultaría difícil imaginarse el avance hacia el establecimiento de nuevas relaciones sociales si el contenido de la lucha no es internacional. Las relaciones de fuerza a toda escala determinan la forma nacional de un proyecto emancipador e incluso los límites y posibilidades de sus aspectos programáticos más importantes. Además, hoy las elecciones son otro campo de batalla, toda vez que el carácter de clase que soporte su programa sea de trabajadores y pueblos.
-… Pero somos tan pocos ahora mismo y se ve tan lejos…
-No es un asunto únicamente de cantidad. Sino de la fuerza orgánica condensada y con las habilidades y políticas adecuadas para conducir -participando en el movimiento popular de la sociedad civil y fundada sobre un proyecto integral, superior a la adición de las luchas parciales de los oprimidos y abusados. Esto es, una herramienta nutrida con las mejores hijas e hijos del movimiento popular genuino, hoy fragmentados. Aquello único que garantiza la capacidad de disputa concreta para la solución a las demandas desintegradas de la sociedad es la existencia de una dirección política madura. Un instrumento político que sea vanguardia reconocida popularmente como tal, pero que, no sustituyendo el territorio social que ofrece la fuerza y carácter de clase de las luchas y transformaciones, direcciona democráticamente, con precisión, teoría política, programa y práctica el movimiento general contra el sostén articulador del capital enemigo. El partido o los partidos de los trabajadores y el pueblo son la expresión política orgánica del movimiento popular, como asimismo, su Estado Mayor, y vanguardia(s). Nunca reemplazando al pueblo, que para ello está la vacuna de la democracia radical y participativa, sino como momento necesario y transicional para desmantelar el viejo Estado capitalista y la creación del nuevo no capitalista.
-Me dejaste colgado con lo del programa…
-Todo es puro movimiento. Y así se manifiesta y trata de “capturarse” mediante una táctica flexible. Por eso, un programa político terminado ‘para siempre’ por sí solo, es insuficiente. Lo realmente importante, es que la estrategia, el horizonte de la sociedad a construir no se extravíe en las sillas del acomodo, el oportunismo, la falsa conciencia, la mascarada del posibilismo. Y aquí se vuelve al tipo de instrumento político, al carácter de clase de su dirección. Porque no es bastante la epopeya inicial de un proceso liberador –cualquiera sea su forma- para asegurar su mantenimiento y profundización. La incesante recreación de las mujeres y hombres concretos que producen las transformaciones en una primera etapa heroica al compás de las titánicas modificaciones políticas, económicas y culturales que demanda una sociedad no capitalista reclama su democratización creativa desde mucho antes. Debe estar en su genética, en su concepción nuclear. La historia del siglo XX ofrece aprendizajes luego de la evaluación crítica, formadoramente crítica, de sus errores. Resulta imposible partir de cero en la actualidad con todo el caudal de paisajes emancipadores que abarrotaron la centuria anterior, y que, con su propia existencia, demostraron la insostenibilidad del capitalismo como modo de reproducción de la vida definitivo. Contra la celeridad de las transformaciones necesarias está la hegemonía mundial del capital financiero sobre el resto de los momentos del capital, sustentado, sobre una industria armamentista altamente tecnologizada. Pero, por otra parte, se encuentra un desarrollo de las fuerzas productivas que permitiría ahora mismo nivelar hacia arriba la vida de los casi 7 mil millones de seres humanos del planeta. Esto es, socializar la riqueza bajo un proyecto que salvaguarde, conserve y aliente reguladamente la propia naturaleza terrestre agotable, finita, irreparable al ritmo contemporáneo de su destrucción.
Ya se detiene la lluvia inoportuna. Ambos amigos apenas han movido las piezas del ajedrez. A los 16 años y al filo de marzo hay mejores cosas que hacer y por eso se levantan mientras preguntan la hora porque hay asamblea de estudiantes secundarios que se preparan para, una vez más, mover el cuerpo contra las alzas de la locomoción colectiva y la reforma privatizadora del Gobierno, a pocas calles de ahí, en el galpón prestado de un sindicato.
Por Andrés Figueroa Cornejo