El huracán Ian azotó el occidente de Cuba el 27 de septiembre de 2022. Estuve esperando desesperadamente una llamada de mis amigos en Puerto Esperanza, un pequeño pueblo pesquero en la costa al norte de Pinar del Río. Cuando se comunicaron, a través de una entrecortada línea telefónica, me contaron que la tormenta había arrancado los techos de sus casas y había cortado el suministro eléctrico. Pero estaban a salvo. Sin embargo, tanto lo que ahora viene para ellos como la posibilidad de reparar las pérdidas y la devastación causada por el huracán son incertidumbres bajo el peso del bloqueo estadounidense, supervisado ahora por el presidente Joe Biden.
Desde que la Revolución Cubana triunfó en 1959, los Estados Unidos se han opuesto al camino independiente de la isla. Esto condujo, en febrero de 1962, al inicio de un bloqueo a todas las actividades comerciales entre Cuba y los Estados Unidos cuya imposición continuada ha puesto máxima presión sobre las 11 millones de personas que viven ahí. Los cubanos han sido resilientes al lidiar con estas sanciones, “el embargo más largo en la historia moderna”. Sin embargo, en los últimos cinco años, los Estados Unidos han apretado las tuercas al instalar 243 nuevas sanciones, revirtiendo el proceso de normalización que se había iniciado bajo el mandato del ex presidente Barack Obama en 2014 (y que culminó con su visita a Cuba en 2016). A pesar de la promesa de campaña de Biden de asegurar una política más equilibrada hacia la isla, en comparación con la del ex presidente Donald Trump, Biden ha aumentado la presión sobre el país.
Máxima presión
Ante la pandemia de COVID-19, Cuba tuvo la fortuna de contar con un robusto sistema de salud pública y una industria biotecnológica innovadora. No obstante, bajo Trump – y luego Biden – las sanciones imprimieron una presión enorme sobre su habilidad para responder a la pandemia. Mientras aumentaban los números de casos de la variante Delta, debido a la incapacidad de los técnicos para importar repuestos (consecuencia del bloqueo estadounidense) la única planta de oxígeno se volvió no-operativa. Mientras que miles de pacientes cubanos se quedaban sin aliento, el oxígeno tuvo que ser racionado. Washington se negó a hacer una excepción. Científicos de la isla crearon cinco vacunas candidatas; pero solo después de que la mayoría de los cubanos estuviesen vacunados con estas, Washington ofreció donar a Cuba de las fabricadas en los Estados Unidos.
En 2017, los Estados Unidos dijeron que el Gobierno había empleado armas sónicas para atacar su embajada – un fenómeno bautizado como el “síndrome de La Habana” –. A pesar de que la falsedad de estas acusaciones fue probada, funcionó como pretexto para que los Estados Unidos congelaran las relaciones. El turismo empezó a colapsar, y la isla fue reportando pérdidas luego de que más de 600 mil personas estadounidenses dejasen de viajar a Cuba anualmente. Bajo Trump, las sanciones del Gobierno condujeron, en 2020, al cese de operaciones de Western Union, cercenando la capacidad de las familias de enviar o recibir remesas. Los servicios de visado fueron suspendidos, y comenzó la mayor ola de migración irregular desde los ‘80, forzando a los cubanos a una travesía a través de Centroamérica y el estrecho de la Florida para llegar a los Estados Unidos.
Los cubanos sufrieron este apretado bloqueo mientras los Estados Unidos no daban respiro. Debido a que el Gobierno y otras entidades no podían comprar alimentos, medicina y petróleo (porque los bancos se negaban a manejar estas transacciones comerciales básicas) el Producto Interno Bruto (PIB) del país comenzó a disminuir.
Usando el dolor para aumentar la presión
El 11 de julio de 2021, la gente comenzó a salir a las calles a lo largo de toda Cuba, para protestar por la dificultad de las condiciones de vida, dadas por la escasez madurada por las sanciones impuestas por Washington. El Gobierno estadounidense, desde Biden hasta el empleado de menor nivel en la embajada en La Habana, no perdió el tiempo para manifestarse sobre la necesidad de un cambio de Gobierno, amparándose en las protestas. Intentaron instalar la matriz de que las protestas del pueblo cubano sobre la privación, producto de las sanciones, eran un alzamiento por el cambio de régimen. Una exigencia central de la mafia de exiliados cubanos en Miami. El Gobierno cubano fue capaz de defenderse de esa intentona al ser lo más sincero posible con el pueblo sobre la gama de problemas que enfrentan.
El 2022 tampoco fue más llevadero para el pueblo cubano. En agosto, el tendido eléctrico nacional comenzó a padecer señales importantes de decaimiento tras años sin reparaciones o renovaciones. Cortes eléctricos se convirtieron en algo constante de un extremo al otro de la isla, un duro recordatorio del “período especial” en los ‘90 cuando Cuba enfrentó una situación similar. Algunas provincias se quedan sin luz eléctrica de ocho a diez horas. En agosto, ocurrió la explosión del depósito petrolero de Matanzas, derivando en docenas de muertes mientras se combatía el fuego que arrasó por cinco días y dejando al país sin el muy necesitado combustible. Mientras que México y Venezuela inmediatamente enviaron bomberos y equipos, los Estados Unidos sólo pudieron contribuir telefónicamente con consejos técnicos a pesar del llamado de activistas, clero e intelectuales estadounidenses de proveer ayuda más considerable.
El asalto del huracán Ian a la isla el 27 de septiembre de 2022 dejó devastación tras su paso, con más de 50 mil hogares damnificados, la cosecha de tabaco profundamente impactada, y su sistema eléctrico dañado (aunque por ahora se encuentre funcional).
La rigidez de Washington
Todas las miradas se volcaron a Washington: no sólo para ver si enviaría asistencia, que hubiese sido bienvenida, sino también para ver si retiraría a Cuba de la lista de países patrocinantes del terrorismo y finalizase las sanciones. La inclusión de Cuba a la lista fue una decisión de último minuto de Trump al irse de la Casa Blanca (a pesar de su reconocido papel en el proceso de paz colombiano). Estas medidas significaron que los bancos en los Estados Unidos y otras partes se negasen a procesar cualquier tipo de transacción financiera, incluyendo las donaciones humanitarias a la isla. Los Estados Unidos tienen una trayectoria contradictoria en relación a la ayuda humanitaria.
En lugar de levantar las sanciones, así sea por un período de tiempo limitado, el Gobierno estadounidense se cruzó de brazos mientras observaba cómo fuerzas misteriosas provenientes de Miami desataron un torrente de mensajes por Facebook y WhatsApp para llevar a la calle a los cubanos desesperados. En La Habana, casi una centena de personas desperdigadas por la ciudad cacerolearon exigiendo agua, electricidad y alimentos. Corresponsales extranjeros esperaban, ansiosos, escenas de represión dura y arrestos masivos, pero la respuesta cubana fue más cercana a su tradición política. Dirigentes del Partido Comunista comenzaron a llegar a las protestas para conversar con la gente. Ángel Arzuaga Reyes, responsable del departamento de relaciones internacionales del partido, mientras hablaba de su experiencia en el barrio Diez de Octubre, contó que en esos momentos tensos, no se podían hacer promesas u ofrecer soluciones inmediatas, sino dar explicaciones e información a quienes protestaban.
El pueblo cubano no es del tipo que se rinde con facilidad y tiene una historia de resiliencia. Muchos cubanos enfrentan la crisis riéndose y combatiéndola. Caminando por La Habana, apenas unos días después del paso del huracán, se veían con claridad las señales de recuperación. Brigadas de electricistas trabajaban sin descanso para restablecer la electricidad en tiempo récord y los voluntarios habían limpiado la mayor parte de la ciudad dejando muy poco rastro de la destrucción del huracán Ian. Luego de su cuarta visita a Pinar del Río desde el 27 de septiembre, el presidente Miguel Díaz-Canel, rodeado de una muchedumbre ansiosa, declaro que “lo que no podemos es rendirnos ni quedarnos con los brazos cruzados”. Todavía queda mucho por hacer, pero los cubanos están determinados a superar todos los obstáculos que les aparezcan en el camino.
Este artículo fue producido para Globetrotter. Manolo De Los Santos es codirector ejecutivo del People’s Forum e investigador del Instituto Tricontinental de Investigación Social. Coeditó, recientemente, Viviremos: Venezuela vs. Hybrid War (LeftWord Books/1804 Books, 2020) y Comrade of the Revolution: Selected Speeches of Fidel Castro (LeftWord Books/1804 Books, 2021). Es co-coordinador de la Cumbre de los Pueblos por la Democracia.
Fuente: Globetrotter