Es siempre difícil hablar de la izquierda (revolucionaria o con perspectivas de transformación social) pues muchas veces la autocrítica no es una actitud que nos caracterice y cualquier cuestionamiento que de alguna forma parezca apuntar hacia nosotros inmediatamente nos coloca en una ciega posición defensiva. Hablando desde la construcción, con aciertos y errores por cierto, quisiera compartir algunas reflexiones respecto a la izquierda, no como alguien que quiere imponer la verdad cobijándose tras pequeños éxitos, sino como quien también ha sido y es parte de lo que aquí se critica y que reclama por superar nuestros errores y diferencias en pos del pueblo.
Uno de los grandes vicios que debemos superar es el espíritu de secta que nos caracteriza. El sectarismo de la izquierda se expresa, por un lado, en el ya conocido sectarismo entre organizaciones y militantes de diversa condición, en donde el caudillismo y los intereses personales tienden a primar sobre la construcción y la acumulación real en el seno del pueblo, desatando luchas fratricidas entre y al interior de las organizaciones, en momentos en que el pueblo necesita más que nunca de una izquierda unida y cohesionada. Divisiones, expulsiones, renuncias e infantiles competencias entre colectividades suelen deberse más, lamentablemente, a diferencias personales que a diferencias políticas e ideológicas. Lo que digo aquí no es ninguna novedad y es por todos reconocido y, aunque se han dados pasos importantes en los últimos años, es pan de cada día ver a las organizaciones de izquierda desangrándose y revelando públicamente sus disputas internas.
Pero el sectarismo, por otro lado, no sólo nos aleja entre nosotros sino respecto al mismo pueblo. El discurso sobreideologizado y panfletario en el que solemos caer, alejado de la realidad concreta de la gente (esa misma gente a la cual conceptualizamos, analizamos y le hacemos llamados en nuestras consignas), nos convierte en sujetos extraños, lejanos, poco confiables y sin algo factible y concreto que ofrecer. Las consignas y proclamas están bien como elementos de agitación o propaganda pero no son propuestas ni contenidos, ni siquiera una brújula que nos indique el norte. Y la situación se repite una y otra vez. Pensemos, por ejemplo, en la coyuntura electoral. Frente a las elecciones, le decimos al pueblo que debe anular, rechazar, abstenerse, salir a protestar, que estamos en contra del circo electoral, que sea quien sea quien gobierne da lo mismo, etc. Y buenas razones tenemos para sostener aquello. Pero cuando la gente nos pregunta “y ¿qué es lo que proponen ustedes entonces?”, nos quedamos sin respuesta o nos escudamos diciendo que estamos por “crear poder popular”, “organizarse y luchar”, “rebeldía popular”, etc. Conceptos que para el núcleo militante de izquierda significan algo, pero que para la inmensa mayoría del pueblo no dicen absolutamente nada y se encuentran vacíos de contenido. A pesar de que muchas veces creamos lo contrario y nos engañemos a nosotros mismos sacando cálculos inexistentes o convocando a multitudinarias protestas en donde apenas asistimos los convocantes.
Extraña tradición en la que hemos caído (e insisto, soy parte de aquello) gastando nuestros recursos en boletines y palomas para repartir en las marchas, haciendo llamados al pueblo, cuando siempre somos las mismas caras, con el mismo discurso. A veces las manifestaciones no parecen otra cosa que desfiles de organizaciones y una competencia de quien saca el análisis más acabado, la mayor cantidad de militantes a la calle, o tiene el boletín con más colores o más incendiario. Marchamos como saludo a la bandera y dirigiendo nuestras palabras hacia un pueblo ausente, contándonos a nosotros mismos una historia ya sabida de lo que pasó en 1973, el 1 de mayo o el 29 de marzo. De ahí que no extrañe la debilidad de la izquierda en general para transformarse en una alternativa real para el pueblo; no tenemos proyecto, a pesar de que nuestros análisis son certeros y serios, no hemos sido capaces de transformarlos en una propuesta que vaya más allá del panfleto. Solemos ver 5 páginas de análisis y media plana para las propuestas.
Pero para muchos el espíritu de secta es extremadamente cómodo. Nos es más fácil atrincherarnos en las banderas, en los libros, en los grandes personajes y en experiencias extemporáneas (que se tratan de calcar para una realidad completamente diferente), acusando de revisionista o amarillo a quien cuestione nuestra postura. A veces es más fácil tomar una bandera, ponerle un par de caras de grandes revolucionarios, sacar panfletos incitando a un montón de cosas y esperar a que el pueblo se dé cuenta solo de que tenemos la verdad, eso es mucho más cómodo.
A pesar de esta realidad, existen varias organizaciones y militantes del pueblo que han logrado importantes avances en espacios específicos: en algunas poblaciones, en algunos sindicatos o federaciones de trabajadores, en algunas universidades o colegios, entre otros, en donde se ha avanzado en el desarrollo de propuestas concretas capaces de dar cuenta de la realidad de los trabajadores y el pueblo en dichos sectores, insertando las demandas inmediatas dentro de un horizonte global de transformación. Esto constituye el piso real de acumulación de fuerzas en este momento. Sin embargo, a pesar de lo importantes que son, aún están circunscritas en ámbitos específicos y limitados, teniendo como meta el gran desafío de la unidad tanto organizativa como de un proyecto que sea capaz de tomar, unir y darle fuerza a cada una de estas propuestas que el mismo pueblo y sus organizaciones de base han desarrollado al calor de la lucha.
Buena parte de la debilidad de la izquierda es por culpa de la misma izquierda. Ya es hora de superar las diferencias y apostar por la unidad y la coordinación, viejo llamado, repetitivo llamado, que suele quedar en nada, pero que la situación de nuestro pueblo exige. Es hora también de dejar de pensar en nosotros mismos, en el autoconsumo de nuestros pensamientos y en acciones que se hacen mirando para el lado, pensando en qué qué dirán, en el si seré más o menos revolucionario a los ojos del resto de la izquierda, y pensar en los trabajadores y en el pueblo, en sus necesidades, sus intereses y sus aspiraciones. Somos organizaciones populares porque luchamos desde, con y por el pueblo, el resto, que sigan en sus disputas, para nosotros es hora de avanzar.
Por María Paz Toro Leal