Lo sucedido en la Junta Nacional de la DC el sábado pasado, lejos de ser sólo un signo de la descomposición del partido que había levantado la candidatura de Carolina Goic y que ahora le quita toda legitimidad, por los bajos porcentajes en las encuestas, es un síntoma revelador de lo que el politólogo español Jaime Pastor denomina una “crisis de régimen político”. Sin olvidar que además del asunto Rincón, muchos operadores democratacristianos han estado sumidos de lleno en escándalos de corrupción.
Las dirigencias del partido Socialista y el PPD viven en medio de esa crisis institucional para la que no tienen respuestas. En ellos no hubo ni habrá un Corbyn. Y el macronismo francés, o el arte de aparentar lo nuevo para hacer el trabajo de derecha neoliberal y de los poderes financieros es inservible. Lo vimos, fue la práctica constante de la Concertación y la Nueva Mayoría. Es su marca histórica.
Hoy, el Estado es gobernado por funcionarios que lo mantienen por inercia. Una cierta expectación recorre la esfera pública y empresarial. Es por el desenlace de noviembre próximo y lo novedoso del escenario electoral, debido a la presencia de la candidatura de Beatriz Sánchez del Frente Amplio,
La coalición que pactó la transición y que aceptó tanto el esquema jurídico institucional de la Constitución del ochenta como el modelo económico de capitalismo neoliberal, ambos impuestos por la dictadura militar y los Chicago boys, y que hace cuatro años cambió de nombre de Concertación a Nueva Mayoría, es la que hoy se desgrana bajo el impacto de sus prácticas. La capitulación de los sectores de izquierda, en la NM, si es que los hay, es total.
La percepción aguda del pueblo interesado en el cambio registra la debacle de las fuerzas tradicionales que conformaron la NM. En su lado, la derecha está unida detrás de un candidato salido del mundo empresarial, con el apoyo incondicional de la oligarquía y, como si fuera poco, con prontuario de corrupto. Esto, porque como las últimas experiencias electorales lo demuestran en el mundo, la corrupción de sus políticos no la molesta con tal que le protejan sus intereses estratégicos. Y es un dato del modelo de crecimiento que el neoliberalismo a la Piñera profundizará las derivas del sistema y las tendencias a la destrucción ambiental ocasionado por el crecimiento extractivista, de bajos salarios y consumo con endeudamiento.
Los sectores de clases medias asalariadas y descontentas no se reconocen en las dos viejas formaciones políticas. Ven crisis, fracturas, rencillas y lucha de egos.
En este último mandato de Bachelet II, el objetivo de la casta política de la Nueva mayoría era recuperar el gobierno de manos de la ultraderecha, mantenerse como columna vertebral en el Estado y administrar las demandas levantadas por los movimientos sociales para hacerlas digeribles por el sistema oligárquico concentrador de la riqueza. Ni siquiera el keynesianismo apuntó la nariz. Sus ministros de Hacienda fueron fieles al capitalismo globalizado y a sus instituciones.
El programa que la NM-Bachelet presentó para hacerse elegir le fue robado al movimiento social. Éste se desconcertó en un primer momento ante el supuesto “ímpetu reformista” de la Nueva Mayoría. Un análisis somero, junto con fuerzas políticas consecuentes en su accionar, hubieran bastado para imponer la certeza de que la NM nunca tuvo la intención de hacer transformaciones estructurales. Y que la Democracia Cristiana era y es un partido interesado en mantener el orden capitalista liberal y por lo mismo torpedearía las reformas y las expectativas ciudadanas era y es otro dato de la causa. El ordoliberalismo a la alemana (de la DC), insiste en el peso de las instituciones para fabricar mercados e individuos. Es la concepción dominante; la que mantiene unidos a sus clanes. Es la postura de Mariana Aylwin en un arco político donde el centro es derecha.
Por lo mismo, las demandas populares había que impulsarlas con movilización social: la de AC y las otras. Tampoco se podía contar con la CUT para defender los derechos de los trabajadores pues, su cúpula formaba (y forma) parte de la elite dirigente DC, PS y PC.
Fue así que sólo se intentaron tibias reformas. Técnicamente mal preparadas y sin convicción moral y política. Propuestas, que sin apoyo popular quedaron entrampadas en un parlamento duopólico y binominal, cada vez más deslegitimado.
Y sucedió lo previsible; tan repentinamente que las fuerzas del establishment no pudieron manejar el exceso de corrupción en el sistema. Bancos y empresas financiaban a los políticos no sólo de derecha, sino que también de la Nueva Mayoría. La Ley de Pesca fue uno de los colmos que desprestigió la manera de hacer política y de producir las leyes binominales. SQM de Ponce Lerou, financista de todos, incluido de MEO, el chico mediático que se quemó las alas de tanto volar bajo. Para qué hablar de Longueira y la UDI. Y de tantos otros diputados y senadores PS, PPD y operadores de poca monta. En aquel caso, los legisladores fueron capturados por las empresas pesqueras. Los medios debieron informar. No les quedaba otra. Aquí no hubo posverdad. Todo era cierto y la ciudadanía rompió el vínculo de confianza con los que decían representarla. Se acentuó la “crisis de la representación” y se alimentó la abstención como fenómeno político.
La seguidilla de escándalos de corrupción (instituciones militares y de orden incluidas) inhibió toda veleidad de cambio y respeto de promesas de campaña. Además, y por sobre todo, reveló la naturaleza profunda del régimen político. Éste es funcional al acaparamiento continuo y sin trabas de la riqueza por la oligarquía empresarial y financiera que ha capturado al Estado, a los políticos, y logrado acallar al poder judicial, salvo muy pocas excepciones. Un sistema corrupto que se reproduce con sus sinergias perversas.
La sola mención de este conjunto de hechos recientes debería bastar para recordarnos que la crisis de régimen, pese al momento de relativa desmovilización y empantanamiento institucional en que nos encontramos, está abierta. Que el escenario institucional-electoral con fabricación de apatía favorece a la larga a las fuerzas sistémicas.
Si lo nuevo es la emergencia del Frente Amplio, que a los ojos de las ciudadanías se ha convertido en una alternativa con posibilidades reales de pasar a segunda vuelta, cabe no olvidar que se requiere fuerza social y política para ganar primero e imponer después las demandas sociales de NO+AFP y pensiones dignas para todos, salud y educación pública. Y esta fuerza social y política, consciente y movilizada, capaz de cambiar las relaciones de fuerzas entre los conservadores del neoliberalismo y los y las que quieren imponer una salida de crisis que amplíe la democracia, aumente la libertad y entregue los mínimos sociales para la igualdad todavía no existe. Hay que construirla con prácticas y estrategias discursivas que aprovechen el contexto de crisis y potencien a las fuerzas del cambio.