Un ensayo del sociólogo Tomás Moulián sintetiza muy bien la sensación que tuvimos la gran mayoría de los chilenos al ver el primer debate presidencial. Chile ganó con el debate.
Por primera vez pudimos ver a los cuatro candidatos en igualdad de condiciones; ¿cómo sería esta competencia si Jorge Arrate tuviera el mismo espacio que sus contendores en los medios de comunicación?
Quedan claras las razones por las que la prensa y la TV lo ocultan y ningunean para inflar figuras evanescentes e insustanciales. Pero lamentablemente para el oligopolio de la desinformación los candidatos no se inflan ni vuelan con helio.
Somos un peligro para el sistema porque portamos un sólido proyecto alternativo al neoliberalismo integrista del cual se nutren la derecha y la Concertación.
Algunos no esperábamos mucho de un debate cuyo condicionado formato parecía destinado a evitar un intercambio de fondo. Uno o dos minutos de tiempo no se prestan para atacar cuestiones como la institucionalidad, la distribución de la riqueza, la crítica del modelo económico, el papel del Estado, la salud, la educación y tantos otros temas reales.
La preparación “estética” de los candidatos regalones, preliminar de carnaval o fiesta de disfraces, no prometía una gran discusión. Pero el debate, gracias a Jorge Arrate y el programa de la izquierda, superó las expectativas del más escéptico.
Demasiado bueno para ser cierto. Apenas se vieron reducidos a su nimia estatura real, los candidatos insustanciales encendieron una gresca personalizada para evacuar y omitir las ideas.
Eso es lo que las derechas pudieron ofrecer: una pelea de patio de escuela para evitar hablar de lo que el pueblo espera que se hable: de algún programa que le permita a millones de hogares angustiados alcanzar una vida digna, darle a sus hijos un futuro esperanzador, reducir la incertidumbre que impregna sus vidas.
En Chile hace rato que la política se convirtió en simulación y la sociedad la bautizó con el nombre que conviene: farándula, oficio de los farsantes, esos comediantes profesionales que representan farsas. La sabiduría popular acertó con la precisión de un filólogo.
Un despliegue de conflictos ficticios, cuya puesta en escena es aparentemente virulenta pero en realidad es solo un tongo, no es política sino una variante de espectáculo de poca monta que busca hacerla impotente y vaciarla de contenido.
Uno de los mayores méritos de nuestro candidato fue el imponer, a pesar de todo, la fuerza de la inteligencia y la fuerza de las ideas. La Política.
Chile ganó con el debate. Ganó la Democracia que queremos construir porque el país pudo identificar una alternativa al inmovilismo de quienes sólo aspiran a conservar el modelo y a sus beneficiarios.
Ganó Chile porque Arrate abordó temas de fondo, porque la Izquierda mostró que ni el crimen ni la traición pudieron asesinarla. La alegría llegó a los hogares modestos y les devolvió la esperanza: con hombres como Jorge Arrate y con un programa como el suyo… ¡Es bueno ser de Izquierda!
Los chilenos vieron con claridad que la política letrada, por oposición a la política analfabeta, es la única forma de transformar el país y construir una patria para todos.
Salvador Muñoz