Cine Colonial: Orgía en el cielo

El Cine Colonial tuvo un pasado con estrenos nacionales y extranjeros, los últimos quince años lleva funcionando como cine para adultos

Cine Colonial: Orgía en el cielo

Autor: Elda Juárez (Cultura)

Un momento, alguien lo atenderá pronto, dice en color rojo el letrero de la única taquilla del Colonial, un cine que en tiempos de internet sigue proyectando películas pornográficas en pleno centro de Puebla. El cine sobrevive entre iglesias y moralina católica.

Un hombre viejo se asoma, junta los dedos en señal de pedir tiempo y regresa con una llave. Quita el letrero, dice algo que no alcanzo a escuchar.

 —Dos boletos, por favor —le pido, y mientras los corta pregunto: — ¿Hay permanencia voluntaria?

—No —me contesta—, pero pueden entrar ahorita.

Los horarios en el Cine Colonial anuncian funciones cada dos horas, desde las diez am; pero eso parece no importar, son tres y media y el viejo nos da entrada.

Otro hombre de chamarra azul deslavada nos llama. Después de obligarnos a restregar nuestros tenis en un tapete con líquido, tomarnos la temperatura, cortar el boleto #103,626 y darnos gel grumoso, nos dice:

—Subiendo las escaleras a la izquierda.

Como podemos, nos acomodamos mi carnal el Viernes y yo. La oscuridad es casi absoluta. Más tarde veremos que en la zona de parejas no había ni habrá nadie durante nuestra estancia.

***

El Cine Colonial tuvo un pasado con matinés, estrenos nacionales y extranjeros durante sesenta años. Los últimos quince lleva funcionando como cine para adultos. La función que alcanzamos incluye dos cintas y un intermedio para acomodarse en otro lugar. Una es en inglés, así que no le entendemos nada, más que los gemidos que suelta la actriz.

—Deberían ponerle subtítulos, al menos para saber qué le dice —me comenta Viernes y nos reímos bajito; es nuestra primera vez en un cine erótico.

Afuera llueve, pero dentro el silencio es una constante. Los actores en la película no hacen ruido, solo están concentrados en terminar. Hago un esfuerzo por descifrar qué dicen, pero las bocinas que hacen juego con los desvencijados focos de los candelabros no me lo permiten.

En la planta baja del Cine Colonial hay tres filas separadas por cuatro pasillos. Los asistentes los recorren con una coreografía conocida: cuatro pasos a la derecha y sigue recto, al acecho de los lugares en los que puedan sentarse.

Mis ojos logran enfocarse en la penumbra. Entonces distingo a un hombre de cabello chino que aparenta unos cincuenta años; es el mismo que estaba detrás de nosotros en la fila de entrada. Camina por el pasillo de en medio. Su mochila le cuelga del brazo, da varias vueltas y al final se sienta. No tarda en quitarse el saco mientras se levanta y mueve su mano adelante y hacia atrás. En un rápido impulso se detiene frente a una pareja que se encuentra sentada en las butacas de la esquina de la pantalla, pero no lo invitan. Así que el Chino retoma la cacería. Se detiene junto a un muchacho de playera roja que pasa su mano sobre el respaldo del asiento despintado de madera. Acuerdan algo y se escucha cómo el cinturón del Chino se libera. La luz que arroja Orgía en el cielo va dejando ver sus movimientos sincronizados. El Chino y Playera Roja se levantan acomodando el pantalón y van al área libre de la esquina de la pantalla. Sus figuras se pierden en la sombra hasta que un celular ilumina la última parte del intercambio.

***

En las rutas de camión que pasan frente al Colonial, los pasajeros voltean hacia el edificio con morbo, con curiosidad y esperando a que suceda algo. La calle Dos Poniente da la salida hacia el norte de la ciudad. El cine se encuentra en el #1108, donde a partir de las diez de la noche comienza la zona de las sexoservidoras trans, que se extiende varias calles iluminadas por las intermitentes de los autos que se detienen por los servicios. De noche el asfalto es una disputa constante para ellas. Contra los otros grupos, contra el gobierno, contra la moral poblana.

Los asientos del Colonial truenan mientras te acomodas; abajo, en el área de los solitarios, éstos rechinan a distintas frecuencias. Un hombre de chamarra deportiva se toca la cabeza, rodea su cabello gris y escaso e impulsa su cuerpo hacia atrás. Pronto voltea al lado contrario, donde encuentra a otro hombre en su fila. Intercambian palabras y chocan los puños, entonces Chamarra Deportiva vuelve su mano a la cabeza al tiempo que reclina su asiento hasta donde da. No hay más ruido que ese y el de los cinturones que caen al suelo. Todo lo demás son jadeos contenidos, saliva que se traga y gargantas aclarándose.

La audiencia crece después de que la lluvia afuera amaina. Mis ojos ya se acostumbraron a la escasa luz. Por los pasillos entran más hombres. Los que ya se conectaron toman asiento junto a otros. Los más tímidos y solitarios se acomodan en una de las tantas filas vacías, en un espacio para trescientas personas. Los demás deambulan buscando compañía, desfogue y algo de placer.

A estas alturas, para un grupo de hombres que se tocan entre sí, lo menos importante es la película heterosexual en la pantalla. Viernes me sigue el paso hasta el final, cuando nos vamos turnando la última mironeada de los caminantes. La única mujer en el Colonial soy yo y las protagonistas de ambas películas. Parecemos metidos en un bucle, la danza de apareamiento continúa, con nuevos personajes o los mismos, que rodean, caminan, follan y descansan durante la permanencia voluntaria.

A Juan, por la música y lo que viene.

Elda Juárez
Historiadora, docente y cronista. Formó parte de la revista musical Rockstareando. Ha colaborado para Revista Marvin, El cultural de La Razón, Revista Contagio, entre otros medios. Obtuvo mención honorífica en el 5o Gran Premio Nacional de Periodismo Gonzo.
Periodismo Gonzo es una aproximación a la veracidad que tiene que ver con el reportaje de experiencias y emociones personales. A diferencia del periodismo tradicional, este estilo se escribe sin pretensiones de objetividad, a menudo incluyendo al reportero o reportera como parte de la historia.

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