Por Alexis Sanzana Palacios
Podríamos decir que José Antonio Neme es un periodista conocido por sus intervenciones polémicas, no tanto por el contenido de sus palabras, sino por la forma en que las expresa. La televisión ha encontrado en su estilo un tesoro pues la indignación y la confrontación atraen audiencia.
Este enfoque, centrado en el espectáculo, ha demostrado ser eficaz en términos de entretenimiento mediático. Neme no es el único; figuras como Tomás Mosciatti con su estilo inquisidor, Rodrigo Sepúlveda o Julio César Rodríguez, también se destacan por sus intervenciones vehementes contra políticos. Este fenómeno no es nuevo, surge con anterioridad al estallido social, cuando la política es instalada en los matinales, convirtiéndose en una parte importante de su contenido.
Recientemente, Neme causó revuelo al expresar su frustración hacia los partidarios del alcalde Daniel Jadue, quienes protestaban contra los medios de comunicación durante el juicio del alcalde. Con notoria indignación, Neme les sugirió «cómprense un medio» si tantas críticas tenían contra la información difundida por los medios tradicionales. Esta reacción no solo superó en viralidad al punto de prensa de la audiencia, sino que también caló profundamente en la conciencia colectiva debido a la dimensión explícita y velada del mensaje.
Neme, sin pretenderlo, reveló una incómoda verdad: los medios de comunicación son negocios. Se compran, se venden y se transan en un mercado que busca financiación para sus operaciones, maximizar ganancias y reducir costos. Sin embargo, el negocio de los medios va más allá de la acumulación de capital, pues no renta; al contrario, es un negocio de poder e influencia. La sugerencia de «cómprense un medio» no es solo una expresión arrebatada, sino una denuncia, en forma de lapsus, de una industria que opera más para influir que para informar.
La necesidad de una ley de medios en Chile es una conversación pendiente que nunca ha alcanzado la exposición necesaria hacia la opinión pública. Tal regulación es crucial para evitar que el mercado de la información opere sin restricciones. Un mercado sensible por el producto que elabora, equivalente al mercado farmacéutico o al mercado de las emergencias forestales, que sin regulación pudiera verse sujeto a incentivos perversos como la desinformación calculada o el sesgo objetivado. Sin regulación, el mercado de los medios sigue dominado por aquellos con recursos económicos para establecer negocios que acumulan poder e influencia, perpetuando el duopolio que caracteriza al mercado de los medios en Chile, dominado hoy por El Mercurio y Copesa. Una regulación, normal y necesaria, que no restringa la libertad de expresión, sino que observe, fiscalice, sancione la desinformación y transparente las posiciones desde donde se procesan los hechos.
Para los adherentes de Jadue, seguir la recomendación de Neme sería inviable debido a los altos costos iniciales y continuos que requiere mantener un medio. Los medios alternativos existentes luchan por mantenerse en pie con esquemas de financiamiento adversos, enfrentándose al poder, pero también al desafío de su propia sostenibilidad.
El exabrupto de Neme, aunque polémico, subraya la necesidad de mayor democratización en el acceso a los medios. Salir del duopolio mediático y permitir una mayor participación de la sociedad civil en la industria mediática es esencial para una democracia saludable, pero un desafío tremendamente difícil. La batalla por una regulación adecuada de los medios es una lucha que no debe abandonarse, ni desde el periodismo ni desde el activismo.
Neme, queriéndolo o no, expuso una verdad incómoda que debe ser abordada para avanzar hacia un ecosistema mediático más justo y representativo. En nuestra historia reciente el artículo 84 de la primera Convención Constitucional es un hecho que debe permanecer a la vista, un recordatorio de que esta lucha debe continuar hasta lograr un cambio significativo en la manera en que se difunde y se accede a la información en Chile.