¿Cómo llegamos al femicidio?

Muchas personas se preguntan por qué se debe tipificar el femicidio como un delito separado del homicidio: si los hombres asesinados también tienen un género, entonces, ¿por qué hacer esa diferencia con las mujeres? Siempre es bueno responder a este tipo de cuestionamientos, en tanto nos permiten entendernos y dialogar, para así poder construir desde […]

¿Cómo llegamos al femicidio?

Autor: Jose Robredo

Foto prensa y femicidio

Muchas personas se preguntan por qué se debe tipificar el femicidio como un delito separado del homicidio: si los hombres asesinados también tienen un género, entonces, ¿por qué hacer esa diferencia con las mujeres? Siempre es bueno responder a este tipo de cuestionamientos, en tanto nos permiten entendernos y dialogar, para así poder construir desde el debate informado. Es por ello, y por el carácter urgente que tiene el problema, que abordaremos el tema.

El femicidio es un delito distinto del homicidio en general, ya que las razones que lo motivan son justamente el género de la víctima, y la carga que se le asigna a ese género (valores, actitudes y comportamientos que se deben asumir). Esto se traduce burdamente en “la maté porque era mía”, “se me pasó la mano porque estaba celoso”, “se lo buscó por puta”; esto lleva implícito no mirar a la otra como persona sujeta de derechos, sino como un objeto de propiedad privada.

Ahora bien, el delito tipificado como femicidio en Chile se queda corto en cuanto a capturar todos los homicidios por violencia de género, ya que solo incorpora asesinatos de mujeres por parte de sus (actuales o ex) cónyuges o convivientes; lo que no considera a otro tipo de relaciones como pololos, parejas ocasionales, o la agresión que viene de una persona con la que no se tiene relación.  Es decir, invisibiliza la motivación detrás del crimen, esto es, la categoría de mujer de la víctima. Tampoco considera los asesinatos de mujeres trans, ya que al parecer el Estado aún no entiende que el género no está determinado por nuestros genitales.

De acuerdo a las cifras oficiales, ya han ocurrido 11 femicidios en lo que va del año, mientras que el 2015 se cerró la cifra con 45. Además, se han registrado una veintena de femicidios frustrados durante el 2016. Más allá de lo duro que puede ser hablar de cifras cuando nos referimos a personas asesinadas (solo debería bastar con un caso para accionar las alarmas) y que las cifras oficiales esconden realidades que no pueden capturar, es indudable que nos encontramos frente a una alerta de género.

Pero, ¿cómo llegamos a esta cifra de femicidios? ¿Qué pasa en esta sociedad en la cual asesinar a una mujer, solo por el hecho de ser mujer, ya se ha vuelto habitual? Tal vez deberíamos responder a estas preguntas mirando nuestros valores, revisar la manera cómo nos educamos, los discursos que reproducimos o que nos rodean, y las prácticas del Estado. Para esto tenemos que entender que los femicidios no son hechos aislados: se sustentan en concepciones valóricas sobre lo que debería hacer una persona de acuerdo a su género, incluso a su sexo. Entonces, no basta con intervenir solamente el hecho puntual. Sin duda, y es deber del Estado hacerlo, se deberían entregar garantías para que las mujeres puedan denunciar a sus agresores sin temor a represalias, a quedarse sin casa o sin posibilidades de mantener a sus hijos e hijas. Pero, además, deberíamos preguntarnos cuál es la base en la que se sustenta este tipo de violencia, para frenarla antes de que se manifieste.

Y con sólo formular la pregunta empiezan a aparecer un sinfín de ejemplos. El primero que salta a la vista, y que ha sido puesto en el tapete por el trabajo de organizaciones de la sociedad civil, que hoy tienen en discusión un proyecto de ley al respecto, es el acoso callejero. Si hasta el diputado Marco Antonio Núñez cree que tiene el derecho de “piropear” a una diputada, justamente cuando se está problematizando el tema en el Congreso. A partir de este tipo de actitudes nos queda claro que para algunas personas este es un tema banal, que no pasa más allá de una pataleta de mujeres muy graves, que deberían estar agradecidas de que se les “alabe”. ¿Cuándo vamos a entender que todas y todos tenemos derecho a caminar tranquilos por la calle? A que se nos mire y respete como personas en igualdad de derechos, a que no nos manoseen en el transporte público ni nos digan qué nos harían en la cama, a que las escolares no sean acosadas por usar uniforme escolar. Detrás del “piropo” para algunos, acoso callejero para mí y muchas y muchos más, se esconde la concepción de la mujer como un objeto que debe dar placer a los hombres, esto es, se le asigna un rol de sumisión e instrumento, invalidando su derecho como persona a algo tan básico como caminar tranquila por la calle.

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O podemos hablar de la educación diferenciada que recibimos en todas las etapas de la vida. Desde que nacemos nuestros genitales determinan la educación y crianza que recibimos. Esto ha cambiado con el tiempo, aunque no tan profunda y extendidamente como quisiéramos, puesto que se nos siguen incentivando, consciente o inconscientemente, actitudes de acuerdo a nuestro género. Esta situación es sumamente preocupante, porque desencadena una serie de discriminaciones a las que nos tendremos que enfrentar el resto de la vida (tanto hombres como mujeres). Pero resulta especialmente preocupante que dentro de esta educación a las mujeres se nos enseñe a prevenir que nos violen (“no uses esa falda tan corta y esa polera con ese escote”, “no salgas a esa hora de tu casa”, “ni se te ocurra caminar sola”); pero a los hombres no se les enseña a no violarnos, ¿raro, no?

La máxima expresión de esto fue el asesinato de Marina y María José, las argentinas que mochileaban por Latinoamérica. No solo el hecho mismo de que dos chicas que estaban viajando y conociendo otras culturas, fueron atacadas y asesinadas, nos lleva a cuestionarnos esta verdadera cultura de la violación; sino que algunos comentarios que surgieron en torno al crimen, nos deberían alertar sobre la educación que estamos promoviendo. Se cuestionó que fueran solas, a pesar de que eran dos personas autónomas; se cuestionó a sus familias por permitirles viajar, o sea, se cuestiona su derecho al libre tránsito y más aún, su libertad para vivir aventuras solo por ser mujeres. Incluso, la ahora ex Subsecretaria de Turismo de Ecuador señaló que iban a ser asesinadas en cualquier parte, y lo lamentable fue que ocurriera en su país; naturalizando así la violencia que sufrieron, por ser “mujeres que viajaban solas”.  A raíz de esto, también cabe preguntarse: ¿la única compañía válida de una mujer en la esfera pública es acaso la de un hombre?

La educación real tiene el objetivo de ser el instrumento por el cual todas las personas puedan liberarse, porque nos otorga herramientas que nos permiten pensar. Esto en todos los contextos de educación, no solo en colegios o universidades, sino que en los hogares, en las calles y en todos los espacios de socialización. Es por esto que es contradictorio que esté determinada por nuestro género.

También podemos analizar el caso de La Cuarta y su titular “el amor y los celos la mataron”. Esto, como si el amor matara, como si fuera verdad que “quien te quiere te aporrea”, pasando el asesino a un segundo plano. ¿Por qué no ocurre lo mismo cuando se cubren otros asesinatos? La lamentable respuesta parece ser, porque ella era mujer y él era su pareja. A Yuliana no la mató el amor, tampoco la mataron los celos, a Yuliana la mató Erwin Valdés, el que hasta el último día de su vida fue su pareja. Pero no es primera vez que La Cuarta, así como otros medios, naturalizan la violencia de género, por lo que debemos poner atención y no continuar permitiéndolo.

Ahora, tampoco podemos dejar de mencionar la violencia ejercida por Carabineros en la manifestación contra los femicidios. Parece fuera de toda lógica que una concentración pacífica, en la cual se exigía que el Estado actúe para que no nos sigan matando por ser mujeres, se nos reprima, y en particular de una manera tan violenta. Aún estamos esperando las explicaciones del Ministro Jorge Burgos por el accionar de la fuerza policial. En serio, ¿cuál es la señal que pretende dar el Gobierno con esto?

Y así podríamos seguir dando ejemplos, y hablar de la violencia y discriminación que sufren las personas trans a lo largo de sus vidas, en razón de su género. O podríamos mencionar discursos de “líderes políticos”, como que las mujeres “nacimos para prestar el cuerpo”, de la senadora Ena von Baer; o “que hay violaciones más violentas que otras”, de la diputada Marisol Turres; o la última, recién salida del horno, “no comparto la concepción liberal que el proyecto de aborto fundamenta, que se basa en la autonomía de la mujer”, de Soledad Alvear.

La reflexión a la que quiero llegar a partir de estos ejemplos, es que los femicidios no son hechos aislados: se sustentan en concepciones arraigadas de la sociedad sobre lo que debería ser una mujer y lo que debería ser un hombre. Frenarlos, así como cualquier otro tipo de violencia, en especial la que se fundamenta en las características de las personas, debe ser tarea de todos y todas. Plantearnos la necesidad de crear y asegurar una sociedad de derechos para todas las personas, es también cuestionarnos qué estamos haciendo como individuos y como colectividad para que la situación actual, de injusticia y vulneraciones constantes, se mantenga tal como está.


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