Para el cazador de bots, con afecto.
La juventud es –naturalmente- un estado temporal.
Un elixir para quien la vive en plenitud. Una eterna añoranza para quien la vive a destiempo.
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Es sin duda la juventud el mejor complemento de toda experiencia. El gran amor se bebe en la juventud, así como las grandes osadías que logran conjugar –por unos breves momentos- el sentimiento de la inmortalidad.
Para casi todo oficio, el elemento de la juventud, resulta un agregado virtuoso.
El deporte; el arte; y la sexualidad, florecen con espontaneidad e inmensas dimensiones; cuando la sazón es el sudor juvenil.
Para la política no. Para el oficio político, ser joven resulta estorboso.
La política es un código descifrable, únicamente con ayuda del ya ingresado.
Hasta el liderazgo más dotado y carismático, requiere de cifrada invitación para el acceso al club.
El poeta Pellicer abrió la puerta al joven Andrés Manuel en su natal Tabasco.
Ya, en su consolidación como liderazgo nacional, Porfirio Muñoz Ledo y el ingeniero Cárdenas replicaron el soneto.
En lo personal, me he encontrado en el espejo ajeno, como un cuadro político eternamente joven.
Lo fui cuando a los 22 años me convertí en miembro del Comité Ejecutivo Estatal de mi partido. En ese momento, el más joven de todos los integrantes de los Comités Estatales del país.
Lo fui también, cuando a los 24 años, me designaron director en un área de la Secretaría de Gobernación.
Ahora, a los 27, -en plena crisis Kurtcobiana– hay quienes me reprochan mi estado de joven, en mi ejercicio de vocero, dentro de una importante campaña electoral.
Sería falaz atribuirme el derribo de puertas y la creación de caminos. Indudablemente, para cada encomienda adquirida ha habido una mano bondadosa, que, en credibilidad a mi persona, me ha permitido pescar en los ríos de la incertidumbre política.
Identifico en mi breve, (10 años), pero intenso trayecto, dos tipos de mentoría.
Aquella que permite el crecimiento, en la desproporción y casualidad de las coyunturas. Y la que se siente dueña de los tiempos de germinación, y gusta del sufrimiento irracional; de prolongar los procesos de desarrollo hasta el infinito.
Estos últimos mentores, -que se creen dueños del tutorado- se derriten en sufrimiento cuando se ven superados por quien creían su propiedad. Y ante ese inminente hecho despotrican bilis en su victimante flagelo. (Retorno a los casos Muñoz Ledo y Cuauhtémoc Cárdenas; cuando fueron rebasados ampliamente por el histórico y transfigurado Andrés Manuel).
Mi padre, con quien converso espiritualmente todas las noches, platicaba conmigo cada tarde, -de manera prolongada- hasta que el reloj vital nos lo impidió. Me contaba sus experiencias, sobre todo sus desaciertos, con la intención de que yo no tropezara con las piedras que lo martirizaron a lo largo de su vida.
Esa, al final del camino, es la esencia de la mentoría. Regocijarse en los logros del alumno; también en la forma en que el pupilo elude las trampas.
El verdadero mentor ejerce su mentoría con la gratitud cíclica; con la conciencia que lo entregado fue alguna vez recibido.
Newton decía: “Si he visto más, ha sido porque he subido sobre los hombros de gigantes”.
Que vivan aquellos gigantes, que son conscientes de la trascendencia colectiva.
El resto, son enanos arrogantes; cuyo ego intelectual, les ha rebanado las piernas del mañana.
Citando al poeta del rock argentino, Fito Paez: Dar es dar.
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