Debo confesar que me provocó mucha tristeza escuchar que le gritaran a Carolina Tohá, cuando visitó a los comuneros mapuche en huelga de hambre, por parte de los adherentes de la causa mapuche: «¡¡asesina, asesina!!!». Me imagino que su padre, José Tohá, ex ministro del Gobierno de Salvador Allende, debió «revolcarse» en su tumba. Su hija era insultada con la misma consigna que ella alguna vez, en la década de los ochenta, gritó y enrostró a los asesinos de su padre. Carolina Tohá, ex ministra del gobierno de M. Bachelet y parlamentaria de la Concertación, sin lugar a dudas, es responsable política del mal manejo de la cuestión mapuche por parte de los gobiernos concertacionistas, pero de allí que sea una “asesina” es algo que no comparto para nada con algunos de los adherentes y simpatizantes del movimiento social mapuche, me parece un exageración.
Me preocupa el clima político que se ha instalado en la sociedad chilena. Pues, lo veo de la siguiente forma. Por un lado, la Concertación dejó pendiente tantas cosas, hizo tan mal otras, especialmente, desde la perspectiva de la democratización profunda que requería la sociedad chilena luego de 17 años de dictadura. Permitiendo con ello que la dominación y la hegemonía neoliberal se impusiera por doquier. Al privilegiar la Concertación la estabilidad política evitó y postergó como ha sido habitual en la acción gubernamental de las fuerzas políticas de centro-izquierda, la democratización como la transformación social y económica en beneficio de los sectores sociales más desprotegidos de la sociedad chilena. Su interés fue la consolidación del capitalismo neoliberal. Con ello abrió la estructura de oportunidades políticas no sólo para que la derecha política volviera al gobierno sino que «reconstruyó» al animal político que muchos necesitaban para recomponer sus fuerzas políticas y sociales tanto al interior de la Concertación como fuera de ella. Por otro lado, el autoritarismo represivo de la derecha se manifiesta de manera integral y coherente con lo que ha sido también tradicional en la derecha en Chile, su total desprecio con la democracia y la manifestación política de los ciudadanos. Se trata de un autoritarismo político selectivo, planificado y certero. Así ha quedado demostrado en la forma como han sido reprimidas las últimas movilizaciones políticas ciudadanas. Y, por cierto, en la manera como el Gobierno esta abordando la cuestión mapuche.
La Concertación es responsable política directa del mal manejo de la cuestión indígena. Ahora asume una postura políticamente hipócrita e instrumental. Vergüenza política provoca la «huelga de hambre» de los diputados PS y PC, aunque este último un tanto más consecuente que los otros. Tengo la percepción que la Concertación busca reproducir artificialmente, extempore y de manera ahistórica, el «ambiente político» opositor a la dictadura de Pinochet que le permitió obtener el gobierno en 1990, con el objetivo de recuperarlo en 2014. El problema que enfrenta está en que el “populismo” de la nueva forma de gobernar de la derecha, es más eficiente hasta el momento y se anota cada vez mejores puntos. La oposición concertacionista totalmente desconcertada ha encontrado un salvavidas, paradojalmente en la cuestión mapuche.
La situación política de la cuestión mapuche de la cual ahora «todos somos parte», es la excusa que sirve a «moros y cristianos» para converger en contra del gobierno de la derecha, pero sin asumir el problema de fondo que se traduce en entregar: tierra, territorio y autonomía a los mapuche, tal como ha sido sostenido por la nueva movilización mapuche que no se inició hace 63 días sino hace 20 años. El problema político de fondo se encuentra en que la sociedad chilena se debe decidir a asumir la cuestión indígena en toda su dimensionalidad y profundidad política e histórica. Por lo tanto, que se termine la “huelga de hambre”, que se cambie la legislación o que no se apliquen las leyes antiterroristas, no elimina el problema político e histórico sustantivo. Frente a ese problema los partidos de derecha como los concertacionistas no se pronuncian o prefieren desviar la atención hacia otros temas como el de la educación, de la pobreza, de la exclusión social, etcétera; que siempre terminan siendo «salvavidas» para no comprometerse con el fondo.
Por eso sostengo que la «cuestión mapuche» le hace bien a la Concertación, a los parlamentarios comunistas y a la izquierda extraparlamentaria, fundamentalmente, porque les sirve para enfrentar al gobierno de Piñera. Pero le hace mal, pésimo, al movimiento mapuche, ya que los encuadra en la institucionalidad política estatal nacional. Pues, bastará que los comuneros en huelga de hambre la levanten para que todos se olviden de ellos. Y, todo vuelva a ser normal. Por esa razón, pienso que el movimiento mapuche no debe aceptar la intromisión de aquellos que lo miraban con desdén no hace mucho. Este es un movimiento social que los comuneros, los militantes y mártires de la causa mapuche lo han mantenido activo. La huelga debe ser levantada y negociada siempre y cuando las y los chilenos estén dispuestos a restituir a ellos lo que les corresponde que no es otra cosa que: tierra, territorio y autonomía con dignidad y respeto.
Para que lo anterior sea posible se requiere que la “cuestión mapuche” sea asumida por la ciudadanía nacional toda. Pero, para desgracia de todos los que estamos con el movimiento social y político mapuche, ello no será posible por el momento. Fundamentalmente, porque la mayoría de la ciudadanía nacional estará enajenada e idiotizada en las fiestas del bicentenario y en el mediático rescate de los mineros atrapados en la mina San José. Por el momento, como ha sido históricamente, el pueblo mapuche estará solo en su lucha histórica.
Por Juan Carlos Gómez Leyton
Ciudad de México, septiembre 2010