De la teoría de Seguridad a una experiencia de Paz

La seguridad, definida así, está dando cuenta solo de aspectos materiales y virtuales de la existencia. Que es el plano más básico de ésta. Existe un plano inmaterial, esencial, sutil, que está presente, aunque se le desconozca y no se le integre. Entonces, en términos más esenciales existiría, por tanto, la seguridad del alma, la Paz del alma, que se traduciría a un estado de tranquilidad y plenitud alcanzado, en la experiencia.

De la teoría de Seguridad a una experiencia de Paz

Autor: Nicolas Curi
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Asumamos, hoy no existe una política progresista de seguridad.
 
Para hablar de política Progresista de seguridad, ¿qué vamos a entender por progresista?
 
Algo así como no más de lo mismo, que signifique avanzar, un progreso, pasar a una categoría superior de prosperidad.
 
¿Y qué entenderemos como seguro?
 
La impresión es que el énfasis hoy está puesto en la seguridad material, y en la seguridad del entendimiento, de necesitar pensarse estar seguros.
 
La seguridad, definida así, está dando cuenta solo de aspectos materiales y virtuales de la existencia. Que es el plano más básico de ésta. Existe un plano inmaterial, esencial, sutil, que está presente, aunque se le desconozca y no se le integre.
 
Entonces, en términos más esenciales existiría, por tanto, la seguridad del alma, la Paz del alma, que se traduciría a un estado de tranquilidad y plenitud alcanzado, en la experiencia.
 
El alma accede o requiere paz.
 
La mente, el cuerpo, la materia, estarán seguras o necesitarán seguridad.
 
Hoy día, los proyectos, las políticas, carecen de definiciones que den cuenta de la condición humana, que den cuenta de las posibilidades reales que el ser humano tiene para estar satisfecho, esencialmente.
 
Puesto el énfasis en la materia, el equilibrio es precario, más bien un desequilibrio.
 
La seguridad en el plano de la materia es tan inestable, bastará un terremoto con características que no se habían conocido ni contemplado en “las normas de seguridad”, para que reine el caos.
 
No se contempla en las definiciones ni en los diagnósticos siquiera, aquellos elementos que aseguren que lo más trascendente del ser humano pueda estar tranquilo, satisfecho, abierto, necesitando unión, solidaridad, paz, de manera cierta, pragmática, inteligente.
 
Hoy, los proyectos, las políticas, desconociendo aquello, más bien alientan desequilibrios. Las manifestaciones son la irritabilidad, la rabia, la desconfianza, la violencia, el descontento, la insatisfacción.
 
Hay un ambiente tenso en la convivencia, las políticas actuales -aquellas que explícitamente señalan estar al servicio del bien común, como aquellas que no-, ninguna, da garantías de generar una situación de Paz efectiva, madura, cierta.
 
Los diagnósticos de la situación dan cuenta solo de indicadores, de síntomas, pero no exhiben comprensión suficiente de los elementos del proceso que hay tras esas manifestaciones.
 
Cuando ingresa un nuevo gobierno, cuando un nuevo grupo accede al poder, llega luego de haber luchado contra los otros, en una atmósfera de competencia, viene de ganarle al otro.
 
Es posible ver claramente, que en ese momento el énfasis -lo que pareciera importar-, es tener el poder e imponerle al otro su perspectiva, y en ese ambiente, regido por el supuesto de poseer las soluciones, con cierta soberbia, no es posible avanzar, evolucionar, trascender los opuestos, se pasa de una manera de mirar a otra contraria, sin posibilidad de trascenderles y efectivamente pasar a una cosa distinta, de categoría diferente, que permita una transformación, un progreso efectivo de la situación.
 
Otro aspecto que contribuye al desequilibrio y la inseguridad, es la distribución que hoy se hace de la riqueza material, como se acumula la riqueza, si no se comprende cómo eso tiene consecuencias dolorosas -tanto para el que tiene mucho, como para el que no tiene-, será muy difícil proponer progreso. Son situaciones de injusticia que en ningún caso ofrecen seguridad.
 
La dinámica de la cultura dominante es insegura, y si no se hacen esfuerzos por desarrollar y prosperar en ese principio esencial, en una transformación en la dinámica de la cultura, se ve improbable que cualquier iniciativa lleve a progresos reales y profundos.
 
A nosotros, como profesionales del desarrollo humano, nos toca recibir el sufrimiento, en el trabajo, en la convivencia familiar, social, el sufrimiento de los niños y los padres en educación.
 
La irritabilidad, la rabia, el resentimiento que hay, es tan profundo y tan mal comprendido, no se sabe qué es lo que está ocurriendo que tanta gente presenta crisis de pánico, dificultad para sentirse tranquilo, agresión, sufrimiento, tanta necesidad de escapar de la realidad mediante el abuso de sustancias…
 
Hay una corrupción esencial que produce una irritabilidad en el ser humano, una agresividad, un resentimiento, y todo está organizado para sostener esta manera de articularnos en sociedad, son muy pocas las oportunidades para encontrase con paz, con plenitud, con equilibrio, con situaciones que ofrezcan la posibilidad de experimentarla.
 
Contar que hemos podido –como equipo de profesionales que investiga e interviene para promover salud, educación, desarrollos- proponer espacios individuales y colectivos, a través del uso de herramientas diversas para expandir la percepción, que han resultado lo más cercano a lo pacífico, a lo conciente, a lo seguro, a la certeza, como intervención conocida, y se abre una esperanza, expandir la conciencia del ser humano para que comprenda qué es lo que necesita, qué es lo seguro, qué es lo que realmente él puede y cuál es el camino hacia el afinamiento, para alcanzar ese estado de paz y seguridad esencial, profundo, equilibrado.
 
Se trata de promover el desarrollo de la conciencia, concreta, fisiológica, no una creencia, sino una habilitación efectiva, para alcanzar un estado de funcionamiento de mayor integración. Cuando eso sucede aparece más seguridad.
 
Un abordaje, que incluya este tipo de dimensiones posibles de desarrollar, se podría entender como progresista realmente, que incluyera una intervención para que el ser humano accediera a un perfeccionamiento efectivo, real.
 
Aquel que tiene que ver con la evolución de la especie, que es claramente el fenómeno que ha de venir –y es el proceso en el cual ya nos encontramos- para resolver la crisis actual que se observa en todos los ámbitos de la convivencia humana.
 
Cualquier política que desee ser progresista debe incluir este eje evolutivo, pues es esa naturaleza de progresos de categoría diferente a la actualmente considerada, la que permitirá salir de la trampa en que nos encontramos, la de la separación artificial de lo que es bueno o es malo, lo seguro, lo inseguro, lo correcto, lo incorrecto, y que nos hace pasar de políticas más punitivas a otras menos punitivas, y viceversa, de acuerdo al grupo de poder que se encuentre legislando, sin resultados exitosos, con ninguna, todavía.
 
Debe además pasarse al eje de lo global, de lo integrado. Cualquier política progresista ha de tener que pasar por una integración mayor, trascender la mirada local, articularse de manera global y en otro plano. De otro modo no parece ser posible.
 
Es de esperase que sea posible avanzar también, en enriquecer aquellas definiciones que integren planos, trascendentes al material, en la comprensión del Ser Humano, y su consecuente manera de organización social, para efectivamente encontrase en aquella dimensión de la existencia, señalada ya por la física moderna como real, donde la Unión es efectiva, y los opuestos se trascienden.
 
Que podamos dar un paso y elaborar una propuesta, que nos unamos en proponer ese cómo, esa manera efectiva para catalizar la mutación, y, en el tema específico de la seguridad, poder ubicar en su justo lugar las líneas que han enfatizado acciones punitivas y de promoción de derechos –y deberes- pero en otro orden, que permita establecer un principio ordenador diferente, un eje esencial de la seguridad, la paz y el progreso.

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