¿De qué hablamos, cuando hablamos de cultura? Al remontarnos al origen del concepto, es posible afirmar con bastante certidumbre, que el vocablo cultura remite a la capacidad del ser humano para comunicar, mediante un lenguaje, emociones y valorizaciones (“+” o “-“) que le permiten modificar su entorno. De ahí, que todo lo que ha creado se denomine “cultura” -vemos aquí también una noción de poder.
Actualmente cuando se habla de cultura en Chile existen tres dimensiones para significar este concepto: 1) el desarrollo de las artes, como búsqueda estética y/o simbólica o bien como espectáculos e industrias culturales (hoy “creativas”), 2) el Patrimonio, como rescate de la memoria e identidad de las comunidades, y en menor medida 3) el debate en torno a modos o estilos de vida y su coexistencia.
Ud. se preguntará ¿cómo pasamos de una definición tan amplia a una tan delimitada? El cambio epocal experimentado con el surgimiento de la “modernidad” implica, entre otras cosas, analizar la realidad completa desde una perspectiva analítica, colocándole un lente “cartesiano” a lo observado, que reduce, especializa y segmenta la percepción que tenemos del mundo completo, y por tanto la forma que tenemos de desarrollarnos en él.
En este largo camino hacia el progreso lineal, nuestro país transitó, a mediados del siglo pasado, de la dicotomía ideológica, al terror de Estado y su instauración de un modelo de desarrollo de facto, hasta el levantamiento popular de fines de los ochenta motivado por el agotamiento que implica vivir en una realidad de cartón.
En este momento, cabe recordar el discurso noventero, de la Ciudadanía Cultural impulsado por Claudio Di Girólamo, desde la División de Cultura del Mineduc –desde arriba- en los años concertacionistas, el que buscaba significar la exigibilidad de derechos de carácter inmaterial o simbólicos –de cuarta generación– como el acceso a las artes o el valor por la diversidad cultural. Esta propuesta iba acompañada de una suerte de ingeniería metodológica para encausar la anhelada participación de artistas, gestores culturales y representantes de base comunal en espacios denominados cabildos culturales.
Sin embargo, en la actualidad esta mirada, donde una sola parte del pueblo, un segmento especializado del pleno ciudadano era el llamado a crear, a expresarse por medio del arte se encuentra al borde de la obsolescencia. El derivar el tejido social, dividirlo entre “creadores y espectadores” ya no representa lo que actualmente ocurre, ya que esta segregación, esta “división del trabajo” no opera como tal. Y no se trata de la desaparición de las industrias culturales. No es el acabose de las audiencias como tales, no ha acabado la creación del arte como una industria especializada.
Se trata de que esta clientela ya no sabe qué es lo que quiere comprar, está dando palos de ciego, se siente incómoda con el producto que adquirió, ya no sabe cómo superar el mal-estar generado por el intercambio de decisiones por futuro, impuestos por burocracia y trabajo por bienes, que este modo de vida trae consigo.
De ahí, este cambio de eje sufrido por el concepto de Ciudadanía Cultural, que aquí se intenta evidenciar. Se trata de que las reivindicaciones (o la “expresión de malestar”, como diría Sergio Rojas) ya no sólo son tarea de quienes se expresan por medio del arte, no es su labor exclusiva. Este recorrido de regreso a las calles, con multitudinarias marchas y nuevas formas de manifestación, que por cierto son más que meras “coyunturas críticas”, dadas su periodicidad e intensidad, se trae algo más que sólo el descontento causado por la educación o Hidroaysén.
A este retorno, desde el consumo de expresión entendida como arte hacia la expresión desde el “uno mismo”, en que la salida a la calle exige de regreso la calidad de ciudadano –desde abajo– en importante medida, facilitado por el aporte de redes de comunicaciones electrónicas, no tiene que ver con alguien que cada muchísimo tiempo (uno de 1.460 días) apuesta el futuro entregándole su poder a un personaje con más o menos carisma, para “cambiar todo para que nada cambie”. A este exigir de regreso, este nuevo fin en el camino, es lo que entendemos como la renaciente cultura de la ciudadanía.
Por Ximena Yañez & Enrique Lillo
Licenciados en Cs. Políticas y Gubernamentales
U. de Chile