La 5ª cumbre del G20 ha resultado un fracaso. Ni acuerdo ni soluciones. Sólo retórica diplomática. Consecuentemente, la guerra de divisas y el vaivén de tasas de interés persistirán, a lo que probablemente le seguirá el proteccionismo comercial. Las conversaciones para favorecer un desarrollo equilibrado y sostenible de la economía mundial no encuentran acogida política. La alianza chino-americana es el obstáculo.
Las inestables tasas de interés y tipos de cambio, encuentran su fundamento material en la alianza de dos países que se han convertido en una sola economía: China y Estados Unidos. El acuerdo entre el PC chino y las transnacionales estadounidenses para maquilar y exportar al mercado mundial permitió que Procter & Gamble, Avon, General Electric, Nike y muchas otras empresas se instalaran en territorio chino para maximizar sus negocios a escala global, con costos de producción imposibles de desafiar en el resto del mundo.
Vivimos un nuevo orden de comercio, producción y flujos de capital. China como centro manufacturero, Estados Unidos aportando capitales y marcas, África y América Latina produciendo minerales y alimentos. Así se maximizan recursos y ganancias para las transnacionales, y gracias a la OMC se erradican fronteras económicas facilitando la fluidez del comercio y los capitales.
Sin un adecuado sistema regulatorio el nuevo orden provoca tensiones macroeconómicas que remecen la economía mundial. La economía china atrae inmensas sumas de inversiones extranjeras y exporta vigorosamente. Con una moneda no convertible acumula grandes cantidades de reservas de dólares, vinculándose estrechamente a los Estados Unidos.
En medio de la crisis 2008-2009, la economía asiática siguió comprando bonos del Tesoro, no porque creyera en la rentabilidad de su inversión sino para apoyar la recuperación económica de su socio. Ello evidencia su manifiesta interdependencia productiva y financiera con los Estados Unidos. Más de US$ 650 mil millones de las reservas chinas están invertidas en deuda estadounidense. La acumulación de dólares, resultante de una balanza de pagos excedentaria, ha convertido a China en el principal acreedor de los EEUU y el descalabro de éste afectaría a su socio asiático.
Recientemente, la Reserva Federal, desesperada con el desempleo, aumentó el desorden macroeconómico global emitiendo 600 mil millones de dólares destinados a liberar la banca de la deuda pública, con el propósito de incentivar el crédito y la actividad económica. Esa medida desvaloriza aún más el dólar, afectando la actividad productiva y exportadora de las economías emergentes y favoreciendo mayores flujos de capital de corto plazo que aplastarán los tipos de cambio.
Los Estados Unidos inundan el mundo de dólares, pero reactivan la economía y reducen su deuda externa. Esa medida afecta los activos financieros chinos que pueden resistir con el yuan artificialmente devaluado, asegurando su dinamismo exportador. La emisión de dólares por la FED es un costo para China, es cierto, pero menor al que significaría un descalabro de la economía norteamericana. Esta es la forma de preservar esa economía de dos caras que es Chinamérica.
En consecuencia, el yuan subvaluado garantiza la posición exportadora china en el mercado mundial, mientras la masiva emisión de dólares por la FED intenta recomponer la economía norteamericana trasladando su ineficiencia a los tipos de cambios de los países emergentes y restando competitividad a sus exportaciones. Como no hay coordinación entre los gobiernos, es muy probable que los países afectados intenten devaluar sus monedas más allá de los “equilibrios de mercado”.
La voluntad política es escasa para arreglar este desorden porque no le conviene a los más poderosos: China, los Estados Unidos y las transnacionales. Por ahora no hay alternativa: Los tipos de cambio de mercado están fracasados y, en consecuencia, deberíamos protegernos con controles de capital, regulaciones e intervenciones directas. Como el G20 ha probado ser inútil, hay que cubrirse a nivel nacional e intentar coordinar a escala regional.
Por Roberto Pizarro
Economista, Nueva Economía
Polítika, primera quincena diciembre 2010
El Ciudadano N°92