El punto de vista que expreso aquí es el de un teórico a la vez liberal y socialista. A mi juicio las dos nociones son indisociables, y su oposición me parece falsa, artificial. El ideal socialista consiste en interesarse por la equidad en la redistribución de la riqueza, mientras que los verdaderos liberales se preocupan de la eficacia de su producción. Ambos constituyen a mi modo de ver dos aspectos complementarios de una misma doctrina. Y es precisamente a título de liberal que critico las reiteradas posiciones de las grandes instancias internacionales en favor de un librecambismo aplicado ciegamente.
Los fundamentos de la crisis: la organización del comercio mundial
La reciente reunión del G20 proclamó una vez más su denuncia del “proteccionismo”, denuncia absurda cada vez que se expresa sin matices como ha sido el caso. Estamos confrontados a lo que en el pasado he llamado “los tabúes indiscutidos cuyos efectos perversos se han multiplicado y reforzado en el curso de los años”[1]. Porque liberalizarlo todo, acabamos de verificarlo, trae los peores desórdenes. Inversamente, entre las múltiples verdades que no son abordadas está el fundamento de la actual crisis: la organización del comercio mundial que hay que reformar profundamente y prioritariamente a la otra gran reforma igualmente indispensable, la del sistema bancario.
Los grandes dirigentes del planeta muestran una vez más su ignorancia de la economía que les conduce a confundir dos suertes de proteccionismo: unos son nefastos, mientras que otros son enteramente justificados. En la primera categoría se encuentra el proteccionismo entre países de salarios comparables, que en general no es deseable. Por el contrario, el proteccionismo entre países de nivel de vida muy diferente no solo es justificable sino absolutamente necesario. Es el caso de China en particular, país con el cual es una locura haber suprimido las protecciones aduaneras en las fronteras. Pero también es el caso con países más próximos, incluso en el seno mismo de Europa. Le bastaría al lector interrogarse sobre el modo de luchar contra costes de fabricación cinco o diez veces menores -si no aun más bajos-, para constatar que la competencia es inviable en la mayor parte de los casos. Particularmente frente a competidores indios y sobre todo chinos que, además de sus bajísimos costes de mano de obra son extremadamente competentes y emprendedores.
¡Hay que deslocalizar a Pascal Lamy!
Mi análisis establece que el desempleo actual se debe a esta liberalización total del comercio, y en consecuencia la vía seguida por el G20 me parece dañina. Ella se revelará como un factor de agravación de la situación social y constituye una idiotez mayor que nace de un contrasentido increíble. Del mismo modo constituye un contrasentido histórico atribuirle la crisis de 1929 al proteccionismo. Su verdadero origen se encontraba ya en el desarrollo inconsiderado del crédito durante los años que la precedieron. Por el contrario, las medidas proteccionistas que se tomaron después de la llegada de la crisis pudieron, ciertamente, contribuir a controlarla mejor. Como ya lo indiqué, nos confrontamos a una ignorancia criminal. Que el director general de la Organización Mundial del Comercio, Pascal Lamy, haya declarado: “Hoy día los líderes del G20 indicaron claramente lo que esperan del ciclo de Doha: una conclusión en el 2010”, y que haya solicitado una aceleración de este proceso de liberalización, me parece una confusión monumental. Yo la calificaría incluso de monstruosa. Los intercambios, contrariamente a lo que piensa Pascal Lamy, no deben ser considerados como un objetivo en sí mismos, sino como un medio. Este hombre, que anteriormente ocupaba un puesto en Bruselas, comisario europeo del Comercio, no comprende nada, ¡nada, desgraciadamente! Frente a tal testarudez suicidaria mi proposición es la siguiente: ¡hay que deslocalizar urgentemente a Pascal Lamy, uno de los principales factores del desempleo!
Más concretamente, las reglas a definir son de una sencillez bíblica: el desempleo resulta de las deslocalizaciones (transferencia de una industria a países de bajos salarios. N. del T.) que se hacen en razón de las grandes diferencias de salarios… ¡A partir de esta constatación, lo que hay hacer es evidente! Es indispensable restablecer una legítima protección. Hace ya más diez años propuse crear conjuntos regionales más homogéneos, que reúnan a varios países que presentan condiciones similares de ingreso y las mismas condiciones sociales. Cada una de estas “organizaciones regionales” estaría autorizada a protegerse de manera razonable contra las diferencias de costes de producción que le aseguran ventajas indebidas a ciertos países competidores, manteniendo simultáneamente en su interior, en el seno de su zona, las condiciones de una sana y real competencia entre los miembros asociados.
Un proteccionismo razonado y razonable
Mi posición y el sistema que preconizo no constituyen un atentado contra los países en desarrollo. Actualmente las grandes empresas los utilizan por sus bajos costes, pero se irían si los salarios aumentasen demasiado. Esos países tienen interés en adoptar mi principio de unirse con sus vecinos dotados de niveles de vida semejantes, para desarrollar a su vez un mercado interno suficientemente vasto que sostenga su producción, pero suficientemente equilibrado también como para que la competencia interna no repose únicamente en el mantenimiento de salarios bajos.
Este pudiese ser el caso de varios países del este de la Unión Europea, que fueron integrados sin reflexión ni suficiente plazo previo, y también de países de África o de América Latina. La ausencia de tal protección traerá la destrucción de toda la actividad de los países que tienen ingresos más elevados, es decir de todas las industrias de Europa Occidental y de los países desarrollados. Es evidente que con el punto de vista doctrinario del G20 toda la industria francesa terminará por partir al exterior. Me parece escandaloso que las empresas cierren sitios de producción rentables en Francia, o despidan, mientras abren otros en zonas de bajos costes salariales, como fue el caso en el sector de neumáticos para automóviles con los anuncios hechos desde la primavera por Continental y por Michelin. Si no se ponen límites, hay que comunicarle ahora mismo a los franceses lo que va a ocurrir: un crecimiento dramático del desempleo no solo en la industria, sino también en la agricultura y los servicios.
Visto así, es claro que no formo parte de los economistas que hablan de “burbuja”. Que haya movimientos que se generalizan, de acuerdo, pero ese término “burbuja” me parece inapropiado para describir el desempleo que resulta de las deslocalizaciones. Su progresión reviste un carácter permanente y regular desde hace ya más de treinta años. Lo esencial del desempleo que sufrimos, -al menos del desempleo tal como se presentó hasta el 2008-, resulta precisamente de esta liberalización inconsiderada del comercio a escala mundial sin preocuparse de los niveles de vida. Lo que se produce no es una burbuja sino un fenómeno de fondo, como lo es la liberalización de los intercambios, y la posición de Pascal Lamy constituye en efecto una posición sobre el fondo.
Crisis y mundialización están ligadas
Los grandes líderes mundiales prefieren reducirlo todo a la moneda que no representa sino una de las causas del problema. Crisis y mundialización: los dos están ligados. Arreglar sólo el problema monetario no bastaría, no arreglaría el punto esencial que es la liberalización nociva de los intercambios internacionales. El gobierno atribuye las consecuencias sociales de las deslocalizaciones a causas monetarias. Es un error demencial.
Por mi parte he combatido las deslocalizaciones en mis últimas publicaciones[2]. Los seis fundadores del Mercado Común Europeo previeron plazos de varios años antes de liberalizar los intercambios con los nuevos miembros que se integraron en 1986. Después abrimos Europa de inmediato, sin ninguna precaución, y sin dejar ninguna protección exterior frente a la competencia de países dotados de costos salariales tan bajos que intentar defenderse de ellos era ilusorio. ¡Y algunos de nuestros dirigentes se sorprenden de las consecuencias!
Si el lector retomase mis análisis del desempleo, tal como los he publicado en las últimas dos décadas, constataría que los acontecimientos que vivimos fueron anunciados y descritos en detalle. No obstante, tuvieron un eco limitado en la gran prensa. Ese silencio conduce a algunas interrogaciones.
Un premio Nobel… telespectador
Los comentaristas económicos que veo expresarse regularmente en la televisión para analizar las causas de la crisis actual, son frecuentemente los mismos que venían, con una perfecta serenidad, a analizar la buena coyuntura. No anunciaron la llegada de la crisis, y la mayoría no propone nada serio para salir de ella. Pero les siguen invitando. Por mi parte no fui invitado cuando anunciaba, y escribía, hace más de diez años, que se iba a producir una crisis mayor acompañada de un desempleo incontrolado. Hago parte de aquellos que no fueron admitidos a explicarle a los franceses lo que son los orígenes reales de la crisis, mientras les despojaban de todo poder real sobre su propia moneda en beneficio de los banqueros. En el pasado le transmití a ciertas emisiones económicas, a las que asistía como telespectador, que estaba dispuesto a venir a hablar de lo que progresivamente llegaron a ser los bancos actuales, del papel verdaderamente peligroso de los traders, y de por qué no se dicen ciertas verdades tocantes a ellos. Ninguna respuesta, ni siquiera negativa, vino de ninguna cadena de televisión, y esto durante años.
Esta repetida actitud plantea un problema relativo a los grandes medios en Francia: algunos expertos tienen acceso y otros son vetados. Aunque soy un experto de reputación internacional en lo que se refiere a las crisis económicas, particularmente las de 1929 o de 1987, mi situación presente puede resumirse del modo siguiente: soy un telespectador. Un premio Nobel… telespectador. Escucho lo que afirman los especialistas invitados a los estudios de televisión, como ciertos universitarios o analistas financieros que dicen comprender bien lo que ocurre y saber lo que hay que hacer. Cuando en realidad no comprenden nada. Su situación se parece a la que constaté cuando fui a los EEUU en 1933, con el objeto de estudiar la crisis que hacía estragos, su desempleo y sus vagabundos: allí reinaba una incomprensión intelectual total. Hoy día, igualmente, estos expertos se equivocan en sus explicaciones. Algunos se equivocan doblemente al ignorar su propia ignorancia, pero otros, que la conocen y sin embargo la disimulan, engañan a los franceses.
Esta ignorancia, y sobre todo la voluntad de esconderla gracias a una cierta prensa, denotan un pudrimiento del debate y de la inteligencia en razón de intereses particulares ligados al dinero. Intereses que desean que el orden económico actual, que funciona en su favor, perdure tal y cual. Entre ellos se encuentran las multinacionales que son las principales beneficiarias, -junto a los medios bursátiles y bancarios-, de un mecanismo económico que los enriquece mientras empobrece a la mayoría de la población francesa y mundial.
Cuestión clave: ¿Cuál es la verdadera libertad de los medios? Me refiero a su libertad con relación al mundo de las finanzas y al de las esferas de la política.
Segunda cuestión: ¿Quien posee el poder de decidir que un experto está o no está autorizado a expresar un comentario libre en la prensa?
Última cuestión: ¿Por qué las causas de la crisis, tal como son presentadas a los franceses por las personalidades invitadas, son a menudo el signo de una profunda incomprensión de la realidad económica? ¿Se trata solo de ignorancia de su parte? Es posible para un cierto número de ellos, pero no para todos. Aquellos que tienen el poder de decisión nos dejan la elección de escuchar o bien a ignorantes, o bien a embusteros.
Por Maurice Allais
Premio Nobel de economía – 05/12/2009
NOTA: todo parecido con el ghetto de flores bordado… no es pura coincidencia.
[1] L’Europe en crise. Que faire?, éditions Clément Juglar, Paris, 2005.
[2] En particular: La Crise mondiale aujourd’hui, éditions Clément Juglar, 1999, y La Mondialisation, la destruction des emplois et de la croissance : l’évidence empirique, éditions Clément Juglar, 1999.