El cactus San Pedro es una especie muy común en el norte del país y bastante presente en lo que algunos denominan “imaginario colectivo” de la sociedad chilena. He podido apreciar que muchas personas lo confunden con el Peyote, denominándolo indistintamente de una u otra forma. Es necesario aclarar que el San Pedro y el Peyote son especies totalmente distintas en composición y forma, relacionándose sólo porque ambas contienen un compuesto llamado mezcalina, el que, siendo el único elemento con propiedades alucinógenas presente en el San Pedro, es uno entre 12 elementos con propiedades alucinógenas encontrados en el Peyote. Más allá de esta aclaración, me interesa relatar una experiencia personal de conocimiento asociado a la ingesta del San Pedro.
Hace varios años, tuve la oportunidad de visitar con unos amigos el poblado de Codpa, ubicado al noreste de la ciudad de Arica, a través de un estrecho camino que recorre, sube y baja, por una quebrada. Era tiempo de carnaval en el mundo altiplánico y Codpa no hacía la excepción. Todo el poblado y los invitados recorríamos el pueblo con la comparsa, bailando y cantando, tirándonos membrillos a los pies y riendo. En casi todas las casas y los sitios públicos de aquel pueblo se encontraban cactus San Pedro de grandísimo tamaño, ejemplares de dos, tres y hasta cuatro metros de alto, agrupaciones de cientos de cactus uno al lado de otro y entrelazados. Con un amigo oriundo de la localidad y conocedor de la especie, decidimos que era el momento apropiado de experimentar la ingesta de aquel grandísimo cactus. Nos trasladamos a las afueras del pueblo, donde había una gran concentración de “matas” y donde se encontraban varios “brazos” tendidos, que habían caído por su propio peso o la acción del viento. Luego de pedir permiso extrajimos uno de los brazos tendidos y lo llevamos a la casa, lo limpiamos de las espinas, arrancamos una especie de piel transparente y dura que lo cubre y luego cortamos las lonjas de sustancia verde, es esa la sección del cactus que contiene la mezcalina. Aun cuando conocemos otras maneras de procesar la sustancia, por sugerencia de nuestro amigo nativo elegimos la opción de secado. Ubicamos aquellas lonjas verdes a pleno sol durante dos días, período en el cual nos alimentamos sólo de berro y agua del pequeño estero que recorre la quebrada. Durante la última parte del período de secado sólo tomamos agua, esperando el amanecer para ingerir nuestro alimento sensorial. Llegado el alba nos reunimos en círculo, molimos las lonjas en unos pocillos y las mezclamos con un poco de agua. Luego ingerimos la sustancia por turnos en iguales porciones para los tres presentes, el sabor es en absoluto agradable.
Luego de media hora comienzan poco a poco a experimentarse los primeros efectos. En una primera instancia se siente una alteración sensorial a nivel del tacto, siento la necesidad imperiosa de tomar arena entre mis manos, apretar mis puños y dejar que la tierra caiga entre mis dedos, repito esa acción muchas veces, no sé cuantas ni cuanto tiempo, ya que definitivamente el segundo efecto experimentado es la pérdida total de la conciencia del tiempo. Después de un rato decidimos emprender la caminata, la idea era recorrer los cerros aledaños y el desierto. Decidimos subir un cerro extremadamente rocoso, trepamos sin parar un buen rato hasta que me detengo al percatarme que tengo absolutamente alterada la sensación de equilibrio, es decir, puedo observar el horizonte, pero no puedo sentir que estoy parado perfectamente vertical en aquella irregularidad de rocas de todas formas y tamaños. Comento esto con mis compañeros al momento que ellos se percatan de la misma sensación. Decidimos seguir cerro arriba cuando empiezo a experimentar alteraciones a nivel visual, comienzo a ver cómo las piedras que piso tienen un movimiento en el que cambian de tamaño creciendo y decreciendo una y otra ves en forma constante y pareja, es como el pecho de una persona al respirar, de ese mismo modo veo las piedras respirar, oscilar en su tamaño continuamente. Al levantar la vista para observar a mi alrededor me percato de que sucede lo mismo con toda la naturaleza que me rodea, todo respira, incluso veo figuras sombreadas sobre el valle que denotan formas de la tierra, todo tiene vida. Aquello lo he creído siempre, pero experimentarlo de esa forma, fue algo extremadamente asombroso. Veo aquellas oscilaciones respiratorias en el valle, el cerro entero, las nubes y el estero. Además, todos los elementos naturales que me rodean se relacionan entre sí, se entrelazan y funden en esta gran respiración de todo. Podría relatar en detalle lo que pasó ese día, las alteraciones a la conciencia las experimentamos durante toda la mañana, toda la tarde y gran parte de la noche, caminando casi sin parar durante todo ese tiempo, sin requerir comida alguna, pero creo lo que más recuerdo es la sensación de “ver” la tierra viva, saber que la realidad es esa, o al menos es tan realidad como la que conocemos como tal. Después de esa experiencia tengo la convicción certera de que todo lo que ví es absolutamente real, sólo no podemos verlo sin aquellas sustancias que nos lo permiten, que nos dejan “ver”, que abren esa ventana, la que luego queda entreabierta para tener la opción de volver a mirar.
Gollo