Competencia vs Cooperación: La trampa del individualismo en la sociedad contemporánea

Aunque teorías contemporáneas promueven la competencia, Maturana señala que nuestras interacciones dependen de la cooperación. Cuando esta confianza se mantiene, se generan lazos que permiten construir sociedades más inclusivas y solidarias.

Competencia vs Cooperación: La trampa del individualismo en la sociedad contemporánea

Autor: El Ciudadano

Por Natalia Araya Cambiazo

Hoy, el individualismo y la competencia tecnocrática dominan las estructuras sociales y económicas, generando una cultura elitista que desprecia a quienes piensan diferente. Se exalta la autonomía y el éxito personal en una lógica de «ganadores y perdedores» que no refleja la esencia del ser humano, sino el efecto de un sistema educativo que prioriza la competencia sobre la cooperación.

Margaret Mead, antropóloga del siglo XX, sostiene que la civilización no surgió solo por el dominio tecnológico, sino por la cooperación. Un hallazgo arqueológico muestra que un ancestro con una fractura de fémur sobrevivió lo suficiente para que su hueso sanara, lo que sugiere que recibió cuidados de su comunidad. Para Mead, esto prueba que la cooperación fue clave para la supervivencia humana, más que la competencia individual.

Este comportamiento altruista reafirma que el ser humano no es esencialmente competitivo, sino que esta visión ha sido impuesta por estructuras sociales que priorizan la competencia. Humberto Maturana, biólogo y filósofo chileno, refuerza esta idea con su enfoque en la confianza. Para él, lo que define al ser humano no es la competencia, sino la confianza, que experimentamos desde que nacemos en la relación con nuestra madre. Sin este vínculo, no podríamos sobrevivir ni construir relaciones.

La confianza no es solo una emoción, sino la base de la convivencia. Aunque teorías contemporáneas promueven la competencia, Maturana señala que nuestras interacciones dependen de la cooperación. Cuando esta confianza se mantiene, se generan lazos que permiten construir sociedades más inclusivas y solidarias.

Ejemplos como Javier Milei en Argentina y Donald Trump en EE.UU. reflejan cómo el individualismo extremo genera desprecio hacia quienes piensan diferente. Sus políticas, basadas en la desconfianza y la exclusión, refuerzan la división entre «fuertes» y «débiles», promoviendo rivalidad en lugar de cooperación. Sociedades con estas lógicas terminan excluyendo y marginando a los más vulnerables.

Aunque en contextos distintos, sus medidas comparten la idea de que la competencia es el motor de la sociedad y que quienes no pueden «competir» merecen la exclusión. En lugar de fomentar la solidaridad, generan un mundo fragmentado, donde la desconfianza reemplaza a la empatía. En este contexto, la crueldad deja de ser solo un medio de control y se convierte en una forma de deshumanización. Y lo que es aún más alarmante, esta crueldad puede transformarse en un sadismo institucionalizado: cuando el sufrimiento ajeno no solo es un efecto del sistema, sino parte del espectáculo de la exclusión, defendido e incluso disfrutado por quienes se benefician de él.

En contraste, Mead y Maturana nos recuerdan que la verdadera esencia humana está en la cooperación y la confianza. Maturana enfatiza que nacemos confiando y que esa confianza debe ser la base de nuestras interacciones. La cooperación ha sido la clave para el desarrollo de las sociedades.

Seguir abrazando el individualismo y la competencia absoluta alimenta la desigualdad y nos aleja de nuestra esencia humana. En un mundo que enfrenta decisiones cruciales, es necesario abandonar la lógica de la competencia descontrolada y reconstruir lazos de confianza. Solo así avanzaremos hacia una sociedad basada en la solidaridad y el bienestar de todos.

Por Natalia Araya Cambiazo

Colaboradora de Fundación La Casa Común


Las expresiones emitidas en esta columna son de exclusiva responsabilidad de su autor(a) y no representan necesariamente las opiniones de El Ciudadano.

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