De falsos capitalistas a reales trabajadores

El domingo 24 de julio marcó la aparición de un evento catalizador que asoma al presente un proceso largamente incubado

De falsos capitalistas a reales trabajadores

Autor: paulwalder

Paul WalderEl domingo 24 de julio marcó la aparición de un evento catalizador que asoma al presente un proceso largamente incubado. Porque la marcha contra el sistema de AFP, que sorprendió desde organizadores a observadores y a los mismos participantes y protagonistas, expresó aquellos flujos sociales subterráneos, aquellas rabias acumuladas por décadas y generaciones, las que se desplegaron en toda su potencia y sin capacidad de vuelta atrás. Los trabajadores, convertidos en individualidades insignificantes e inofensivas por el modelo de mercado, mutaron tras la marcha en una fuerza social sin precedentes. Durante las últimas décadas no hay registros de una movilización de tales rasgos y magnitudes.

 

 

Desde una primera percepción, es posible comparar esta marcha, que sólo en Santiago reunió a más de cien mil personas, con las movilizaciones de los estudiantes de inicios de la década. Una línea transversal cruza a toda la masa trabajadora, cuya cohesión es efecto de una directa contradicción con los dueños del capital. Por primera vez en mucho tiempo la concepción del trabajo y el trabajador se enfrenta en un sesgo tan nítido y perfilado con el capital. La voracidad del capitalista y la magnitud de la expropiación del salario ha sido tal durante las últimas décadas que ha facilitado indirecta y espontáneamente la aglutinación de la clase trabajadora, más allá del sector, edad, género o ingreso que ocupen sus miembros.

 

La apropiación histórica del trabajo por los dueños del capital marcó hacia finales del mes pasado un punto de quiebre. Están sin duda las miserables pensiones de hambre que pagan las AFPs, pero sin duda ha sido la comparación bestial con las fuerzas armadas y los amañes y corruptelas de la clase política el detonante de la conciencia ciudadana. Tras la ruptura de la costra del discurso dominante ha comenzado a fluir hacia el conocimiento público el montaje institucional sobre el que se ha basado el modelo neoliberal chileno. El gran milagro económico, el modelo regional, tan pregonado por los oficiantes del mercado de todo el espectro político durante las últimas dos y tres décadas, está apoyado sobre la explotación y la miseria de los trabajadores. El dinero acumulado por las AFPs, secuestrado mes a mes a los empleados de cuellos blancos y azules, a los obreros de sillas y oficinas, ha sido caldo de cultivo para el engrosamiento empresarial, la concentración impúdica de la riqueza y la extrema desigualdad.

 

Podemos decir que el sistema de las AFPS es la madre de todas las desigualdades. Es la llave maestra de la estafa y la corrupción. Sobre esta creación, que surge de la mente perversa y codiciosa de José Piñera, se apoya el modelo económico actual, el que tiene varios efectos simultáneos: expropia, enriquece, concentra, y vuelve a expropiar.

 

Un primer momento es cuando las AFPs le quitan mensualmente a los trabajadores parte de su sueldo, bajo una ley espuria decretada durante la dictadura y ratificada por los gobiernos de la transición. Un segundo instante es cuando este capital es canalizado hacia otras áreas del sistema financiero y productivo en inversiones en diferentes tipos de instrumentos. Y un tercer momento es cuando esos agentes financieros o productivos, como bancos, el mismo retail, la construcción u otros múltiples servicios, movilizan este capital captando más mercado. El trabajador, despojado de parte de su salario, acude ahora como cliente a estas entidades financieras pagando muchas veces intereses usureros. En este proceso, el trabajador es doblemente expropiado.

 

Las AFPs no son simples entidades canalizadoras de fondos, en este momento en torno a los 180 mil millones de dólares, un poco menos que el PIB anual de Chile, sino que se han consolidado como un poder en sí mismo. Durante gran parte de la transición han sido un enclave de exfuncionarios de la dictadura, tanto que el presidente del gremio por más de 20 años, Guillermo Arthur, fue uno de los ministros del Trabajo del mismísimo Pinochet. Un poder que ha sido ampliado mediante el ingreso a sus filas de no pocos altos funcionarios de la Concertación-Nueva Mayoría.

 

La marcha del 24 de julio tiene múltiples elementos para compararla con el movimiento estudiantil. Saca a flote el peso de décadas, se expresa de manera transversal y hace mutar a los cotizantes individuales en un sujeto colectivo. Es la expresión más clara en décadas del despertar de la clase trabajadora. La conciencia de clase ha sido inoculada esta vez por las extremas ambiciones y contradicciones del gran capital.

 

 

PAUL WALDER

 

 

 


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