El 2011 fue el año del estallido de la movilización estudiantil, fruto de la inconformidad gestada en una transición eternamente inconclusa que postergó la posibilidad de construir una democracia política y social que fuera profunda y sustantiva, diluyó las esperanzas de la gente, mientras el poder y la riqueza se concentraban en pocas manos, sustentadas en un escenario político cooptado por el duopolio. Todo eso estalló el 2011, cuando la ciudadanía dijo basta frente al abuso y la usura; nos decidimos a defender la Patagonia y nuestros Recursos Naturales, exigir educación gratuita, de calidad y sin lucro, defender nuestros derechos sociales frente a los grupos empresariales, llegamos a plantear una Asamblea Constituyente y la recuperación de nuestros recursos naturales. Fuimos capaces de articular, en la movilización de los estudiantes, las inquietudes y anhelos de toda una sociedad.
Hoy, a 5 años de esa movilización, queda poco de esa articulación. Los estudiantes nos encontramos entrampados discutiendo con un gobierno que confunde nuestras demandas ofreciendo un par de becas, incapaz de sostener una agenda transformadora. En paralelo, el malestar y la crítica a las reformas han fortalecido los discursos de la derecha y los grandes grupos económicos, incluso en momentos en que todo el duopolio se ve cuestionado por escándalos de corrupción. Así, la apatía, la apelación a discursos autoritarios, la desconfianza generalizada graficada en la delincuencia y la movilización gremial de sectores históricamente vinculados a la derecha, marcan la pauta de la discusión pública.
Es sobre este escenario crítico que el movimiento estudiantil y las fuerzas de izquierda deben volver a posicionarse, para convertirse en una opción real que dispute el poder y abra espacios para la transformación sustantiva de la sociedad. Si bien el momento es crítico, no podemos olvidar que el movimiento social transformó las barreras de lo posible, generó espacios de participación capaces de cuestionar la forma actual de capitalismo imperante en Chile. Aunque vuelvan las prácticas y discursos tradicionales, no es posible borrar el 2011 con su promesa de una sociedad distinta, más justa, con una democracia ciudadana que permita a las personas decidir por su futuro.
Para volver a ser un movimiento social transformador y no sólo una movilización esporádica, sin dirección, un primer desafío es mejorar la organización. Por una parte, esto significa una re-estructuración que logre mover en distintos planos las orgánicas estudiantiles, de tal forma que puedan sostener desafíos nacionales y locales, vinculando de manera activa los problemas cotidianos de los estudiantes con su raíz: una sociedad formada sobre el neo-liberalismo. Por otra parte, debe ser lo suficientemente flexible para que los estudiantes puedan apropiarse de la organización, hacerla parte de su vida cotidiana, de forma que les permita expresar sus inquietudes. Además, tenemos que apostar por una articulación en distintos niveles con secundarios, académicos y profesores, para que el trabajo entre todos los actores de la educación deje de ser un mero acuerdo entre representantes.
Un segundo desafío es evitar que la crítica a las reformas se convierta en rechazo. Como fuerzas de izquierda consideramos insuficientes las modificaciones propuestas por el gobierno pues resulta evidente que estas reformas no permiten avances sustantivos en la transformación de la sociedad. Sin embargo, es un error permitir que nuestras críticas se confundan con el rechazo a cualquier tipo de transformación, por minúscula que sea, que caracteriza a los grupos de poder en Chile. Hoy nuestras críticas se confunden porque no somos capaces de presentarnos como una alternativa programática, con un proyecto país sólido y distinto de las alternativas del duopolio.
Seguido de lo anterior, las fuerzas democráticas de izquierda que pertenecemos al movimiento social tenemos que ser capaces de luchar contra los poderosos. No podemos seguir entrampados peleando con la “izquierda concertacionista” o con los discursos de la “vieja izquierda”. Nuestro conflicto debe ser con los grupos poderosos que ostentan el poder, no sólo contra quienes administran el aparato del Estado. Por eso, la disputa se debe plantear contra ellos y, en el plano político, contra el duopolio en su conjunto, como sustento de los grupos poderosos. Asimismo, el problema con la “vieja izquierda” o “izquierda tradicional” tiende a ser un mono de paja contra el cual pelear. El problema de una vieja o nueva izquierda no es quien se pelea por ese nombre. Es, finalmente, quien se hace cargo de una nueva coyuntura y de nuevos marcos analíticos que obligan a re-pensar constantemente las prácticas y teorías.
Ahora bien, nada de esto es posible sin unidad programática y orgánica entre las organizaciones de izquierda que lideran el movimiento estudiantil y apuestan por la construcción de una sociedad justa, democrática e igualitaria. El trabajo de las organizaciones tiene que ser capaz de superar las diferencias pequeñas y converger en pos de horizontes programáticos. Esto, por supuesto, exige asumir las similitudes entre los distintos proyectos que surgen como respuesta y crítica a la izquierda tradicional, con un origen y un proyecto en común. Las nuevas organizaciones hemos surgido en un contexto de cambio tecnológico y material constante y en ascenso, con nuevas subjetividades y formas de ejercer y reproducir el poder. Compartimos inquietudes y recogemos la raigambre histórica de la izquierda, pero recogiendo las perspectivas críticas con la ortodoxia. De igual modo, asumimos el presente y los desafíos que implica transformarlo. Por ello, tenemos que comprender que la heterogeneidad es una característica propia de proyectos amplios que dialoguen constantemente con la realidad. Pretender hacernos cargos de estos desafíos, sin unidad, es desentendernos de nuestro origen y, sobre todo, de nuestro potencial transformador.
Por último, debemos salir de la educación. Aunque ha sido una de nuestras banderas de lucha más importante, hoy es un espacio agotado en la posibilidad de construir hegemonía. Por supuesto, esto no significa abandonar la lucha estudiantil. Al contrario, lo que proponemos es reforzarla. Si hoy no somos capaces de diferenciarnos, es porque la forma en que desarrollamos nuestra política, depende principalmente de la tribuna que nos permiten las vocerías del movimiento cuando aparece en televisión. Si queremos educación gratuita, pública y democrática, no podemos desentendernos de la salud digna para todos, de las luchas de género y reconocimiento, de las pensiones dignas, del cambio en las relaciones laborales, de la lucha por una vivienda digna o de la lucha por una asamblea constituyente. Esto pues, por una parte, nos permite llegar a más sectores de la sociedad, generando sentidos comunes desde la lucha común y no sólo por televisión. Por otra, nos permite evidenciar un proyecto político claro, no un pegoteo de demandas sectoriales. La transformación de la sociedad es tarea de todos sus actores. Una lucha adquiere sentido político cuando está vinculada a un proyecto de sociedad. El riesgo de las disputas parceladas es el corporativismo. Por supuesto, quienes nos reconocemos en la izquierda, no podemos permitir esto. Es tiempo de asumir los desafíos.
Candidato a la Fech por la lista E: Creando*
Estudiante de Sociología, Universidad de Chile**.