“Dos soplos en San Ignacio, a 200 metros de la playa”, dice el chat en Whatsapp llamado Cetáceos Costa Valdivia. El grupo tiene 257 participantes , entrar es difícil porque siempre está lleno. ¿Quiénes son parte del chat? Los vecinos de la costa, desde Niebla hasta Curiñanco y cruzando hasta Punta Bonifacio, en Corral. Cuando recibo un mensaje me gusta imaginar que somos varios frente a la ventana, con binoculares, mirando atentos el horizonte. Mata ki te Moana, dicen los polinésicos: ojos que miran al mar infinito.
“Son jorobadas veo tres”, responde otro vecino. La costa valdiviana es prolífica en avistamientos. Las orcas -que no son ballenas, si no delfines- son las grandes estrellas de esta costa y en época de crías de lobos marinos es usual ver grupos de cachorros nadando despavoridos. Al recorrer los roqueríos se encuentran sus pellejos como si estuvieran perfectamente aspirados por el interior. O el cuero de pingüinos de Humboldt arrojados por la marea. Así es como dejan las orcas a sus presas.
“Se ven sus lomitos y sus soplidos”, dice otro mensaje. El 12 de febrero de 2014 un ballena azul -especie que se encuentra en peligro de extinción- varó en la costanera de Puerto Montt. El ejemplar de 15 metros de longitud presentaba una fractura expuesta en su aleta pectoral derecha que podría atribuirse a una colisión con una embarcación de gran tamaño. El hecho se produjo a eso de las 8 horas de la mañana, coincidiendo con el arribo de dos cruceros turísticos que recalaron a poca distancia del cuerpo del mamífero. En 2009 sucedió algo similar, también en Puerto Montt, cuando una ballena sei -otra especie en peligro de extinción- arribó muerta en el bulbo de proa del crucero de turismo Radiance of the Seatras ser colisionada por la nave.
“Ballena pasando frente a Bonifacio con rumbo norte”, el chat no para. Los últimos 3 varamientos de ballenas que se registraron en el país, en tan sólo una semana, presentan causas confirmadas o probables de interacción con actividades humanas. Uno de estos varamientos fue el 25 de abril en la caleta de Huiro, Región de Los Ríos. Una ballena jorobada hembra, juvenil, fue encontrada enredada entre sogas. Los otros dos varamientos fueron en la Región de Valparaíso y de Magallanes. La segunda causa de muerte de estos mamíferos gigantes es la colisión con embarcaciones. La primera, su pesca involuntaria en grandes redes marinas.
“Se escuchan los soplidos desde mi ventana”, relata una vecina desde Corral. La Comisión Ballenera Internacional (CBI), así como diversas ONG nacionales, ven como preocupante el aumento del tráfico marítimo de grandes embarcaciones en la zona sur-austral de Chile, área de alimentación de varias especies de cetáceos. El sonido en el agua se propaga mucho más rápido que en el aire y los sonares de las grandes embarcaciones generan contaminación acústica subacuática, la cual disminuye la capacidad de las ballenas para comunicarse y orientarse.
“Dos ballenas jorobadas frente a la bahía del hospital de Corral, creo que van hacia el sur”, dice una notificación en mi pantalla. Esta semana, con estupor, leí una nota de prensa en Austral Valdivia que señalaba que Los Ríos Convention Bureau planea estar en la próxima Seatrade -feria turística internacional que reúne a la industria de cruceros de todo el mundo- con el objetivo de vender el destino: Valdivia/Corral. Es decir, nuestras autoridades que publicitan a Valdivia como ciudad saludable y con la mejor calidad de vida del país, quieren potenciar la forma más contaminante de viajar. Si comparamos las emisiones de CO2 de los principales medios de transporte que utilizan combustibles fósiles (gramos/pasajero/kilómetros cuadrados) el bus es la forma menos contaminante, aportando sólo 28 gramos por pasajero. Un avión, 255 gramos y un crucero, la máxima: 322 gramos.
“¿Siguen ahí todavía?”, preguntan en el grupo. Según la OMM (Organización Meteorológica Mundial) si no bajamos la temperatura global en 1.5 ºC de aquí al 2024 el desastre ecológico será imparable. Supondría la destrucción de todos los arrecifes de coral y la extinción de muchas especies de flora y fauna. Así lo advierte también la IPPCC (Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático). Una ciudad sustentable -de verdad, no para el marketing- debe contar con autoridades que propongan y ejecuten políticas públicas acordes con la actual crisis climática mundial, pero parece que nuestra comunidad es indolente y ciega al respecto.
“Ballenas frente al Morro San Carlos”, dice otro mensaje. Tampoco nos han preguntado a los valdivianos si queremos ese tipo de turismo. Cada verano vemos como en febrero colapsan las vías de transporte, los puentes, los servicios, y ni mencionar el triste escenario que deja la Noche Valdiviana a la mañana siguiente: la costanera llena de basura en uno de los puntos más estratégicos, cuando el río inicia su desembocadura hacia el mar. Me pregunto si los artífices de este plan han vivido en una ciudad que recibe cruceros. Si han dimensionado el impacto de mil quinientas personas desembarcando en una ciudad pequeña, tanto en el ecosistema como en sus habitantes. La naturaleza requiere de tiempo para adaptarse a los cambios.
“¿Alguien me recomienda una buena guía de identificación de ballenas?”, preguntan en Whatsapp. Cuando los turistas desembarcan los servicios colapsan, encontrar un taxi por ejemplo, es imposible. Si está lloviendo, todo se vuelve aun más caótico, pues buscarán refugio en restaurantes y cafés, encontrar una mesa será imposible. Las grandes beneficiadas serán las tiendas de souvenirs -hechos en China o Ecuador, por supuesto, con su correspondiente Huella de Carbono-. Sabemos que Valdivia ya está colapsada, tal como Villarrica y Puerto Varas. Con la pandemia los santiaguinos descubrieron que pueden teletrabajar y se vinieron en masa al sur. La cantidad de autos en la ciudad es insostenible. Los tacos en los puentes de la ciudad son absurdos en una ciudad a escala humana. Valdivia irrespeta al peatón y tampoco fomenta modos sustentables de transporte. Las ciclovías son vergonzosas.
“Ballena de Bryde es encontrada muerta en Ritoque”, dice el link que compartieron recién en el chat. Con la llegada de más habitantes vemos como la industria inmobiliaria está desatada, loteando todo sin ningún tipo de regulación: cerros, líneas costeras, bosques. Los territorios y sus ecosistemas tienen capacidades de carga que se deben respetar. Y sabemos que hay una ecuación que se cumple sin excepciones: más gente, más basura. Nuestras costas hoy son un asco. La última marejada dejó en las playas toda la basura que arrastra el río desde la ciudad. La presencia de microplásticos en la cadena trófica marina está demostrada hace años. Que estamos comiendo plástico, también. Que son disruptores hormonales y provocan cáncer de mama y testículos es de conocimiento público. Este año se comprobó la presencia de microplástico en el torrente sanguíneo y los alvéolos pulmonares humanos. Y seguimos sin hacernos cargo del tema.
“Murieron 3 mil aves en la zona de Llico. Otra de los pesqueros en Tirúa”, escribe un académico del grupo. Valdivia tiene todo para ser la Capital Náutica del Pacífico Sur -como quieren nuestras autoridades- pero incentivando un tipo de turismo muy distinto: la vela, una manera de viajar más lenta, respetuosa con el entorno y conectada con los ritmos naturales. Un velero emite menos C02 que un bus, tan sólo 18 gramos por pasajero. Es la forma menos contaminante de viajar. Ushuaia, la ciudad más austral del mundo, es la puerta de entrada a Antártica y recibe a cientos de veleros cada temporada. Y cruceros también. Pero a diferencia de Valdivia que no tiene plan regulador coherente y acorde a la realidad actual, Ushuaia ha ordenado su ciudad de la siguiente manera: la calle San Martín, que corre paralela al canal Beagle, es de uso intensivo turístico. La calle Kuanip, que corre paralela al cordón montañoso Martial, es de uso local. Es decir, hay dos centros, uno para los turistas y otro para los locales.
“Delfines en playa Los Enamorados”, brilla en mi pantalla. Valdivia es conocido por navegantes de todo el mundo. Saben perfecto donde está y sus bondades: clubes de yates y marinas donde atracar a precios relativamente bajos, astilleros en donde hacer reparaciones, ferreterías en donde comprar materiales, supermercados y ferias para comprar provisiones, buen clima comparado con Patagonia sur, ríos navegables con buen fondeo -poder anclar en un río es el sueño de todo navegante después de semanas o meses de travesía-. Además, la ciudad y sus alrededores ofrecen un sinfín de atractivos turísticos para visitar. Hace años, Alex Wooper, hombre visionario, impulsó un gran proyecto: el de los taxis fluviales (Transporte Fluvial Sustentable), el cual pretendía que nuestros ríos fueran las nuevas carreteras. Su sueño era llenar la ciudad de muelles en distintos puntos: costanera, Las Ánimas, Collico, Isla Teja para que los valdivianos nos transportáramos en botes silenciosos, impulsados con energía solar. Imagínense cómo sería nuestra vida ahora si llegáramos a la Universidad o al trabajo después de ver cómo la bruma de las primeras horas de la mañana comienza a desprenderse lentamente desde la superficie del río y las aves comienzan a llenar de vida y color las riveras. Tristemente, este gran proyecto no encontró voluntad política para sacarlo adelante.
“Delfín chileno saltando frente a Mancera”, comenta otro participante del grupo.El desarrollo debe ir de la mano de mejor calidad de vida para sus habitantes, no lo contrario. Puerto Madryn en Argentina y Hermanus en Sudáfrica son excelentes ejemplos de ciudades que se han dedicado al turismo de avistamiento respetuoso de especies marinas. El turismo científico, sobre todo en Sudáfrica, es un gran modelo a seguir: botes que salen llenos de turistas a avistar ballenas, pingüinos, tiburones y loberías con un staff de científicos a bordo que van censando y registrando las especies avistadas. Pequeñas bahías de pescadores, como Gaansbai, se han reconvertido al turismo disminuyendo no sólo la pobreza, sino que también la presión de pesca. Nuestras autoridades temen a las regulaciones, que si exigimos muchas condiciones de funcionamiento o disminuimos las capacidades de carga vamos a desincentivar la industria turística. Les pido que mirenel ejemplo de Rapa Nui, que cuenta con una ley de residencia especial, no cualquiera puede llegar ahí a vivir, hay que cumplir con una serie de requisitos y condiciones. Un turista, aunque sea chileno, sólo puede quedarse por máximo un mes. Y no afecta la industria del turismo, todo lo contrario. Piensen en las próximas generaciones. Copien lo bueno, no lo malo. Y si copian lo malo, por favor, no se marketeen como “Ciudad Sustentable” y con la “Mejor calidad de vida”, porque estar metido en un taco para cruzar un puente y llegar a tu casa, escuchando bocinazos, no es la forma en que vivíamos los valdivianos hace unos años. Valdivia ya es la puerta de entrada a la Patagonia para los navegantes a vela. Valdivia ya tiene taxis fluviales. La Universidad Austral tiene un gran laboratorio marino en Calfuco en donde están los mejores especialistas en fauna marina. Partamos por casa. Potenciemos lo que ya tenemos.
Consuelo Martínez
Periodista
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