Podríamos situarnos en el 60, el veinte, o el treinta, o en el 1900. Pero es el 68 el año en el que mi yo provinciano se viene a Santiago a estudiar a un liceo donde la educación primaria, secundaria y universitaria era gratuita, y donde el arte era parte fundamental de la enseñanza.
Era la Escuela Experimental Artística que quedaba donde el cerro comenzaba a blanquearse de nieve… en el fin de la calle Larraín empezaban nuestras clases. Ahí aprendimos a ver la mirada múltiple del 68, en un Chile que escuchaba a la incomparable Cecilia, a Budy Richard, Bob Dylan, o a la casa del sol naciente, combinada con un arriba en la cordillera, mientras tomábamos la micro 57 Mapocho la Reina para llegar a la escuela, donde alguna vez nos esperóun pelucón re concentrado llamado Roberto Bravo con un piano en una de las salas.
Nos gobernaba Frei Montalva, y los DC ya habían incurrido en la matanza de El Salvador, donde 6 hombres y dos mujeres cayeron asesinados, y se veía venir la otra, esa de Puerto Montt que tan bien nos recuerda Víctor Jara.
Para ese mismo año, Frei había inaugurado al Grupo Móvil de carabineros destinado a reprimir a pobladores, estudiantes, y compañeras.
El mundo vivía la cruenta guerra del Vietnam, con los marines apretando cueva de los del Vietcong, mientras estallaba la primavera en Praga, y los estudiantes de París hacían fiesta con los adoquines de Montmartre, y en el corazón del imperio, los supremacistas yanquis asesinaban a Martin Luther King.
Y nosotras, nos tomábamos la Alameda protestando por la matanza de Tlatelolco, sangrienta encerrona a mansalva del gobierno mexicano y sus militares, donde asesinaron a cientos de estudiantes.
Fue en esa época y esos momentos en que vi un rostro que me observaba atentamente, desde el interior de un impreso sobre una bandera roja, en manos de una hermosa estudiante de la UTE, fue un amor a primera vista, era el Che, con su inmutable compromiso humano.
Con lo del 68 el mundomundoempezaba a pintar en muchos colores, y estaba prohibido pisar las flores. Los posters eran de amarillo intenso a rojo carmesí, sin intermedios. En las portadas John Lennon sonreía en rojo al lado de los panteras negras, y la Violeta musitaba casamiento de negros por la radio Chilena. Existía el Víctor Jara, el Neruda, el Rolando Alarcón, existía un tal James Douglas Morrison que nos metía en sus catacumbas brillantes, Y un boxeador que le daba en pleno rostro al imperialismo llamado Muhammad Ali. Y el Graduado era un compa solidario con Nicola Sacco y Bartolomeo Vanzetti, imponentes frente a los criminales Yanquis, y en la pantalla de domingo veíamos en Perdidos en la Noche, a un cojo llamado Dustin Hoffman deambulando por Nueva York city, o el American musical drama, más conocido como Cabaret.Florecía la lucha por la paz, entre medio de las armas, pues ya habían llegado Fidel, el Che y Camilo encumbrando fusiles barbudos, y los Argelinos se habían independizado de los franchutes.
Y por aquí existía un político que había cruzado todo Chile llamado Salvador Allende.
Personaje que andaba metido y fijo, con sus cuarenta medidas, y que participó tres veces para ser presidente de Chile. Lo vi venir un día bajando del cerro rodeado de mujeres, cabros chicos, panificadores, maestras de escuelas, maestros chasquillas y jóvenes.
La tercera es la vencida, se decía, y así fue. A las dos de la madrugada del 5 de septiembre de 1970 escuchamos con mi padre el discurso de Allende en la FECH, que nos confirmaba su triunfo.
Su triunfo alojado en dos vertientes, la institucional por arriba, y la subterránea, que nacía en los contornos de la ciudad y el campo, donde los nadie empezaban a hacerse visibles, remarcados por la revolución cubana, en tomas, corridas de cerco, reclamos en fábricas… y surgían las demandas por tierras, viviendas dignas, educación con techo y salud para todos. Y nos invitaba el Chicho con su vino tinto y empanadas. Era el bajo pueblo chileno, de las callampas con sus techos de fonola que se planteaban un futuro para sus hijos e hijas.
Allende fue el forjador de esa unidad popular, con traje, costura y talle institucional a su medida. Era elegante, y poseedor de una muñeca que solo los políticos del 1900 ostentaban. Con ella, con su gente, y la utilización de los resquicios legales se disponía a hacer esa revolución apegadas a las reglas impuestas por la misma burguesía que había redactado la constitución del 25. Allende estaba dispuesto a cambiarla para ese Chile socialista que soñó de joven.
Con la Unidad Popular se despertó, abrió, y descerrajó, un cauce histórico profundo, que los de abajo venían acumulando por años, ríos de identidades que desde sus cumbres empezaron a bajar inundando la Alameda, y las ciudades de Chile, esparciéndose y reclamando sus cauces naturales, sus libertades.
El mismo pueblo termino de correr esas compuertas, de la participación, la democracia, con creación popular, y quien fue capaz de romper los diques de contención que la institución había levantado a través del tiempo, produciendo 23 matanzas, como bien explica G. Salazar. Diques mohosos, podridos, servidores de las clases dominantes, que se negaban a ceder.
Se había creado una situación prerrevolucionaria en Chile.
Allende viajó, construyó, conversó, habló, convocó, se estiró, pensó… y llegó, sobre todo a las y los que no estaban formateados por el cálculo, pero los pragmáticos, Aylwin, Frei entre otros, entre sumas y restas, y con la soberbia de los que creen saber lo que es mejor, dejaron el destino de este Chile bullente en manos de los grupos económicos y la extrema derecha, cercaron al gobierno y lo apartaron del pueblo.
Presionaron a la UP con leyes de control, allanamientos, conspiraciones, atentados, agentes de la CIA, camioneros, y así fueron minando todos los puentes que desde la unidad popular se habían tratado de tender, para que la institución diseñada para servir a los privilegiados de siempre, se abriera al bien colectivo. Imposible dijo la historia.
El último 4 de septiembre de 1973 el río pasó frente a él rebasando la Alameda por última vez. El río bramó, pidió que no se cediera ni un paso, ni a los yanquis, ni a la reacción, ni a los DC, pues los empresarios, Patria y Libertad, y el clasismo racista, ya se habían instalado el 29 de junio de ese año, y pedían abiertamente el golpe de estado. Pinochet ya era comandante, y la Armada ya tenía su combinación con los barcos norteamericanos de la operación UNITAS en Valparaíso. La larga noche oscura de Chile estaba por caer.
Fuimos y volvimos, resistimos, morimos y desaparecimos y volvimos a regresar.
Vino el sí y el no, las negociaciones para salvar a un Pinochet encerrado por las movilizaciones de los de abajo, sus mujeres y sus ollas comunes, las capillas, y las milicias, una izquierda de abajo y resistente. Se conformó la concertación, ganó Aylwin y se dieron cuenta que Allende estaba vivo.
Se reunieron.
-El peso de Allende es demasiado grande, dijo Lagos tocándose la pera, luego habló Edgardo Boeninger, también la Soledad Alvear, consultaron a Tironi.
Finalmente Don Patricio mando a Enrique, Enrique mando al Correa. Y este, íntimo de Aylwin, católico y apostólico, planificó paso x paso el entierro político de su ex camarada y compañero. Había que terminar la parranda del Chicho.
Y lo fueron a enterrar.
Fue ese 4 de septiembre de 1990, y ahí, en la Alameda estuvimos con el pueblo de Santiago para saludar a Allende. Lo esperábamos, cuando en un momento fugaz, alcanzamos a ver a una rasante carrosa mortuoria pasando a 70 kilómetros frente a todos nosotras, en dirección al cementerio. Fue el primer signo.
Algunos corrieron, otros desolados se fueron a la casa a fondearse por treinta años.
Por treinta años tuvieron enterrado Allende, pero una tardedespertó con el ruido de la revuelta del 18 de octubre y los ladridos de un perro negro, con una Alameda repleta de gente hasta la dignidad, muy parecida a esa del 4 de septiembre del 73 que le fue a reclamar mano dura presidente.
Mantenemos la misma disyuntiva: un por abajo que estalló en octubre, en revueltas hermosas que nos trajo a la vida y un Allende en colores, con alegría, con miles de gentes, transformando a los muros en espejo que desafiaba mirar, y además, para desafiarnos a nosotras mismas.
Y por supuesto, los de arriba, mostrándonos las mismas triquiñuelas, con su fábrica de subterfugios legales, cartas marcadas, dinero y otras estrategias vestidas del cinismo que ya no los alcanzan a disfrazar.
La historia es nuestra dijo, el Chicho, y la hacen los pueblos. No tenemos más que seguir esas palabras, hacernos dueños de nuestra historia, por abajo, y con un poder popular múltiple donde estén todos los colores de la revuelta digna, y que es el primer pie que ya pusimos en la explanada de todas las plazas de Chile, sea nuestra continuación.
Nada será fácil.
Pero nuestra Revuelta es un carnaval de futuro.