Hay dos formas principales de estar presentes en el mundo: por el trabajo y por el cuidado. Como, a diferencia de los animales, somos seres sin ningún órgano especializado, estamos obligados a trabajar para sobrevivir, es decir, tenemos que sacar de la naturaleza todo lo que necesitamos. Para ello, usamos la razón práctica, la creatividad y la tecnología. Aquí necesitamos ser objetivos y efectivos, pues en caso contrario sucumbimos a las necesidades. En la historia humana, por lo menos en Occidente, se ha instaurado la dictadura del trabajo. Este ya no es una obra sino que ha sido transformado en un medio de producción y vendido en forma de salario, lo cual implica competición y devastación atroz de la naturaleza y perversa injusticia social. Representantes principales, aunque no exclusivos, del modo de ser del trabajo son los hombres.
La segunda forma es el cuidado. Tiene en su centro la vida y las relaciones interpersonales y sociales. Todos somos hijos e hijas del cuidado, porque si nuestras madres no hubiesen tenido infinito cuidado con nosotros cuando nacimos, algunas horas después habríamos muerto y no estaríamos aquí para escribir sobre estas cosas. El cuidado tiene que ver más con sujetos que interactúan entre sí que con objetos a ser gestionados. El cuidado es un gesto amoroso para con la realidad.
El cuidado no se opone al trabajo. Le da una característica propia que es la de estar hecho de tal forma que respeta las cosas y permite que se rehagan. Cuidar significa estar junto a las cosas, protegiéndolas, y no sobre ellas, dominándolas. Ellas nunca son meros medios. Representan valores y símbolos que nos evocan sentimientos de belleza, complejidad y fuerza. Obviamente se dan resistencias y perplejidades, pero son superadas por la paciencia perseverante. La mujer tiende a colocar en el lugar de la agresividad, la convivencia amorosa. En vez de la dominación, la compañía afectuosa. La cooperación sustituye a la competición. Las mujeres son portadoras privilegiadas, pero no exclusivas, del cuidado.
Desde la más remota antigüedad, asistimos a un drama de consecuencias funestas: la ruptura entre el trabajo y el cuidado. Desde el neolítico se impuso el trabajo como búsqueda frenética de eficacia y de riqueza. Este modo de ser somete a la mujer, mata el cuidado, liquida la ternura y tensiona las relaciones humanas. Es el imperio del androcentrismo, del predominio del hombre sobre la naturaleza y la mujer. Ahora hemos llegado a un impasse fundamental: o imponemos límites a la voracidad productivista y rescatamos el cuidado o la Tierra no aguantará más.
Sentimos la urgencia de feminizar las relaciones, es decir, de reintroducir el cuidado en todos los ámbitos, especialmente en los de las personas más masacradas (dos tercios de la humanidad), la naturaleza devastada y el mundo de la política. La puerta de entrada al universo del cuidado es la razón cordial y sensible que nos permite sentir las heridas de la naturaleza y de las personas, dejarse envolver y movilizarse para humanizar las relaciones entre todos, sin descuidar la colaboración fundamental de la razón instrumental-analítica que nos permite ser eficaces.
Aquí es donde veo la importancia providencial de poder tener al frente del gobierno de Brasil a una mujer como Dilma Rousseff. Ella podrá unir las dos dimensiones: la del trabajo que busca racionalidad y eficacia (la dimensión masculina), y la del cuidado que acoge lo más pobre y sufrido y proyecta políticas de inclusión y de recuperación de la dignidad (dimensión femenina). Dilma posee el carácter de una gran y eficiente gestora (su lado de trabajo/masculino) y al mismo tiempo la capacidad de llevar adelante con ternura y compasión el proyecto de Lula de cuidar de los pobres y de los oprimidos (su lado de cuidado/femenino). Ella puede realizar el ideal de Gandhi: «la política es un gesto amoroso para con el pueblo».
En este momento dramático de la historia de Brasil y del mundo es importante que una mujer ejerza el poder como cuidado y servicio. Ella, Dilma, imbuida de esta conciencia, podrá imponer límites al trabajo devastador y podrá hacer que el desarrollo ansiado se haga con la naturaleza y no contra ella, con sentido de justicia social, de solidaridad a partir de abajo, y de una fraternidad abierta que incluye a todos los pueblos y a toda la comunidad de vida.
Por Leonardo Boff
2010-10-29