Que el senador Alejandro Guillier posee más y mejores habilidades blandas que el ex Presidente Sebastián Piñera –un mayor desarrollo de la inteligencia emocional–, es tan evidente, que decirlo casi resulta una obviedad. No obstante, sostener que los electores que concurrirán a sufragar en la segunda vuelta pueden prescindir de ese aspecto, quizás sea un tremendo error; un error tan descomunal como desmerecer las habilidades financieras del abanderado de Chile Vamos, cuya principal oferta es apostar a ciegas por el crecimiento económico, y combatir la delincuencia, sin erradicar su causa.
¿Qué metas unen a los dos aspirantes a La Moneda? Para el futuro inmediato el país requiere consolidar sus finanzas y así derrotar la pobreza, sustentar la gratuidad, mejorar las pensiones, asegurar el acceso oportuno a la salud y la vivienda, y vivir en tranquilidad. El problema es que el futuro inmediato es finito, y la historia de los pueblos requiere un sustrato más permanente que su circunstancial arista monetaria. Ahí está la Grecia de 2011, conminada por Merkel y Sarkozy a dejar la Eurozona, omitiendo de un plumazo dos mil quinientos años de historia. Chile tiene que volver a la épica que lo trajo desde la Colonia a la República, un Estado-Nación que se construyó combinando institucionalidad y ciudadanía. La columna vertebral de esa construcción fue la educación pública. Ella diseñó, armó y condujo el sentido y valores republicanos. El crecimiento económico vino después, y no siempre lo hizo impartiendo justicia distributiva, por el contrario, acabó tomando el control de la sociedad, imponiendo las reglas del mercado como formas de convivencia social.
Otra vez el país está frente a esa encrucijada: retomar el crecimiento como signo inequívoco de bienestar, sin detenerse a evaluar los daños colaterales subjetivos –y por tanto darle a aquél un lugar preferente desde el gobierno–, o reponer a la educación como alma rectora de la nacionalidad, permitiendo que ella articule el modus vivendi de las personas. Más ciudadanía, menos mercado; más personas educadas, menos consumidores iletrados.
Si es o no posible armonizar ambas cuestiones, sin caer en la odiosidad mutua, es algo que resulta viable en la medida que haya un reconocimiento recíproco de las respectivas virtudes y defectos del valor intrínseco del mercado y el valor imperecedero de la educación. El candidato Alejandro Guillier pretende improntar el poder político estableciendo un orden de prelación que pone a la educación pública como baluarte de su eventual administración, inspirado en su Alter Ego, el Presidente Pedro Aguirre Cerda, sin abandonar el manejo de la economía; su contendor, en cambio, le otorga mayor preponderancia a la billetera fiscal, relevando la importancia del dinero como un talismán, poniendo a la educación en los anaqueles del supermercado.
El próximo domingo 17 de diciembre los chilenos tendrán que poner en la balanza dos culturas que se resisten a compartir de manera simultánea el mismo espacio; dos visiones antagónicas, una apocalíptica, que tras la primera vuelta del domingo 19 de noviembre no duda en lanzar una señal siniestra que hace temblar el mentón y la mano: la Bolsa de Santiago experimenta su peor caída en seis años, convirtiéndose en el mayor desplome bursátil a nivel mundial; la otra, reformadora, que pone en valor los derechos sociales, promoviendo la gratuidad universal de la educación y la debida recaudación de impuestos, entre otros. Tal vez a Guillier le acomode mucho más gobernar desde el Ministerio de Educación, y a Piñera le resulte más fácil gerenciar el país desde el Ministerio de Hacienda.