Por Lisandro Prieto Femenía
«Cuando miras largo tiempo a un abismo,
el abismo también mira dentro de ti»
F. Nietzsche
Hace bastante tiempo que tenía postergada la necesidad de compartir con vosotros una breve reflexión en torno a un asunto sumamente importante en nuestros días, tapado intencionalmente con aluviones de excusas y entretenimiento intencionalmente cegador, a saber, el problema de la frustración en las jóvenes generaciones y su trágica confusión con la angustia, un concepto clave en filosofía que, por confundirlo, destratarlo y disfrazarlo tenemos a nuestra vista ya claros signos preocupantes que encienden las alarmas de desesperación, sobre todo en las generaciones más jóvenes de nuestra actualidad.
En primer lugar, es necesario que distingamos los conceptos de frustración y de angustia para poder continuar por la vía del análisis filosófico existencial.
Podríamos comprender la frustración como una experiencia de insatisfacción por no poder satisfacer alguna necesidad o deseo concreto, algo relativamente normal desde el punto de vista del psicoanálisis freudiano en cuanto explicación de síntomas muy comunes de desesperación, desesperanza, tristeza e ira que dicha ciencia intentará tratar mediante la exploración y comprensión del origen (las fuentes) que causan dichos malestares.
Ahora bien, desde un punto de vista estrictamente filosófico, la misma frustración se puede interpretar como una de tantas situaciones dificultosas puntuales que se nos presentan en la vida bajo la forma de «obstáculo» para la concreción o desarrollo de algún proyecto vital.
En ese sentido, el existencialismo sostendrá que dicho sentimiento es parte inherente a la vida misma y que la forma que optemos para lidiar con ello determinará la percepción de nuestra existencia concreta.
De esta visión se derivarán reflexiones que tomarán a la frustración como una excusa para ver oportunidades antes veladas por la ceguera que produce la fantasía del bienestar permanente, e incluso encontraremos varias propuestas de análisis que pretenden convertir la frustración como quiebre necesario para desarrollar novedosas estrategias para superarlas.
Por su parte, la angustia es una emoción considerablemente más intensa que la frustración, en cuanto que produce en nosotros el sentimiento de amenaza permanente sobre nuestro bienestar emocional o incluso físico.
Podríamos decir que se trata de una emoción estrictamente existencial puesto que se asocia más con el miedo, la ansiedad y la desesperación inexplicable, mientras que la frustración se experimentaría ante una dificultad concreta o impedimento en el logro de una meta específica.
Más explícitamente, nos angustiamos cuando atravesamos situaciones extremas, inesperadas, que consideramos nos superan: la muerte de un ser querido, el tener que atravesar por una enfermedad que podría poner en jaque nuestra vida o nuestra integridad (o la de alguien que amamos), el ser protagonista de un evento traumático, pero también, queridos lectores, aparte de todo ello, o la simple confrontación con el único hecho y certeza garantizado de todos nosotros desde el día que nacemos: la reflexión sobre nuestra propia finitud.
Visto así, mientras que la frustración puede llegar a ser pasajera (porque obstáculos abundan en el existir), la angustia es una compañera agridulce que nos acompaña a todos, por siempre, en mayor o menor medida en cuanto seres existentes que se preguntan por su ser y su final inexorable.
Tal como lo señaló Søren Kierkegaard, la angustia es una característica esencial, propia e inherente de nuestra condición humana, y surge de nuestra libertad y responsabilidad que se enfrentan permanentemente con una posibilidad de elegir que no siempre es agradable en tanto que representa un vértigo fáctico que hay que asumir: de mí depende mucho de lo que me suceda de aquí en adelante:
«La angustia es la vertiginosa libertad de la posibilidad infinita» (El concepto de la angustia).
«La angustia es el vértigo de la libertad, que surge cuando el espíritu quiere abrazar lo infinito» (El concepto de la angustia).
Heidegger abordó el concepto de angustia en su obra más influyente, «Ser y tiempo», en la que la caracteriza como un estado de ánimo que se hace presente cuando caemos en la cuenta de nuestra propia condición finita y la imposibilidad de evitar la muerte.
De ese modo, la angustia sería una experiencia que habilita la comprensión del significado de nuestra existencia mediante la búsqueda de un sentido auténtico, en contraposición de una vida vacía e inauténtica que nada espera, que nada pregunta, que su proyecto es justamente la contemplación de la nada misma:
«La angustia es el estado de ánimo en el cual el ser humano se enfrenta a su propio ser, a su autenticidad» (Ser y tiempo).
De manera relativamente similar, previamente, Nietzsche se referirá a la angustia como epifanía misma de la falta de sentido en el mundo que nos interpela a enfrentarnos a la necesidad de ofrecer nuevos valores y sentidos a la existencia.
Visto bajo esta lupa, también se trataría de una condición casi necesaria para la chispa de la creación o de la valentía que implica quitarnos las máscaras que disfrazan lo inevitable:
«La angustia es el vértigo de la libertad, la desesperación de la impotencia, la desconfianza ante la existencia» (El crepúsculo de los ídolos).
«La angustia es la señal de que nos estamos acercando a la verdad» (Así habló Zaratustra).
Y no podemos dejar afuera de esta discusión a nuestro querido y simpático Schopenhauer, para quien también la angustia sería una emoción que nace de nuestra conciencia de finitud y de la insignificancia o futilidad de nuestras acciones en tanto que nos habilita cierta conciencia de vanidad y sinsentido en el quehacer cotidiano que tiene más que ver con el aparentar que con el ser:
«La angustia, al igual que el aburrimiento, es la consecuencia de la conciencia de nuestra propia mortalidad. Cuando nos damos cuenta de que estamos condenados a muerte, todas nuestras acciones y esfuerzos parecen inútiles e insignificantes» (El mundo como voluntad y representación).
Lejos de ser un promotor de la autodestrucción, Arthur era consciente de la importancia que albergaba renunciar a la voluntad de vivir idiotamente y aceptar con naturalidad la muerte como parte innegociable de nuestra existencia: sabiendo que uno va a morir, pero sabiéndolo de verdad, pensándolo y viviendo de acuerdo a ello, no tenderíamos a tales «inútiles e insignificantes» sentidos provisorios, impuestos por una cultura negadora de la vida (mientras niega la muerte).
No hay casualidad alguna en la selección de referencias mencionadas: todos ellos vinculan la angustia a la libertad del ser humano, que debe decidir qué hacer teniendo en cuenta varios factores determinantes, pero sin olvidar el más infalible de todos, a saber, que vamos a morir y que no podemos seguir viviendo haciendo de cuenta que ello no sucederá.
El desviar el tema, el disfrazarlo, ocultarlo, romantizarlo no ha hecho más que causar daño y fragilidad en la construcción vital de cualquier proyecto de vida: no se puede tapar el sol con un dedo, y no se puede vivir haciendo de cuenta que no tenemos fin.
Lejos de ser un pensamiento pesimista y entristecedor es justamente el motor de dicha libertad precitada: sólo siendo conscientes de nuestra condición, podemos vivir dignamente y llegar a la edad que nos toque irnos de este mundo, tal vez sin dejar nada material, pero con la alegría y la dignidad que da saber que no hemos vivido una vida llena de nada (y créanme, es lo más común de nuestra condición morir sin saber siquiera qué hemos vivido).
Esto no quedará así, porque cuando de angustiarse se trata, para entender de qué va esto de estar vivo, hay letra para rato.
En nuestro próximo encuentro analizaremos el vínculo estrecho entre la angustia y la nada y las lamentables consecuencias que produce el no saber, o no poder, o no tener los medios para lidiar con esto que todos sentimos y generalmente no sabemos cómo comprenderlo y llevarlo a la par sin negarlo o simplificarlo mediante recetas pseudo mágicas de autoayuda de supermercado existencial.
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