Las comunicaciones populistas se nutren y multiplican en medio de las denuncias de corrupción política y económica, o ante las amenazas a la nacionalidad. Apelan al pueblo, al ciudadano común y corriente; en el caso de nuestro país, a los verdaderos chilenos, a los que ya están cansados de las coimas, la corrupción, las denuncias falsas y los escándalos del tipo Chiledeportes, Inverlink y Gate.
Sobrecargadas de certezas, las comunicaciones populistas identifican los males y a los malos, se ofrecen como las yerbas milagrosas: buenas para los riñones, el cerebro, la sangre y todo lo demás.
Es así que los grandes logros democráticos, como la libertad de opinión, la extensión de la participación ciudadana, las garantías para la libre información y, la hoy en boga transparencia, se pueden volver sobre el mismo sistema democrático que las propulsa, inestabilizándolo. La democracia es vulnerable, pues la mayoría de sus acciones tiene por efecto enjuiciar sus propias limitaciones.
En el caso de nuestro país, la democracia parece afianzarse, pero también amenazarse; al igual que en la región latinoamericana, donde las formas políticas populistas están de moda y sus comunicaciones encantan. Uniformes, banderas e identidades nacionales emocionan a ricos y pobres, a jóvenes y viejos, a hombres y mujeres. El populismo construye una imagen de unidad sobre una colección de heterogéneas desdichas y esperanzas. Controlando el poder, entrega beneficios cortoplacistas, sin cuidarse por mantener sus bases; todo recae en el magnánimo líder, hasta que ocurre lo que siempre ocurre: su descrédito. Cortos o largos, los recreos que inspira el populismo siempre terminan, y mal.
¿Existe en la realidad política chilena actuaalguna base para el populismo? Mi opinión al respecto es, desafortunadamente, afirmativa. Muchos de los componentes germinales de las aventuras populistas ya están presentes: reiterada centralidad de las comunicaciones políticas en torno a los temas de las corrupciones entre sus agentes y de las protecciones a los mismos; élites intelectuales desconocidas o de muy bajo perfil que son reemplazadas por voceros de movimientos sociales inorgánicos o sencillamente por el periodismo de opinión; conciencia de la evidencia de fuertes desigualdades sociales en medio de un intenso y agudo proceso de modernización; dificultades evidentes y manifiestas en la institucionalidad política de los partidos y sus coaliciones; grupos económicos y empresariales con escaso aprecio público de su labor y fuente de riqueza; una extendida idea sobre la existencia de una fuente repentina de prosperidad mal empleada y, finalmente, un sentimiento popular de superioridad nacional que facilita apelar a un nosotros y que oscurece la visibilidad sobre las fuentes de nuestros actuales desencantos y conflictos sociales.
¿Qué falta para precipitar la fórmula populista en Chile? No mucho, más bien demasiado poco. Basta solamente un eje articulador, un núcleo que haga girar en torno suyo los ingredientes ya disponibles, una figura que los identifique y construya un proyecto en base a ellos. No es difícil imaginar de dónde pueden salir los y las seleccionables. A mi parecer, las mejores posibilidades las tienen quienes se ubican actualmente en los bordes de la comunicación política chilena, entre quienes capitalizan una buena combinación de representantes de las instituciones tradicionales y con presencia en los medios de comunicación, figuras recordables y no objetables. Quizá allí, en un protagonista inadecuado, también esté un fatal destino para el populismo que vaticinamos: un mal intérprete liquidará su efectiva posibilidad. Pero eso es otro tema.
Para finalizar, cabe preguntarse si acaso nuestros actuales gobernantes y sus opositores de turno estarían deliberadamente dando paso al populismo. Definitivamente no lo creo así. Los procesos democráticos, sobre todo los más auténticos, crean también a sus propios verdugos y éstos están dentro de sus posibilidades.
La democracia convive con su fragilidad, quizá se encuentra en ello la posibilidad de haberse constituido como uno de los sistemas más benéficos para la convivencia humana en sociedad. Lo paradojal es que no puede ser cuidada sin auto-amenazarse.
Dr. Marcelo Arnold-Cathalifaud
Decano de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Chile