Una de las discusiones más comunes al hablar sobre la reforma al poder judicial, se refiera a los objetivos que se persiguen a través de ella. Durante estas semanas, me he referido ya en diversas ocasiones a cómo, desde mi perspectiva, la mencionada reforma es, de inicio, positiva, al presentar la necesidad de un cambio en el sistema de justicia que ahora es aceptado de forma casi universal. Sin esta reforma, como he dicho, me parece que muchas y muchos que ahora dirigen sus esfuerzos a buscar los cambios necesarios para mejorar las cosas, se mantendrían simplemente negando que sea necesario hacer cualquier cosa.
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Una pregunta común, sin embargo, que se repite de manera constante, se dirige a los potenciales beneficios que la propuesta planteada tendrá, especialmente, en lo que se refiere a la selección por medio de votación popular de jueces, magistrados y ministros. Esta discusión es presentada como central, lo que me parece, es peligroso: preguntar por los beneficios de la democracia en términos eminentemente de resultados, especialmente si estos son exigidos de forma inmediata, lleva siempre y necesariamente, a desdeñar a la democracia. A cualquier forma de democracia.
En sus Reflexiones sobre la Revolución Francesa, el político y filósofo inglés Edmund Burke realizaba lo que se ha considerado la más importante crítica conservadora en tiempo real sobre este importante proceso. De acuerdo con él, los eventos que conocemos como Revolución Francesa llevaron a un declive de este país en el escenario europeo, con resultados catastróficos en términos de calidad de vida, seguridad, gobernabilidad, economía e incluso esperanza de vida, alimentación y sociabilidad.
Sus argumentos resultan difíciles de debatir en los términos que son planteados. Después de todo, nadie puede negar que un periodo de revolución, guerra civil y posteriormente, enfrentamiento con otros países, va a traer problemas. Igualmente, cualquiera puede adivinar que el cambio que significó pasar de un sistema estamental/feudal a una democracia significó transformaciones enormes en la organización cotidiana de la vida, con impactos profundos y de largo alcance.
Al argumento conservador de Burke no se le debe responder con promesas de un “mejor futuro” en términos cuantitativos según el modelo que el sistema anterior plantea, porque eso sería aceptar los presupuestos que legitiman su existencia como único sistema existente. La democracia nunca es, después de todo, un sistema planteado para mejorar los resultados respecto a otros sistemas de gobierno, pues como incontables experiencias históricas lo demuestran, un proceso dictatorial es mucho más efectivo para lograr algunos resultados, que uno democrático. La democracia no es planteada como un sistema mejor porque tenga mejores resultados, sino por principios ético-políticos: que cada persona en una comunidad, debe ser oída y respetada como un igual.
La reforma de democratización del poder judicial será, sin duda, un ejercicio interesante. Lo será no sólo porque transformará radicalmente la manera en la que el poder judicial se entiende a sí mismo, sino también porque cambiará la manera en que la sociedad entiende la idea de impartir justicia. ¿Será acaso un cambio tan radical que cambie de una forma nunca vista a esta actividad? Es problemático decir eso; la historia del derecho muestra que a lo largo de los siglos, miles de formas diferentes han existido y que el ser humano no sólo se ha adaptado a ellas en cada ocasión, sino que además, cada vez, ha pensado en su propia forma como la mejor posible, como insustituible y perfecta. Pero nunca han sido una forma final, como no lo es la nuestra.
Las votaciones para elegir jueces existen de manera aislada, en muchas sociedades a lo largo de la modernidad democrática. Existieron formalmente incluso en nuestro país en el pasado, si bien materialmente no pudieron realizarse los procedimientos para ello. Incluso aunque no lo hubieran hecho en sitio ninguno, incluso aunque fuera algo totalmente novedoso, sólo las mentes cerradas pensarían en eso como un argumento en su contra. Después de todo, en ningún lugar del mundo las personas votaban para elegir a sus dirigentes antes del siglo XVIII. En ninguna parte del mundo las mujeres eran escuchadas políticamente hasta el siglo XIX. En ninguna parte del mundo, los derechos sociales fueron constitucionalizados hasta que México lo hizo en 1917. Porque los cambios, incluso los buenos, siempre empiezan en algún sitio.
Quizá nuevamente, es nuestro momento. Y por ello, tenemos que comenzar a discutir al respecto.
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