No debería escribir este artículo un día 10 de septiembre del año del Bicentenario. Pero me había comprometido con este periódico a enviarlo. No debería por pudor, ya que hay un grupo de muchachos con más de dos meses en huelga de hambre y nadie sabe lo que va a ocurrir. Porque además no me gusta escribir de la coyuntura y por lo general prefiero los tiempos largos. Como decía Edward Said, prefiero los adagios a las marchas militares y las fanfarrias. Y estos días son de sonidos de indudable mal olor nacionalista.
En septiembre se “conmemora” el Bicentenario de la República. A medida que nos acercamos se hace evidente que “no se lo celebra”. Los jóvenes dirigentes mapuches, con peligro de sus vidas, han cuestionado la ciudadanía compartida. Los mineros en el “sub sole” la han exigido, cantando la más impresionante versión de la canción nacional jamás escuchada. Pero cuestionan en su vivencia, el modo desigual en que se comparte la ciudadanía en este país. Desigual e injusto.
Millones de jóvenes no votaron por quienes van a prender los fuegos de artificio, ni por aquellos que desde la otra vereda les habría gustado prender la mecha. En las ramadas se emborrachará el pueblo y se atosigará de empanadas y anticuchos de dudosa procedencia. Los congresistas, no contentos con donar a la plebe, en el mejor estilo neroniano romano, de cuatro días de asueto, han obligado de manera “irrenunciable” a todos los trabajadores a farrearlos. El debido y sagrado descanso se transformará en la ingesta alcohólica colectiva más grande de hace doscientos años. Pan y circo o copete y televisión. El abuelo Oscar Vega, de Los Loros, muerto en Chacabuco, viejo dirigente del salitre del tiempo de Recabarren, decía: “Niños, los tres enemigos de la clase obrera son el analfabetismo, el alcohol y la religión”. Alguna razón tenían esos fundadores del movimiento obrero.
Se trata de “celebrar el cumpleaños de la Nación”, como dijo de un modo kitsch una autoridad. Al igual que en las ceremonias escolares, se va a izar una “Gran Bandera Nacional”, cantar el Himno Nacional… Gran Parada Militar y asuntos de esa “profundidad” patriótica. Nada parecía empañar la retórica de la Patria: “Un pueblo, una Nación, un Estado”… Pero aparecieron las “Memorias Olvidadas”, los relatos subalternos de la Patria, esos que solamente suelen ser recordados del modo más vil y populista: “Dedico este día a la mujer chilena”; “¿cómo no recordar en este momento tan solemne, la gesta Araucana?”, o “al heroico minero que desde las entrañas de la tierra”…porque… Chile está lleno de estas memorias. Están fuera del guión conmemorativo. Son las ausencias. Se hacen presentes exclusivamente en las tragedias. Y lo curioso y no previsto de este Bicentenario ha sido justamente su irrupción.
El terremoto hizo aparecer de manera audiovisual a los pescadores arrasados por el tsunami, a los campesinos en sus casas de adobes, y al pobrerío de la zona centro sur, olvidado, silencioso y ausente. Copiapó reventó la normalidad del país minero, y la Memoria Mapuche, una de las más negadas y olvidadas se hizo presente en el Bicentenario cuestionando de modo radical la ciudadanía compartida. El discurso de La Patria ha quedado desnudo.
Si los mapuches no se declararan en huelgas de hambre, no se tomaran algún camino, no existen. Esa es la realidad. Ni siquiera me solicitarían un artículo para este periódico. Es la realidad y me da pudor. Me da rabia también. Ellos lo saben trágicamente y también les da rabia. Para muchos, de derecha, centro e izquierda, aparecen en las brumas de las lluvias del sur y luego se vuelven a ocultar en el silencio. Así pasó con las anteriores huelgas de hambre. ¿Quién se acuerda de Patricia Troncoso y tantos más que casi se murieron de hambre? ¿Qué consecuencias tuvieron esos hechos?
Los mapuches están en la Región llamada de La Frontera y constituyen también la frontera simbólica de nuestra sociedad. Son el “alter”. Lo han sido desde siempre. La alteridad necesaria quizá para tener personalidad propia, como en los adolescentes. Nos creemos civilizados porque miramos a los otros como salvajes, occidentales porque los otros aparecen como indígenas… Y así podemos seguir. La acusación de “terroristas” tiene ese sentido. Establece fronteras, afirma personalidades.
¿Y qué solución tiene este “problema” dicen todos y nos preguntan, cada vez que se visibilizan estas memorias subalternas? No hay solución; simplemente, hay que decirlo, no hay solución y habrá que convivir quizá por siempre con esta “cuestión”. ¿Por qué? Sencillo. Acá se enfrentan dos visiones muy radicales del mundo. La de la sociedad chilena que se considera a sí misma perteneciente al mundo occidental, global, moderno, etcétera, y la de los mapuches, que tiene una profunda identidad herida, producto de una muy larga, violenta y despiadada colonización. Si, como ocurrió durante largos períodos de tiempo, los mapuches aceptasen a regañadientes su condición colonial, no reclamaran más que parcialmente por ello, las cosas serían aceptables para los colonizadores. Al “indio” respetuoso con su carreta de bueyes se lo fotografía.
Los jóvenes mapuches no aceptan esa posición subordinada. Su identidad avasallada se expresa en un programa de descolonización, y ese será cada día más fuerte en todos los ámbitos, desde los políticos hasta los personales y simbólicos.
¿Y está la sociedad chilena disponible a este proceso? Por cierto que no. Ena Von Baer ha escrito numerosos trabajos en el Instituto Libertad y Desarrollo, señalando que los mapuches son campesinos pobres y punto. El Senador Espina gana las elecciones en la zona más mapuche de Chile, no siendo de ahí, recurriendo al clientelismo y colonialismo tradicional.
Muchos creen que se solucionará este asunto con educación y desarrollo. Están equivocados. Las formas coloniales y clientelísticas se dan con más facilidad en situaciones de desigualdades sociales muy profundas (ver la India). En cambio, esta emergencia indígena mapuche es producto no del atraso sino del desarrollo del país. Los jóvenes huelguistas son educados, conocen de su historia, saben de teorías políticas y las discuten, escriben sus comunicados con corrección y convicción. Mientras más educación más conciencia. Tenía razón el abuelo Vega.
La sociedad chilena y menos aún la sociedad colonial regional del sur, la temucana, no tiene ninguna conciencia de la situación que se está viviendo. No la comprende ni quiere comprenderla. El Presidente de la República fue a Temuco y les habló solamente a los colonos. Esa es su base de apoyo. No se refirió siquiera a los huelguistas de hambre. Esto ocurrió hace una semana -a principio de septiembre-. Se habló y se habla de “mano dura”. Ese será el futuro esperado. Ya están notificados.
La frontera colonial pesa sobre el conjunto de la sociedad chilena, le impide hacerse cargo de su historia y por tanto de celebrarla. Las conmemoraciones gastarán mucho dinero en fuegos artificiales pero no lograrán ocultar estas Memorias Subordinadas.
Por José Bengoa
Licenciado en Filosofía con estudios de postgrado en Antropología y Ciencias Sociales. Sus principales campos de estudio han sido la Historia y Antropología de los indígenas y campesinos chilenos y latinoamericanos, temas sobre los que ha publicado varios libros.
El Ciudadano N°88, segunda quincena septiembre 2010.