33 mineros, encontrados el día 33 de las faenas de rescate, durante un día que su sumatoria arrojaba 33, mediante un papel escrito por uno de los mineros con 33 caracteres. La T130 rompió en el refugio 33 días después del hallazgo, y se plantea que los mineros una vez en la superficie, demoraron 33 minutos en llegar al hospital, con cronometro en mano. Ni que lo hubiese predicho el Pulpo Paul.
Según la numerología, el 33 representa el amor en su estado más puro, que significa entrega, sacrificio y compasión. El amor que genera los más altos ideales y que no vacila en sacrificar todo lo material o personal para defender sus sueños y ofrecerlos a sus semejantes.
El denominado Número Maestro, en honor a la edad de Jesús cuando fue sacrificado, dicta que tan altas vibraciones deben ser usadas con cuidado, respeto y prudencia, ya que el ascendente que tienen sobre los demás es muy grande y si se hace mal uso de éste no sólo retrocede en su propia evolución, sino que lo paga con quebranto y angustia moral. Deben huir también del fanatismo, o de presumir de sus poderes de intuición y clarividencia.
O sea, estamos ante un peligro evidente.
Además de Piñera, que dijo haber soñado con los 33 vivos, tenemos el efecto “pindi” de una serie de personajes políticos que quieren subir sus bonos con la audiencia mediante el uso y el abuso de los 33. ¿Qué hace ahí de punto fijo la senadora Isabel Allende? Por poner un ejemplo. ¿O esa suma exorbitante de hiperventilados periodistas que enloquecen durante cada contacto, relatando una y otra vez el “ambiente” que se vive en la mina San José?
El show mediático, que está lejos de culminar, ha transformado a los mineros en celebridades que aún no “ven la luz” respecto al precio de la fama que verán desplomarse sobre sus hombros una vez que arriben a la superficie. No obstante, tenemos de sobra claro que estos 33 mineros tienen los pies, y de hecho hasta la cabeza, bien plantados en la tierra. Sin embargo, sus vidas se van a convertir de sopetón, en la que vivió Daniela Tobar en la casa de vidrio, o Edmundo, o Carlita Jara en sus casas estudios.
Decir 33, era para los médicos antiguos, el camino hacia el conocimiento del estado de salud de sus pacientes. Según esta lógica, todos tendríamos un diagnóstico más o menos científico de la histeria, la ambición, como también la energía y motivación que otorgan sucesos laico-milagrosos, que acarrean tantos beneficios para quienes los viven. Porque el minero malogrado tiempo antes del derrumbe, que perdió su pierna producto de la precariedad de las condiciones laborales en las cuales se desempeñaba, piensa que de estar ahí adentro, con los 33, tendría sus dos piernas, y una promisoria carrera televisiva que aseguraría sus finanzas por un tiempo prolongado.
Lo paradojal es saber que tanta parafernalia tecnológica, herramienta importada, experto altamente capacitado, sea desplegado en circunstancias que el drama de los 33 fue provocado por las deficiencias imperdonables del capitalismo y su supuesto progreso. Por la falta de todas estas innovaciones. Por la indecente práctica empresarial que omite lo medular respecto a los métodos de producción y mantiene condiciones de esclavitud remunerada para sus empleados.
Ahora se despliega como la cola de un pavo real, todos los chiches 2.0 que dejan boquiabiertos al mundo por su “desinteresada” aplicación. No se ha escatimado, como tampoco se escatimaron los años de invariabilidad tributaria para las mineras en el Royalty recién aprobado por el parlamento, oposición mediante. Porque ahí los 33 pasaron piola, como pasó piola que Lagos Escobar diera ‘chipe’ libre impositivo hasta el 2017, o que en 2003 -durante el gobierno de Bachelet- fuera reabierto el pique de la minera San Esteban. Quizás hubiese sido distinto si fuera misia Verónica Michel quien pronunciara 33. Algo en la T sonaría arrastrando más de alguna culpa.
Por Karen Hermosilla Tobar
El Ciudadano N°89, octubre 2010